Ciudad de México. Con su propio sistema de oferta y demanda, que depende del número de compradores que llegan en la madrugada, en la Central de Abasto (Ceda) en cuestión de minutos se fija el precio de los productos del día y se teje la red de distribución de alimentos más grande de la zona metropolitana y del país. Ahí, aseguran comerciantes, los precios son hasta 35 por ciento más bajos que en los grandes supermercados.
En el ir y venir de cientos de tráileres, camiones y camionetas se comercializan de 30 mil a 45 mil toneladas de productos al día entre abarrotes y víveres, aves y cárnicos, frutas y legumbres, flores y hortalizas, que –según datos del gobierno de la Ciudad de México–, generan al año 9 mil millones de dólares, equivalentes a 2.2 por ciento del PIB de la capital del país.
Todos los giros son dinámicos, pero el de frutas y verduras marca el ritmo del mercado mayorista, en el que los bodegueros de chiles serranos, jalapeños, tomate verde o jitomate del pasillo OP salen a recibir los camiones a las tres de la mañana.
Antes del amanecer, como corredores de las bolsas de valores, pero a la antigua, en lugar de acciones, salen a colocar sus productos. Traen un precio en mente, caminan, observan cuántas unidades llegaron. Pasan 15 minutos y no hay venta. Aguantan hasta que el de al lado logra el primer pedido. Después es un ir y un venir de ofertas, hasta que el precio se estabiliza.
Aunque la gasolina y los insumos para la producción inciden en el costo de los alimentos, son los factores naturales los que más disparan los precios. “Si hay mal tiempo, huracán o sequía, los productos se escasean y todo sube”, cuenta Pedro Torres, integrante de una las familias fundadoras de este centro de abasto.
Supera a grandes cadenas
Tener a la puerta de sus bodegas los productos del campo, les da la ventaja de ofrecerlos hasta 35 por ciento menos que los supermercados y mercados públicos de la ciudad, pero en algunos casos hasta más, como sucedió con el limón, que mientras en las tiendas de autoservicio el kilo rondó los 100 pesos, en el pasillo MN se ofreció a 30 pesos.
La explicación es muy sencilla, dicen los comerciantes. Los supermercados cotizan todos los martes para sus promociones, pero con el costo de ocho días antes. Si el producto empieza a bajar en la Ceda, ese cambio se ve reflejado una semana después en las tiendas de autoservicio. Sucede lo mismo en los mercados públicos, pero la diferencia es de uno o dos días.
En la Central de Abasto no hay lugar para la especulación, aseguran. Los productos tienen que salir lo más pronto posible, pues su precio va mermando según su calidad. “Es más fácil reventar precios, lo más bajo posible, cuando llega un cargamento que perdió la cadena de frío, que incrementarlos”.
La variedad –no hay entidad que no coloque un producto en este mercado mayorista, desde los lugares más remotos del sureste y norte del país–, y los precios atraen diariamente a medio millón de clientes que desde las diez de la noche llegan al área de flores y hortalizas, donde empieza el movimiento con cerca de 900 productores que traen los nopales, la coliflor, los romeros, espinacas y las lechugas recién cortadas.
Al interior, son los paperos los que empiezan el trajín con el lavado de las papas, para arrancar sus ventas a las tres de la mañana. Y después como fichas de dominó que caen, uno a uno, van abriendo los negocios de jícamas, las guayabas, los jitomates y las cebollas, hasta llegar el frenesí que inicia a las cuatro y se prolonga hasta las diez de la mañana.
Según datos del fideicomiso de la Ceda son 327 hectáreas con 9 mil bodegas y 2 mil 500 locales comerciales, donde se compra, se vende y revende, desde un kilo hasta toneladas, a granel o al gusto del cliente. Todos son negocios familiares, que se van heredando de generación en generación. Pedro Torres estudió comercio internacional, pero toda su vida ha trabajado en la Central. Su abuelo comenzó con la venta de carbón y su mamá con frutas y verduras por allá de los años 50 cuando surtía a las primeras tiendas de autoservicio como el Sardinero, La Luna y San Francisco de Asís. “Con Aurrera tenía el registro número 10 de proveedor, imagínate la trayectoria”, expresa.
Son casi 10 mil bodegueros y locatarios con más de 90 mil trabajadores entre cargadores, carretilleros y vendedores, que sostienen esta comunidad que no para ni para dormir. Entre música regional de los artistas de moda y los pregones de ofertas: “A 20 la pieza de piña dulce, cuántas va a llevar, patrona”, “va a querer diablo”, en el pasillo I-J, de venta al menudeo y muestrario de toda la Ceda, no hay inflación. “Cuál crisis”, reza un letrero que ofrece a seis pesos el kilo de cebolla y a 100 el costal.
Trece mil carretilleros, que con sus silbidos se abren paso en el vaivén de los pasillos, se disputan el traslado de los víveres. La primera carrera se da por alcanzar el diablo más barato, cuya renta oscila entre los 20 a los 27 pesos. ¿Ir al gimnasio? ¿Para qué? Aquí se hace músculo. Juan Pablo Morales, joven veinteañero tensa sus brazos al máximo al tratar de levantar el diablo con la carga con cebollas moradas recién llegadas de Morelos. Al segundo intento lo logra, después un poco de física y maña, hacen su trabajo. Un carretillero logra alzar hasta media tonelada, pero él presume que ha cargado hasta 700 kilos. Otros, como Miguel Lara, por 120 pesos descarga a “machete” –así se le dice por la forma que adquiere la penca en su hombro– un torton de 12 toneladas de plátanos una mañana cualquiera.
Se dice que 80 por ciento de los alimentos que se consumen en la ciudad se distribuyen de la Central de Abasto. Directamente o a través de mil 500 puntos de venta, entre restaurantes, comedores industriales, tiendas de autoservicio, pero su alcance va más allá, pues llegan a otras entidades o, incluso, al extranjero.
Seguridad
El dinamismo económico del mercado mayorista atrae a los “amigos de lo ajeno”, e incluso, en años anteriores, motivó movilizaciones y bloqueos para exigir mayor seguridad, recuerdan los comerciantes. La situación era ya incontrolable. Estaba La Rapidita, una rifa que se hacía a 20 pesos el boleto por una empresa fraudulenta, que vendía por miles. A las doce del día se hacía el sorteo y después un jovencito recorría los pasillos anunciando el número ganador, pero nadie sabía si era cierto. “Trajeron a mujeres extranjeras, sobre todo colombianas, que utilizaban como aparador. Con tanto chavo aquí y la testosterona hasta el tope imagínese el éxito”.
Y después hasta el narcomenudeo sentó sus reales. En plena pandemia un laboratorio de drogas sintéticas fue desmantelado entre los pasillos KL. “Ahora, no podemos decir, que no hay consumo, hay muchachos que trabajan 36 horas seguidas, lo hacen para aguantar las jornadas que son extenuantes, empacar o descargar un tráiler no es sencillo. Es como el sexoservicio, no tolerado, pero en los bajopuentes peatonales, todo mundo sabe que lo hay”.
La batalla por la seguridad sigue, pero los comerciantes reconocen que las cosas han mejorado en la actual administración. “Un mercado donde entran 500 mil personas va haber el carterista, pero no hemos tenido delitos de alto impacto, que ya se habían convertido en el pan de cada día. Hoy que dejamos la nota roja de los periódicos, lo que pedimos es promoción, somos el mercado más grande del país y de muchos lugares del extranjero”.