Algún día volvería a caer. En el boxeo es inevitable, y anoche, en la arena T-Mobile de Las Vegas, Saúl Canelo Álvarez sufrió la segunda e inesperada derrota de su carrera. El mexicano lució irreconocible, sin el dominio acostumbrado y sin la solvencia de siempre. No pudo en una categoría grande, semipesado, ante un campeón, inteligente y firme, el ruso Dmitry Bivol, quien conserva el cinturón de la AMB. La revancha, sin embargo, queda sobre la mesa.
“En el boxeo se gana y se pierde”, dijo Canelo al final del combate; “siento que hice lo suficiente para ganar, pero perdí y hay que aceptarlo. No creo que haya sido por la diferencia del peso. Pero esto no se queda así”.
Bivol lucía intacto, como si no hubiera peleado esa misma noche.
“Soy el mejor y mantengo mis cinturones –dijo el ruso– respeto al Canelo, pero creo en mí mismo, si no crees en ti, ¿quién va a hacerlo? Sentí la pegada de Saúl, tiene velocidad y poder, pero ese fue su error: tirar sólo golpes de poder. Ha sido una gran noche en la que disfruté todo, incluso los abucheos, todo eso me dio energía”.
Canelo no pudo repetir la gesta de la división de los supermedianos, donde arrasó con la categoría. El rival inusitadamente fuerte, sorpresivamente inteligente, no se lo permitió. Seis centímetros menos de estatura que el peleador pelirrojo, dijo que no le afectaría porque está acostumbrado a lidiar con hombres más grandes. La desventaja la compensaría con la velocidad y una musculatura que cuando golpea hace daño. Pero las cosas no salieron como pensaba. Bivol recibía golpes como si se los lanzara un joven aprendiz.
Sin bandera y abucheado
Dmitry Bivol subió al cuadrilátero envuelto con el estigma de su nacionalidad. Sin la bandera de su país ni su himno; en cambio, fue recibido con un sonoro abucheo de los asistentes.
Canelo, un showman con demasiada experiencia, dio un espectáculo desde antes de subir al cuadrilátero. Mariachi, bailables y fiesta, el repertorio obligado en alusión al 5 de mayo, la fecha que los mexicanos en Estados Unidos celebran para refrendar la identidad.
El tapatío ha reinterpretado sus raíces. Sí, mariachi, pero ejecutando una pieza de hard rock, el hit ochentero The Final Countdown. Sí, con jorongo, pero de Dolce & Gabbana.
Apenas inició, Bivol arremetía con un jab para mantener a distancia a ese bloque muscular que era el Canelo. Éste respondía como un relámpago con una combinación clásica de dos golpes. Pero por primera vez, sus golpes parecían carecer de la dinamita de otras ocasiones. No era el Canelo, era el inconmensurable Bivol.
El ruso empezó a soltarse conforme avanzaron los episodios. Las manos más ágiles contra el tapatío, pero éste se quitaba los golpes con la habilidad de un prestidigitador, guantes y brazos para quitarse las manos enemigas, la cintura para volverse inalcanzable. Hay algo de síncopa en el ritmo del Canelo, movimientos cortados que no son blanco fácil para el adversario. Esquivar, para el mexicano, es un arte mayor.
Cuando Canelo se quedaba estático, analizaba el cuerpo del rival. Acechaba. Y si no podía lastimar el rostro, atacaba abajo. La vieja máxima del boxeo: castigar al cuerpo y la cabeza caerá sola. Pero con Bivol, aquella frase perdía sentido.
Sin duda, Bivol estudió al tapatío y sabía cómo enfrentarlo. No sólo la razón por la que ha defendido con éxito su cinturón en ocho ocasiones, sino porque además aguantaba los golpes sin chistar. Como si fueran un remedo y no los potentes puños que tiene el mexicano.
Eddy Reynoso intentaba corregir al Canelo. “No abuses de las cuerdas. Sube las manos”, le ordenaba.
Dmitry demostró una inteligencia inesperada. El boxeo en retroceso, caminar hacia atrás y contragolpear. Y el rostro del Canelo acusaba el castigo, sus golpes se perdían en un combate donde no lograba dar en el blanco y cuando impactaban no hacían daño. La pelea se le iba de las manos. Al final, Canelo se extravió en la ambición de su aventura.