A veces me parece darme cuenta de que uno, el uno que yo soy, sólo ha vivido para darse cuenta de que nomás no ha sabido vivir, y de que cuando ha “vivido” que vivir sabía era/fue cuando más equivocado estaba.
Lejos de que la poesía sea una certeza, lejos de que la poesía sea un engaño, me planteo si no será nada más un regaño: –No estás haciendo lo que debes, o no lo estás haciendo como debieras –dice esa voz no soportable o sólo en humildad, de la que generalmente se carece, soportable.
Siempre intentando romper moldes para hacer nuevos moldes el artista, tenaz o terco, no sé si necio… Conviene aquí la reticencia.
–Y sin embargo te cuido, para eso me contrataron –reconviene–. Mas no debo olvidar que ese cuidarte incluye el advertir: no te fijaste al cruzar el semáforo, no te pusiste aceite de coco allá en la playa, dejaste caer una gota de vino en el mantel… Te jalo las orejas porque no quieres oír, o te pones a oír (de apariencia buena o mala) lo que no.
A veces me parece darme cuenta de que me estoy dando cuenta de lo que debí darme cuenta desde hace cuanto. Tal me pasa al cantar, algo tan parecido a hacer (a dejar que se haga, inciertamente en uno e idealmente en el mundo, la poesía). Me ocurre al dibujar, e incluso al bailar –que casi no bailo, ni siquiera a solas en casa. Entraba en ese estado cuando aún era posible tañer la flauta.
Y así me gustaría que pasara, a veces pasa, cuando se supone que enseño, o que preparo mi colaboración para el periódico. Uno se aplica a los haceres para darse cuenta de que existe un sentido, de que todo tiene sentido, así muy escasamente –o no tanto, pero siempre de modo insuficiente– lo perciba.
Uno se aplica a hacer para sentir el sentido de las cosas, del mundo, de uno mismo. Las más de las veces, cierto, yerra, pero cuando lo encuentra, o cuando cree encontrarlo, los poquísimos puntos de lo que hemos aludido tienden a unirse, como que se resuelven en unidad con el hacedor/invocador y por instantes –¿astros, luciérnagas?– como que danzan. Se trata de un momento que, aun cuando claramente no eterno, como eterno ha de ser recordado.
Me repito: “El sentido se siente, no se sabe; pero sentir el sentido es un saber”. Ese sentir, ese sentir el sentido, pudiera ser el sentido de las artes, de la poesía, y muy probablemente de la vida, voz cuyo pleno sentido acaso sólo descifremos al morir.