Afuera de las rejas de la Catedral Metropolitana –donde en 1978 madres de desaparecidos iniciaron su primera huelga de hambre–, el Comité Eureka realizó un homenaje ciudadano a Rosario Ibarra. Ahí se instaló un tendedero con fotos de jóvenes secuestrados por agencias del Estado.
En la cantera se colocó, pegado con cemento, un mosaico con la foto de Jesús Piedra, detenido y desaparecido en Monterrey el 18 de abril de 1975.
Como parte del recuerdo y homenaje a la luchadora social, Priscila Ortiz, integrante de dicha agrupación, dijo: “Varias de sus compañeras de lucha se fueron también con el mismo dolor en el corazón, de no saber el paradero de sus hijos”.
En el tendedero se colocaron fotografías de Alma Merino, madre de Alicia de los Ríos Merino, desaparecida en 1978; Lucina Henestrosa, cuyo hijo Víctor Pineda Henestrosa, desapareció el mismo año; Laura Saldívar, madre de Óscar Javier Gaytán Saldívar, desaparecido en 1974; y de María Mora, progenitora de Enrique Pérez Mora, asesinado en 1976.
Ortiz recordó que el homenaje a Rosario Ibarra se llevó a cabo 15 días después de que la fundadora del Comité Eureka “partió de este mundo, pero para mí no ha muerto. La llevamos siempre en nuestro corazón, una compañera de lucha que entregó su vida buscando a su hijo Jesús”.
Relató cómo aquella huelga de hambre se prolongó por más de 70 días con la exigencia de presentación de los desaparecidos.
Del mismo comité, Juan Carlos Mendoza manifestó: “Estas rejas que hoy son fundamentalmente parte del mundo turístico fueron testigos y protegieron a un movimiento que no debía existir. Aquí, en estas rejas, Rosario Ibarra y las doñas encontraron refugio entre policías y granaderos que las corrían del interior de la Catedral”.
Dijo que en contraste con la visión que México quería presentar al mundo, de libertades políticas y de asilo a los perseguidos de otros países, por dentro estaba cubierto de sangre”.
David Roura definió el activismo de Rosario Ibarra: “Había huellas de ella por todo del país”.
Contó cómo el 28 de agosto de 1978, cuando pasaba en su automóvil por el circuito de la Plaza de la Constitución, escuchó “la voz de una mujer que hablaba de su hijo desaparecido… ahí conocí a Rosario, a quien le habían echado agua las autoridades eclesiásticas”.
Desde entonces, dijo, los unió la amistad y, junto con otros luchadores del Comité del 68, presentaron la demanda contra los genocidas de aquel año “y gracias a ello logramos que Luis Echeverría” llevara un proceso penal, recluido en su casa.
Ciudadanos y colaboradores del comité pintaron en el pavimento: “Vivos los queremos…”