Muchas razones se esgrimen para explicar el paulatino alejamiento del público capitalino a la Plaza México, pero la triste realidad es que todo tiene un límite y ya va para tres décadas que dos multimillonarias empresas han hecho lo que se les ha ocurrido, pero sin sensibilidad para registrar que la gente ya se hartó de tanta autorregulación sin emociones, con carteles antojadizos y minitemporadas etílicas.
Ayer, en la primera corrida, se lidió un encierro de la dehesa zacatecana de Pozohondo, con edad y bien presentado en general, que cumplió en varas provocando un desmonte y un tumbo pero que se apagó en el último tercio, reduciendo su acometividad a embestidas pasadoras y sosas más que con trasmisión y fondo, a excepción de los corridos en segundo y cuarto lugar, ovacionados en el arrastre.
El triunfador de la tarde fue el hidrocálido Arturo Saldívar, con una tauromaquia sólida, una madurez en aumento y un hacer sereno y sentido, no obstante lo poco que ha toreado. Enfrentó primero a Farolillo, con el que estructuró una templada faena por ambos lados en series muy bien rematadas. Se fue por derecho y dejó una estocada entera, perdiendo el engaño en el embroque, acertó en el descabello y la gente, emocionada, solicitó la oreja que fue concedida. Su segundo llegó con son pero se apagó pronto. Con su historial, Saldívar no merecía este cartel.
Ernesto Javier, Calita, primer espada, ha perdido el toque con el toro, pero sobre todo con el tendido, que no acabó de emocionarse con la labor del diestro mexiquense, con poca interioridad y un desempeño de forma más que de fondo. Huajillo (sic), segundo de su lote, alto y muy bien armado, llegó a la muleta con calidad y recorrido por ambos lados, pero las iniciales series con hondura se fueron diluyendo, y lo que debió ser un triunfo rotundo fue malogrado con dos estocadas y un descabello. Tuvo la vergüenza de agradecer los aplausos desde el callejón.
Y Miguel Aguilar no sólo está sobrado de ganas y de afición, sino de exceso de confianza, como si los toros debieran intuir y respetar sus ansias de ser. Destacaron los derechazos a su primero, que embestía a media altura, y con su segundo inició enjundioso su labor muletera con tres cambiados por la espalda y series aguantando de verdad. Al iniciar una bernadina fue prendido y volteado, recibiendo al caer un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Sin la chaquetilla regresó rabioso al toro, dejó una entera algo tendida y acertó en el descabello. Pero las orejas no se cortan porque se salga ileso.