La invasión rusa de Ucrania ha desatado un acalorado debate político sobre las consecuencias geopolíticas del conflicto. Menos advertido, el conflicto ucranio ha abierto el camino para una militarización más amplia de lo que ya era una economía global de guerra cuando el capitalismo global está sumido en una profunda crisis política y económica.
La administración Biden anunció en marzo un aumento de 31 mil millones de dólares en el presupuesto del Pentágono y por encima de una consignación aprobada semanas antes de 14 mil millones de dólares para la defensa de Ucrania. En 2021, Washington aprobó un presupuesto militar de casi 800 mil millones de dólares aun cuando, ese año, puso fin a la guerra en Afganistán. Tras la invasión rusa, los gobiernos de Estados Unidos, Unión Europea y otros asignaron miles de millones más a los gastos militares y enviaron armamentos y contratistas militares privados a Ucrania. Las acciones de las compañías militares y de seguridad se dispararon tras la invasión: Raytheon (8 por ciento), General Dynamics (12), Lockheed Martin (18), Northrop Grumman (22). Las acciones de firmas militares en Europa, India y de otros países tuvieron aumentos similares ante la expectativa de un alza exponencial en el gasto militar global.
La invasión rusa –brutal, imprudente, y condenable– ha desatado debate sobre el papel que la expansión de la OTAN a Ucrania jugó en motivar al Kremlin. Los funcionarios de EU estaban conscientes de que dicha expansión impulsaría a Moscú hacia un conflicto militar, como afirmó un informe reciente de la corporación RAND, consultora del Pentágono. “Las medidas que proponemos se conciben como parte de una campaña para desequilibrar al adversario, causando a Rusia a sobrextenderse militar y económicamente”.
Juega aquí un papel central la acumulación militarizada –las guerras sin fin, los conflictos en potencia, los disturbios civiles y políticos, y las acciones policiales– en la economía política global, la cual depende de los mismos para sostener la acumulación de capital ante el estancamiento crónico y la saturación de los mercados globales. Estos procesos abarcando una fusión de la acumulación privada con la militarización estatal para sostener el proceso de la acumulación de capital.
Los ciclos de la destrucción y la reconstrucción proporcionan salidas constantes para el capital sobreacumulado, abriendo posibilidades de reinvertir el dinero que han acumulado los capitalistas trasnacionales. Las guerras proporcionan importante estímulo económico. Históricamente han sacado al sistema capitalista de las crisis en tanto sirven para desviar la atención de las tensiones políticas y de los problemas de la legitimidad. Fue la Segunda Guerra Mundial lo que finalmente permitió al capitalismo global salir de la Gran Depresión. La guerra fría legitimó 50 años de aumentos de los presupuestos militares. Las guerras en Irak y Afganistán, las más largas en la historia moderna, ayudaron a mantener a la economía a flote ante el estancamiento crónico en las primeras dos décadas del siglo en curso. Desde el fervor anticomunista de la guerra fría, hasta la “guerra contra el terrorismo”, seguido por la llamada nueva guerra fría, y ahora la invasión rusa a Ucrania, la élite trasnacional, encabezada por Washington, ha tenido que conjurar un enemigo tras otro para legitimar la acumulación militarizada y desviar la atención desde las tensiones internas hacia los enemigos externos y las amenazas artificiales.
El 11 de septiembre de 2001 marcó el inicio de una época de guerra global permanente en la cual la logística, la guerra, la inteligencia, la represión, y el rastreo –hasta el personal militar– están cada vez más en el dominio privatizado del capital trasnacional. Los gastos militares estatales a escala mundial crecieron más de 50 por ciento desde 2001 hasta la fecha, en tanto se cuadruplicaron las ganancias del complejo militar-industrial. Las compañías militares con fines de lucro emplean unos 15 millones de personas en el mundo, mientras otros 20 millones trabajan en la seguridad privada. El monto gastado en la seguridad privada en 2003, el año de la invasión a Irak, era 73 por ciento más alto que el monto gastado en el sector público, y tres veces más personas estaban empleados en compañías de fuerzas privadas que en las fuerzas del orden público.
Estos soldados y policías corporativos fueron desplegados para resguardar la propiedad corporativa; proporcionar seguridad personal a los ejecutivos y sus familiares; monitorear, espiar y recoger datos; efectuar operaciones policiales, paramilitares, contrainsurgentes y de rastreo; control de multitudes, actividades antidisturbios, y represión de manifestantes; administrar prisiones, y participar en guerra. Estas firmas militares privadas están llegando en masa a Ucrania. Algunas firmas mercenarias ofrecen entre mil y 2 mil dólares al día para quienes tienen experiencia en el combate.
La crisis del capitalismo global es económica, del estancamiento crónico y también política, de la legitimidad de los estados y de la hegemonía capitalista. Miles de millones de personas en el mundo encaran luchas inciertas para la sobrevivencia y cuestionan un sistema que ya no consideran legítimo. Las fricciones internacionales crecen en tanto los estados, en su esfuerzo por conservar la legitimidad, buscan sublimar las tensiones políticas y evitar que el orden social se fracture. En el mundo han proliferado las huelgas y protestas en masa. Las guerras y los enemigos externos permiten a los grupos dominantes –en su empeño por retener el dominio– desviar la atención de las tensiones políticas y de los problemas de la legitimidad.
En EU, la lucha de clases se intensifica, con una ola de huelgas y campañas de sindicalización en Amazon, Starbucks, y otros sectores de la economía gig. La actual espiral inflacionaria y la escalada de luchas de clase en el mundo subrayan la incapacidad de los grupos dominantes de contender la creciente crisis. El empuje del Estado capitalista de externalizar las repercusiones políticas de la crisis aumenta el peligro de que las tensiones internacionales y los conflictos locales, como en Ucrania, desemboquen en conflagraciones internacionales más amplias y de consecuencias imprevisibles.