Ni la inflación ni el estancamiento productivo han sido procesos pasajeros como se sostuvo hasta hace poco tiempo. Los pronósticos oficiales del desempeño de la economía no se han mantenido y progresivamente se ajustan: los precios mantendrán una alta tasa de crecimiento por el resto del año y aun el entrante; el producto interno bruto estará muy por debajo de las estimaciones originales del presupuesto federal.
De manera inevitable hay cada vez una mayor coincidencia entre las previsiones del gobierno y las del mercado. Este cuarto año de gobierno estará marcado por las tendencias que van definiendo el desempeño económico global: una especie de “estanflación”.
La situación se complica aún más pues está delimitada por un persistentemente bajo nivel del gasto en inversión, lo que define el entorno de contención productiva en medio de las presiones al alza de los precios.
La llamada era del dinero fácil, es decir, el entorno de muy bajas tasas de interés que prevalecieron en general desde la crisis de 2008 llegó a su fin. Las tasas están aumentando en todas partes; la inflación aparece como un factor determinante en contra del crecimiento. Esto ocurre de una manera que prácticamente se empalma con el efecto adverso que había provocado la pandemia del covid-19.
La disyuntiva actual es que la naturaleza del proceso en curso no apunta a que la relación convencional que enmarca el comportamiento de las tasas de interés y su efecto sobre la inflación provoque un entorno de mayor estabilidad financiera. Hay factores específicos de las condiciones que definen la inflación y el crecimiento que parecen hacer de este un periodo especial. Además de que su horizonte temporal es indefinido.
La política de fuerte expansión monetaria que estableció la Reserva Federal de Estados Unidos desde la crisis de 2008, con un entorno de tasas de interés de prácticamente cero, alteró de modo significativo el precio del dinero (crédito).
Durante el largo periodo de vigencia del “dinero fácil”, mediante la expansión monetaria, se afectaron de modo relevante los precios relativos de los activos, como sucedió con las acciones de las empresas o los bienes raíces. Se acrecentó, así, el nivel general del endeudamiento.
El dinero no es una mercancía más en el mercado, tiene un estatuto especial. Sólo puede entenderse en el terreno de las transacciones, es decir, a partir de su papel en el mercado. Es ahí donde se conduce la política monetaria de los bancos centrales, mediante los distintos agentes que participan y las diversas instituciones del sistema financiero.
En 2013, Ben Bernanke, el entonces presidente de la Fed no pudo iniciar el alza de las tasas y volver a la que se considera como normalidad de la política monetaria. La liquidez siguió aumentando.
La restricción monetaria apenas ahora está ocurriendo con el alza de medio punto porcentual en las tasas de referencia que adoptó la FED de Powell la semana pasada; casi una década después. Tal fue la adicción a las tasas cero y tales las consecuencias y distorsiones en los mercados y su impacto en la distribución del ingreso y la riqueza en la sociedad.
La cuestión básica es que la economía ha desarrollado crecientemente, durante más de tres décadas ya, un sesgo eminentemente financiero, asociado con una mayor actividad especulativa. Dinero que lleva dinero dejando en la cuneta el impulso productivo, la generación de empleo e ingreso y, finalmente, de riqueza.
Muchas empresas se hacen rentables por su capacidad de gestionar altos niveles de deuda y no necesariamente por la rentabilidad de sus productos. Esta es una distorsión de primera magnitud en una economía capitalista y sus consecuencias son muy profundas.
Las raíces de esto se asientan firmemente y un ajuste no será fácil, expedito, ni ocurrirá de modo natural. Hoy los procesos económicos muestran características contradictorias. El primer trimestre el crecimiento de la economía estadunidense se contrajo, creció 1.4 por ciento anual; en abril se crearon 428 mil nuevos empleos. La inflación se estima en alrededor de 8 por ciento.
La renovación de tasas de interés y, además, crecientes obligan a decisiones de nuevo tipo y tomas de posición en los mercados financieros. Las bolsas de valores han caído de modo significativo, los inversionistas buscan algún modo de adaptación. Los tipos de cambio se ajustan igualmente; el dólar se fortalece, su valor frente al euro es el más alto en dos décadas.
Se busca en general algún modo de seguridad que por ahora no existe, las pérdidas para muchos agentes económicos serán grandes y duraderas, como podrá ser el caso de los inversionistas institucionales como los fondos de pensiones. El impacto distributivo podría ser salvaje.
La evaluación que haga aquí el gobierno de estas condiciones será de primera importancia para la gestión de corto y mediano plazos de la economía. Los escenarios de largo plazo en relación con las opciones y las oportunidades para promover el crecimiento, el desarrollo y el bienestar en el país están ya claramente sobre la mesa. No habrá muchas más por delante.