Con una lluvia de proyectiles rusos cayendo sobre las ciudades ucranias, un inquietante alto el fuego en Yemen, el ataque a los palestinos durante la oración en Jerusalén y muchos otros conflictos en todo el mundo, a algunos puede parecerles inapropiado hablar de paz.
Sin embargo, cuando hay una guerra, es cuando se hace más imprescindible hacerlo. ¿De qué forma podemos evitar que se pierdan más vidas o que más millones se vean obligadas a refugiarse en otros lugares del mundo? Se agradece que –por fin– Naciones Unidas haya tomado la iniciativa, con la oportuna petición del secretario general, António Guterres, de reunirse con los presidentes ruso, Vladimir Putin, y ucranio, Volodymir Zelensky.
Debe haber un alto el fuego ya en Ucrania, seguido de una retirada de las tropas rusas y un acuerdo entre Rusia y Ucrania sobre los futuros acuerdos de seguridad.
Toda guerra se acaba con alguna negociación. ¿Por qué no hacerlo ahora?
Todo mundo sabe que esto ocurrirá en algún momento. No hay razón para retrasarlo, para que sigan los bombardeos y la muerte, para que haya más refugiados, más muertos y más familias en duelo en Ucrania y Rusia. Pero en lugar de instar a la paz, la mayoría de las naciones europeas han aprovechado la oportunidad para incrementar el suministro de armas, alimentar la maquinaria de guerra y aumentar los precios de las acciones de los fabricantes de armas.
Es tiempo de hablar sobre nuestra humanidad, o de la falta de ella, a las personas que se encuentran en una situación de profunda angustia como consecuencia de un conflicto armado, de la violación de sus derechos o de la pobreza extrema a la que muchos se enfrentan como consecuencia del sistema económico mundial.
Casi 10 por ciento de la población de Ucrania está exiliada, sufriendo traumas, pérdidas y miedo. La mayoría de los países de Europa ha apoyado a los refugiados ucranios. El gobierno británico pretende hacerlo también, pero luego atrapa a estas personas en la pesadilla de la burocracia deliberadamente laberíntica del Ministerio del Interior, buscando disuadirlos. En vez de esto, debería apoyar y acoger a los refugiados ucranios. Eso es lo que quiere el pueblo británico en general: la enorme generosidad de la gente de a pie está mostrando lo mejor de nuestra humanidad.
Sin embargo, en el trato hacia los refugiados desesperados, procedentes de guerras en las que Gran Bretaña tiene responsabilidad directa –como Afganistán, Irak, Libia y Yemen– la historia es dolorosamente diferente.
Si alguien está tan desesperado que arriesga todo intentando cruzar el canal de la Mancha en un peligroso y endeble bote, merece apoyo. En vez de eso, el plan del Ministerio del Interior es trasladarlos a Ruanda. Si creemos en la humanidad y en los derechos de los refugiados, entonces habría que tratar a todos de forma equitativa y decente y se les debería permitir contribuir a nuestra sociedad, no criminalizarlos. Si el Partido Conservador se sale con la suya en esta externalización, otros países europeos lo imitarán. El gobierno danés ya se ha pronunciado sobre esta propuesta, cruel e inviable.
Los efectos de esta guerra sobre la política y las esperanzas de nuestra sociedad serán enormes, sobre todo para las instituciones mundiales. Naciones Unidas se creó tras la Segunda Guerra Mundial para “salvar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Desde entonces, podemos enumerar la larga lista de conflictos por delegación que el mundo ha soportado y que han cobrado millones de vidas. Corea, Vietnam, Irán-Irak, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, India-Pakistán, la República Democrática del Congo y muchas crisis apenas han sido reseñadas por los medios de comunicación convencionales, quizá porque eran conflictos contra la ocupación colonial, como el de Kenia. A la ONU hay que hacerle una gran pregunta respecto de Ucrania. Cuando Rusia invadió brutal e ilegalmente Ucrania, ¿no era ese el momento para que el organismo enviara a su secretario general a Moscú para exigir un alto el fuego? La ONU ha actuado con demasiada lentitud, y gran parte del sistema de estados ha impulsado la escalada, no la negociación.
El llamado por unas instituciones internacionales más eficaces y proactivas para apoyar la paz se hizo con fuerza en abril de 2022 en Madrid, durante un congreso organizado por Podemos, tras un diálogo iniciado por la Internacional Progresista, organización de izquierda. Cada uno de los 17 oradores condenó la guerra y la ocupación y pidió un alto el fuego y un futuro de paz para los pueblos de Ucrania y Rusia. Los participantes conocían los peligros de la escalada del conflicto y de las nuevas guerras calientes, así como la violencia que traería una nueva guerra fría. Hay mil 800 cabezas nucleares en el mundo preparadas y listas para ser usadas. Un arma “táctica” mataría a cientos de miles de personas; una bomba nuclear mataría a millones. No se puede contener, ni limitar sus efectos. En junio, Viena acogerá una serie de actos por la paz en torno al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. Este tratado, apoyado por la Asamblea General de la ONU y con la oposición de los estados poseedores de armas nucleares, ofrece la mejor esperanza y oportunidad para un futuro sin esas armas.
Hay quien dice que hablar de paz en tiempos de guerra es un signo de debilidad; pero es lo contrario. Es la valentía de los manifestantes por la paz en todo el mundo la que impidió que algunos gobiernos se involucraran en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen o cualquiera de las docenas de otros conflictos en curso.
La paz no es sólo la ausencia de guerra; es la seguridad real. La seguridad de saber que podrás comer, que tus hijos tendrán educación y cuidados. Hoy, para millones de personas, esto no es una realidad.
Mientras, muchos países están aumentando el gasto en armas e invirtiendo en armas cada vez más peligrosas. Estados Unidos acaba de aprobar el mayor presupuesto de defensa de su historia. Lo que se destina a armamento son recursos que no se usan en salud, educación, vivienda o en pro del ambiente.
Este es un momento peligroso y arriesgado. Contemplar el horror y prepararse para más conflictos en el futuro no garantizará que se aborde la crisis climática, la crisis de la pobreza o el suministro de alimentos. De todos depende construir y apoyar movimientos que puedan trazar otro rumbo hacia la paz, la seguridad y la justicia para todas.