La poeta Dolores Castro (1923-2022) recibió un homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes la noche del sábado. Familiares, escritores, alumnos y lectores dedicaron un largo aplauso de pie a su memoria y legado.
Los paisajes de una vida se dibujaron en el homenaje Dolores Castro, una vida de poesía y enseñanza para recordar la fuerza vital y la generosidad como rasgos predominantes en sus casi 99 años.
“Por temor de morir se finge muerta o dormida, y no sé si al calor de tanta muerte fingida, algún día despierte muy quieta, muy despierta, muy viva”, se oyó su voz brotar gracias a un video en el recinto consagrado a las artes, donde se rindió una cálida y emotiva ofrenda a la poeta fallecida el pasado 30 de marzo.
La voz de Dolores resonó en la sala: “La poesía va a lo que es precisamente la raíz, la conciencia, la posibilidad de ver al otro, mi semejante. Uno vive hacia dentro y hacia afuera, no se puede ignorar lo que existe, porque entonces uno se vuelve loco con mucha facilidad”. Las palabras iban acompañadas por fotografías y momentos de su vida, como el saludo que envió a la ceremonia que recibió con motivo de su cumpleaños 98.
La poeta Coral Bracho habló sobre todo de la creación literaria de Dolores Castro; hizo un recorrido por sus poemarios, entre ellos Viento quebrado, Algo le duele al aire y El corazón transfigurado, además de su única novela: La ciudad y el viento.
“Fue una maravillosa persona, extraordinaria poeta, narradora, ensayista, crítica literaria y maestra de numerosas generaciones”, coincidió Bracho con la mayoría de quienes tomaron la palabra para elogiar a la poeta.
“Fue una persona única, siempre abierta, profundamente inteligente y sensible, generosa y vital, íntima en el más hondo sentido de la palabra y dueña de una inusitada capacidad creativa.”
Destacó su “proceso de percibir desde los más delicados detalles hasta su sentido más esencial, la riqueza de un diálogo íntimo que entabla con el mundo que la rodea y la integra, con la naturaleza, la tierra, el agua, el viento, los animales, las plantas, con su entorno social y político. Y consigo misma”.
Javier Peñalosa Mendoza, escritor y nieto de Dolores Castro, rememoró: “Para mi abuela la poesía no se reducía a la escritura: se expandía hacia esa otra forma del lenguaje que es la existencia. Y la citó, emulando el tono de su voz: “Javierito, está la poesía que uno hace, la poesía que uno escribe y la poesía que uno es; esa es la más importante”.
Agregó que “la suya era una poesía de ser, de la sencillez, de acomodar nuestras palabras con el mundo desde un lugar amoroso, una poesía que se acerca al lenguaje desde una conciencia asombrada e infinitamente agradecida con el milagro de existir”.
Sucedieron las palabras de los convocados para abordar la obra de la poeta y narradora, así como sus experiencias, y coincidieron en la generosidad, en la labor para la formación de generaciones de poetas y la pregunta que hacía con frecuencia: “¿Qué estás escribiendo?”
Acudieron a la ceremonia Carlos Reyes, director del Instituto de Cultura de Aguascalientes, quien habló del estado natal de la homenajeada y la forma cariñosa en que es recordada; la investigadora Gloria Vergara, y los poetas Marianne Toussaint y David Huerta.
Lucina Jiménez, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, última en tomar la palabra, agradeció a la ensayista, maestra, crítica y humanista. “Hemos escuchado con emoción este tributo a una mujer capaz de convertir imágenes que se desprenden de otras imágenes, hasta encontrar las palabras que expresan lo esencial de su sensibilidad profunda, su amor a la vida y a la justicia”, expresó.