Pocas horas después de la entrevista para La Jornada, el compositor californiano Terry Riley postea un dibujo con la frase “La verdad sólo puede ser cantada, nunca escrita”. Y no es difícil perfilar en Terry Riley a un músico con algunas respuestas, pero ninguna dogmática, más que nada algunas pistas para intentar comprender lo que hay en el cerebro del creador de discos como Persian Surgery Devishes, un concierto de 1971 en Los Ángeles, que suena como si existiera en diferentes eras musicales de forma paralela.
La constante en su discografía parece ser la capacidad de cambiar su propia obra, a veces meditativa, que busca como resultado un cuestionamiento constante. Un asunto relevante sobre el que Riley no se detiene: además de la manera en la que piensa sobre el arte, su nivel para tocar el piano da cuenta de una dedicación extraordinaria, de una vida dedicada a la música.
Su figura ocupa un espacio particular, con un desinterés en la idea del músico canonizado, enmarcado en el rótulo avant-garde, pero desprovisto de la formalidad de otros compositores de su generación. Algunas de sus obras tienen ecos de música popular, que aparecen como fraseos de jazz sobre ragas. Más interesado en discutir conceptos que en promocionar algún futuro lanzamiento discográfico, coloca algunos obstáculos que le resultan imprescindibles, no son ideas que lleva a la práctica en un acto posterior, sino que se funden en un único acto.
Acaso se podría pensar que Riley, de 86 años, actualmente viviendo en Japón, está dedicado a la composición/ejecución de su música, en vez de prestar su tiempo a un mundo que busca darle reconocimiento simbólico de forma constante para aumentar su propio valor y que esa situación consagratoria, aún para un músico alejado de los rankings, puede ser lo opuesto al mismísimo acto creativo.
–¿Qué lo inspira a usted además de la música?
–Todo, creo que ese es el trabajo del artista, encontrar inspiración en todos los aspectos de la vida cotidiana.
–Uno de sus maestros fue el músico indio Pandit Pran.
–Fue el mejor maestro de ese tipo de música y uno de los mejores maestros que tuve, enseñó a sus alumnos a encontrar su propia forma de relacionarse con lo hindú.
–Me gusta su disco Earth Groove, Voice of Cosmic India. ¿En qué consiste la forma cósmica de la música hindú?
–Hay muchos aspectos, pero principalmente existe una creencia religiosa que vincula una nota musical con el movimiento rotatorio del universo.
–¿Cuándo empezó a experimentar con cintas?
–A principios de los 60, unos años después trabajé junto a The San Francisco Tape Collective, ellos tocaron lo que querían cuando grabamos In C. La idea detrás de A rainbow in curved air era pequeña y relacionada con los interludios entre las notas. En lo particular, prefería trabajar solo, las cintas iban y venían del colectivo a mi estudio. Este interés por la manipulación de cintas sucedió en una época anterior a la popularización de los sintetizadores.
Espíritu colaborativo
–¿Lo inspiró el espíritu colaborativo de la época?
–Sí, pero también pienso que un músico debería ser capaz de trabajar solo, de crear una melodía para entretenerse a sí mismo.
–También participó en otros discos acompañado de diferentes músicos, por ejemplo, con John Cale.
–Coincidí con Cale brevemente en el Theater of Eternal Light de La Monte Young, fue mi compañero como estudiante en la Universidad de California. Unos años después éramos vecinos en Nueva York y armamos el disco Church of Anthrax.
–¿Es la repetición un concepto fundamental para usted?
–La repetición es inherente a toda la música, porque incluso una sola nota contiene un grado de repetición infinito.
–¿Cuán importante le resulta tomar riesgos en su obra?
–Fundamental, porque cuando no exploramos lo desconocido estamos como muertos y al final la muerte es la única certeza que tenemos. Tengo la duda de si lo que estoy ejecutando alcanzó su conclusión lógica y es momento de pasar a lo que sigue, o bien si hay que seguir, pienso a menudo en este tipo de asuntos.
“La música india me va a acompañar siempre”
–Actualmente vive en Osaka, ¿ha tomado un interés particular en la música japonesa?
–He escuchado algunas cosas, pero mi foco principal sigue siendo la música india y ese es un interés que me va a acompañar siempre.
–¿Alguna vez concibió la tecnología como una forma de liberación?
–Nunca, porque pienso que lo que precede al instrumento es una idea. Si bien hay ventajas con algunas formas actuales de editar y grabar, una parte de mi discografía fue ejecutada en una época en la que la capacidad tecnológica era bastante menor, pero tenía algunas ideas. No considero que la tecnología sea buena en sí misma, a menos que exista una buena idea para aplicarla.
–¿En qué se encuentra trabajando actualmente?
–En una obra para clarinetes y violín, pero más que mi último trabajo, me resulta interesante pensar si tendré la capacidad de sostener una mirada nueva sobre mi música el día de hoy.
–¿Qué pensó cuando escuchó Baba O’Riley, la canción de The Who que lo menciona?
–Estaba al tanto de lo que hacían algunos roqueros, pero me sorprendió porque no sabía nada sobre su interés.
–¿Qué recuerda de su primera visita a México?
–No sé si fue la primera vez, pero la más memorable fue cuando fuimos al mar con Ana Ruiz y Henry West. Tocamos música para los delfines.
–¿Ellos les respondieron?
–Cantaron, pero no sé si nos respondían a nosotros, porque cantan muy a menudo.