La Habana., Una breve y magnífica primavera libresca concluyó este sábado en Cuba luego de 11 días de fiesta literaria que convocó diariamente a millares de personas dispuestas a conquistar el Parque Histórico Militar Morro-La Cabaña, sede principal de la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana (FILH).
La isla fue magnetizada por este regreso multitudinario del encuentro editorial, luego de dos años de confinamiento y aún con medidas sanitarias para prevenir contagios de covid-19.
Mabel Téllez Sánchez, jefa de la Gran Carpa Librería, explicó a La Jornada que sólo en ese espacio se vendieron un millón de libros durante la FILH. “Si tomamos en cuenta la situación del país y la pandemia, ha sido un éxito”, celebró.
Ese punto es uno de los tres espacios que la Distribuidora Nacional del Libro de Cuba, entidad encargada de la circulación de los textos editados por el Estado cubano, instaló en la feria que este año contó con diversas subsedes.
Téllez Sánchez detalló que el 21 de abril rompieron récord al vender 205 mil ejemplares, mientras el sábado pasado superaron los 106 mil. El resto de los días registraron en promedio unos 80 mil libros adquiridos por los visitantes, de la oferta de alrededor de 670 títulos de novela, poesía, ensayo, ciencia, política e historia que llevaron.
Los lectores se levantaron temprano el 30 de abril, último día de actividades del encuentro. Más de un centenar de personas se arremolinaba en el transporte habanero para dirigirse hacia la fiesta de libros. El ambiente era de celebración, un poco galvanizado por la prisa que se respiraba. La rítmica habla cubana pedía apresurarse al despachar las guaguas: “Hay coví, ya no llenen. Dale. Hay coví”, reñía una anciana. Todos portaban cubrebocas; sin embargo, buena parte los desplazaban a la barbilla.
La mañana calurosa en la ciudad, cruzada por algunas ráfagas de viento fresco. En el camión los jóvenes eran mayoría. Dicharacheros, alegres y expectantes. Sonrientes bajo el nasobuco, o sin él muchos de ellos. Tamborileaban, repetían ritmos al hablar y a veces cantaban. Madres con sus hijos, familias completas. Ya va la guagua, ya avanza lenta, ya llega.
México y el FCE, presentes
A las 11 de la mañana, los visitantes en el casco antiguo de la capital colmaban su pasión lectora y caminaban con sus nuevas adquisiciones bajo el brazo. En el céntrico Parque de la Fraternidad una escena casi clásica de la fotografía cubana: un niño caminando a la saga de su padre, frente a uno de los edificios antiguos y blancos, ambos con su carga preciosa en las manos, una veintena de libros entre ambos, los más grandes llevados por el adulto. Van contentos.
La noche anterior, narra una mujer, pensó que necesitaba nuevos libros porque diariamente le lee un cuento a su hijo y de su librero ya se sabe todos de memoria.
La FILH, con México como invitado de honor, también se asentó en La Habana vieja, en los espacios estrenados como subsedes: la Casa Benito Juárez, los palacios del Segundo Cabo, el de Los Capitanes Generales, el Colegio Universitario de San Gerónimo de la Habana, la Casa Víctor Hugo, el Anfiteatro de la capital, entre otros.
Alrededor de ellas, los conocidos paladares, el bullicio de las cubanas voces desde los balcones, el tono que imprimen a sus palabras para preguntar el lugar en que se compró algo a completos extraños o pedir fuego para el cigarro: “Atiende, mi hermano”.
A la entrada de la feria, en el morro La Cabaña, una chica carga su bolsa blanca. Busca libros de medicina y lleva uno para su hermano, más otros de Óscar Wilde, Omar Steiner y Ambrose Bierce. “Me gusta Agatha Christie”, añade. “Vine temprano y había muchas personas”. Como ella, decenas salen con sus ejemplares, leyéndolos de camino.
En el módulo de Editorial Abril, que publica el best-seller El gran libro Chamaquili, de Alexis Díaz-Pimienta, no cabe ni un alma, es un espacio reducido. Durante la FILH vendieron 7 mil de los 8 mil ejemplares que se tiraron de esa recopilación por los 10 años del clásico cubano, informó la subdirectora comercial del sello, Liset Franco Martínez.
La feria es un vértigo entre personas, libros, el mar en lontananza, y las palabras oídas al paso, dichas con el aspaviento habanero. Todo es conversaciones y textos. Un hombre se detiene para contar que compró los libros La edad de oro, de José Martí, otro sobre la juventud cubana y Máximas de La Rochefoucauld. Aunque a él sólo le gustan, dice, “libros de policiaco”; los otros son porque “leo para hablar a mis dos hijas”.
En efecto, los libros de detectives son muy atractivos para los cubanos, de esos que “no lo dejen dormir a uno”, menciona otro lector. Una
El sello mexicano fue central en la edición 30 de la FILH. Llevó alrededor de 30 mil ejemplares para su venta en la isla, de los cuales, hasta el pasado lunes, se habían vendido más de 3 mil 300.
“Los cubanos nos recibieron de maravillosa manera. Son lectores que no sólo van a buscar qué encuentran, sino títulos específicos; saben a lo que van”, afirmó Ozcevely Ramírez, colaboradora de la editorial mexicana que este 7 de mayo inaugurará una librería en una zona emblemática de La Habana.
La Gran Carpa Librería luce muy activa el último día. Ofrece publicaciones del Estado cubano y de todos los temas posibles. Sus seis cajas para pagar estuvieron continuamente ocupadas; apenas uno de cada 20 visitantes no adquirió nada.
La FILH en sábado es una especie de paseo dominical. Los vestidos ondean, los cabellos al viento, las fuentes blancas bajo las nubes y el cielo azul. En los alrededores, una chiquilla abraza su Réquiem por Teresa, de Dante Liano, del FCE.
Las tantas formas de tomar un libro
Huele a café y tierra recalentada, a plásticos bajo el sol y personas atareadas, apenas a tabaco por momentos. Sabe a expreso y refresco Coral de limón en bolsa; a croquetas de pollo, dulces o arroz. Las conversaciones forman un mosaico de intereses defendidos con tesón y a voz en cuello. Los niños lectores cargan sus libros hasta casa o los leen debajo de una sombra.
Un peruano, empleado de la Organización Panamericana de la Salud, exhibe la novela recién adquirida en el Pabellón de México: Doce pacientes, de Eric Manheimer.
Un poco más allá, una niña revisa a conciencia el libro que tiene en sus manos. Cariñosamente lo gira, lee el reverso, ve la ilustración de la portada concentrada. Le gustan los libros de terror. Es la segunda vez que viene, acompañada por su padre. Ya había comprado dos y volvió por otros: “¡Me encantan!”
Hay tantas formas de leer y maneras de tomar un libro como personas. Los cargan como algo natural, los colocan en el suelo y los levantan para hojearlos como al descuido. No con admiración sacra, sino en la intimidad de lo querido. Ya en plena tarde sabatina, hay carpas con decenas de cajas vacías mientras los encargados lucen agotados.
El rayo solar se inclina y los puestos se van quedando vacíos. “¡Últimas ofertas!”, anuncian los vendedores. Algunos resisten la invitación disfrutando la lectura bajo la sombra. Casi las cinco de la tarde y aún hay personas intentado entrar: “Todavía voy a mirar lo que quiera”, sentencia una joven. Uno de los últimos asistentes, un pequeño de unos seis años que va llegando, musita: “¿Se va todo el mundo?”.
Así se despide la edición 30 de la Feria Internacional del Libro de la Habana, con la promesa de volver.