Podría decirse que Andrés Manuel López Obrador extendió su proyecto político hacia naciones centroamericanas y recuperó/consolidó un liderazgo regional que le es muy necesario para enfrentar/operar los nuevos términos de política migratoria y comercial que impone Estados Unidos.
La gira por Guatemala, El Salvador, Honduras (como principal apoyo a México en esa zona) y Belice, colocó a nuestro país como exportador de programas sociales y clientelares, repartidor de ayuda (que los adversarios de la llamada 4T impugnan) y, sobre todo, interlocutor e influenciador en cuanto a propósitos acordados o impuestos en Washington.
El viaje a Cuba requiere mención aparte. López Obrador expresó un amplio apoyo a la isla que hoy parece estar en condición más difícil que la usual. No regateó palabras ni definiciones: condenó la “perversa estrategia” de bloqueo económico a esta nación y esbozó una especie de alternativa renovadora: “tengo convicción, la fe de que en Cuba están haciendo las cosas con ese propósito, de que se haga la nueva Revolución en la Revolución. Es la segunda gran enseñanza, la segunda gran lección de Cuba para el mundo, este pueblo volverá a demostrar que la razón es más poderosa que la fuerza” (nota de Alonso Urrutia: https://bit.ly/387msVe).
Por encima de la crítica e incluso la histeria que el tema de Cuba genera en ciertos sectores mexicanos, ha de mencionarse que históricamente México ha defendido la Revolución Cubana y con ello también se ha defendido respecto a las pretensiones de aplastamiento gringo de nuestra nación. No es sólo una cuestión de ideología, sino de resistencia, de preservación de espacios mínimos de acción política independiente.
Habrán de verse también las consecuencias de la reiteración presidencial, en Belice y en La Habana, de la convicción de “que es necesario avanzar en una integración continental de toda América, en nuestra construcción en el continente de un modelo semejante al de la Comunidad Económica Europea, la instancia que precedió a la Unión Europea, algo parecido para América” (https://bit.ly/37pXwYs).
En julio del año pasado, al hablar en el Castillo de Chapultepec ante integrantes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el presidente López Obrador había criticado a la Organización de Estados Americanos (OEA) y propuso sustituirla “por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”. En su exposición general, planteó: “La propuesta es ni más ni menos que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades” (https://bit.ly/3Fu5dcA).
Este sábado, en Belice, López Obrador entró más a detalle: “Sólo de esa manera, en una América unida, integrada, hermanada, podremos hacer frente a las turbulencias de la economía mundial y, lo más importante, al peligro geopolítico que representa para todo el mundo el declive económico de Estados Unidos frente a otras regiones, en especial de Asia y en particular me refiero al avance económico comercial que puede ser hasta hegemónico de China”.
En el contexto del reordenamiento mundial, acelerado por la pandemia causada por variantes del covid, son explicables las preocupaciones y propuestas del presidente mexicano. Sin embargo, vale preguntarse si habría las circunstancias reales, no discursivas o idealizadas que permitieran una integración continental sin que la asimetría respecto a Estados Unidos colocara a este país como cabeza decisoria y beneficiario principal.
México, crucificado por la geopolítica, está obligado a ceder a exigencias del vecino norteño, pero también juega piezas de elusión en un “sí, pero no” y “no, pero sí” que vuelve menos avasallantes las “negociaciones” y “acuerdos” diseñados en la Casa Blanca.
Y, mientras es de preguntarse si Claudia Sheinbaum solicita tantos permisos laborales para apoyar candidaturas morenistas en ciertas entidades federativas o, en realidad, para apoyar su propia precampaña presidencial, ¡hasta mañana!
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