Hace unos días se festejó el Día del Niño, que instituyó el 20 de noviembre de 1952 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas con el propósito de reafirmar los derechos universales de los infantes y para que se celebrara en cada país del mundo, consagrado a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del orbe y se destinaría a actividades que desarrollaran su bienestar.
Se sugirió a los gobiernos que festejaran este día en la fecha y forma que cada uno de ellos estimase conveniente. En México no sé por qué razón se designó el 30 de abril. Con este motivo hoy dedicamos esta crónica a hablar del Papalote Museo del Niño, inaugurado el 5 de noviembre de 1993, como una Asociación Civil sin fines de lucro.
El imponente edificio que lo aloja, obra del arquitecto Ricardo Legorreta, abarca un total de 24 mil metros cuadrados y está ubicado en la segunda sección del Bosque de Chapultepec. Consta de tres modernos edificios de grandes dimensiones que representan las figuras geométricas básicas: círculo, triángulo y cuadrado, recubiertas de azulejos en tonos azul y amarillos. En 2016 fue renovado para hacerlo más sustentable.
El proyecto se creó a iniciativa de la señora Cecilia Occelli y fue constituido formalmente como museo interactivo infantil bajo la dirección de la talentosa Marinela Servitje. Hay que decir que auténticamente lo es, ya que los niños tocan, mueven, juegan, son los actores y protagonistas guiados por los cuates, (palabra de origen náhuatl que significa amigo). Ellos integran un equipo de jóvenes estudiantes que desempeñan una labor de mediadores en la comprensión y transmisión de conocimientos.
En 1991, el entonces Departamento del Distrito Federal otorgó a la asociación civil el terreno de una antigua fábrica de vidrio para utilizarlo en la construcción del proyecto. Buena parte del museo lo conforman zonas jardinadas y amplios espacios al aire libre; entre ellas destacan el Jardín Maya, que integra la arquitectura y la vegetación propias de esa región, y el Patio de Jero, que debe su nombre a la pieza del escultor Jerónimo Arango.
Las actividades interactivas están distribuidas en cinco salas temáticas con los sugerentes temas: comunico, soy, pertenezco, expreso y comprendo; estos nombres en primera persona permiten a los niños enfatizar un papel protagónico durante su visita estimulando la imaginación, el aprendizaje, la destreza y el ingenio.
Otras de sus atracciones son el domo digital de 23 metros que explora los confines del sistema solar; la megapantalla, donde se proyectan diferentes películas en tercera dimensión, y el jardín exterior de 2 mil metros cuadrados para convivir con la naturaleza.
Abrió sus puertas con 290 exhibiciones, mismas que aumentaron hasta llegar a ser casi 320. La suma de nuevos contenidos ha implicado la constante renovación del discurso museográfico como del espacio físico, siendo la renovación más profunda la que mencionamos en 2016, cuando se remodelaron espacios, contenidos y la aplicación de medidas sostenibles en el funcionamiento del lugar.
Las exposiciones permanentes están relacionadas con el medio ambiente, la arqueología, la naturaleza y el ciberespacio; las exhibiciones temporales, realizadas en colaboración con instituciones públicas y privadas de México y el extranjero tienden a reforzar los temas que aborda el museo. Paralelamente, ha desarrollado el proyecto denominado Papalote Móvil, consistente en llevar una muestra del museo a otras ciudades del país.
No recibe subsidio gubernamental. Genera sus ingresos por medio de las admisiones, renta de espacios y concesiones. Asimismo, recibe donativos y patrocinios del sector privado. El programa de ayuda escolar, de responsabilidad social de Papalote, permite la asistencia de niños que no cuentan con recursos. Actualmente lo dirige Dolores Beistegui.
Llegó la hora de comer, y ya que estamos en el rumbo les propongo Casa Merlos. Está en Victoriano Zepeda 80, atrás del observatorio de Tacubaya. En un ambiente sencillo, muy mexicano, la dueña Lucila Merlos ofrece buena comida de su natal Puebla. Las chalupitas son el inicio obligado para acompañar el tequila de la casa. Después de una suculenta sopa poblana de flor de calabaza, nos deleitamos con los totopostles –bistecitos molidos en metate– que son la especialidad de la casa. De postre, la natilla de piñón.