Antes que nada, dos tesis:1). La guerra que Rusia desató en Ucrania es un afán de la recolonización de este país y 2). Los crímenes −asesinatos, violaciones, deportaciones− cometidos durante de ella (Bucha, Borodyanka etc.) se inscriben en una larga historia del colonialismo en la que la suspensión de la ley y la negación de la existencia de una población o una nación −en este caso los ucranios y Ucrania− son necesarias operaciones (anti)legales y retóricas que preceden y justifican su destrucción.
Lo que apuntaba Achille Mbembe respecto a la colonia “un sitio por excelencia donde controles y garantías del orden judicial pueden ser suspendidas –una zona donde la violencia del estado de excepción está destinada a operar al servicio de la ‘civilización’” ( Necropolitics, 2019, p. 77), aplica tanto a las “misiones estabilizadoras” del Mundo Occidental en Irak o Afganistán, las “operaciones antiterroristas” de Israel en Palestina, como a la “operación especial” del “Mundo Ruso” (bit.ly/3rYftod) en Ucrania.
Detrás de todas estas figuras acuñadas para ocultar la violencia −en Rusia el mismo uso de la palabra “guerra” ha sido prohibido penalmente (sic)− está la tendencia de diluir la frontera entre la acción militar y la pacificación de la población civil.
En la “misión estabilizadora”, en la “operación antiterrorista” o en la “operación especial” la diferencia entre las tropas, la población civil y los “terroristas” queda borrada, igual que en la colonia misma donde, como subraya Mbembe, es imposible distinguir entre un “enemigo” y un “criminal” (ídem).
En este sentido no extrañaba que Putin, justificando la invasión a Ucrania, sonara indistinguible de cualquier primer ministro israelí desde Golda Meir –“¡No hay tal cosa como palestinos!”−, diluyendo estas líneas y usando el lenguaje típicamente colonial y deshumanizador al asegurar que “no hay tal cosa como Ucrania” y “no hay tal cosa como ucranios”.
Entre Rusia e Israel que justifican sus invasiones −Gaza, Ribera Occidental, Líbano, Ucrania, etc.− con argumentos de “autodefensa” o ven las tierras de otros como “cunas de sus civilizaciones que les pertenecen”, la única diferencia era, como bien ha notado Gideon Levy, la llena de hipocresía reacción del mundo: mientras los ucranios eran aplaudidos por su resistencia, los palestinos seguían siendo tildados de “terroristas” (bit.ly/3jYznei).
Pero también había otra: mientras para los israelíes, los palestinos tienen que desaparecer porque “son diferentes”, para la élite rusa los ucranios tienen que dejar de existir y ser recolonizados porque “son iguales”, tal como lo expuso Putin en su discurso que precedió la invasión y en uno de sus, antes desapercibidos y llenos de clichés coloniales, artículos ( On the Historical Unity of Russians and Ukrainians, 12/7/21).
Igualmente, el bizarro texto “programático” de RIA Novosti (bit.ly/3kiBObG) que en medio de la invasión exponía, bordeando incluso con “un aviso del genocidio” (bit.ly/3LjHqhM), las intenciones de Rusia, estaba lleno de esto. No sólo actualizaba los viejos tropos imperiales zaristas/estalinistas: también adoptaba los gastados tópicos huntingtonianos para el “Mundo Ruso” a fin de excluir a los colonizados (los ucranios) del “universo civilizado”.
Haciendo uso de la típica operación discursiva según la cual el subalterno (el ucranio) es incapaz de representarse y gobernarse por sí solo y tiene que ser representado y gobernado (por Moscú), una hutzpah colonial expuesta en diferentes momentos por Edward W. Said −teniendo Ucrania igualmente una larga historia de ser “orientalizada” tanto por Rusia, como por ejemplo, por Polonia: ¡Henryk Sienkiewicz! (bit.ly/3Mxw5ej)− este planteamiento hacía una mancuerna perfecta con el pensamiento colonial de las guerras neoimperiales de Occidente.
Resulta que las visiones antagónicas de rivalidades en el mundo de hoy tienen una raíz común y compartida (sobre el pensamiento colonial detrás de las guerras de Estados Unidos e Israel, véase: Derek Gregory, The Colonial Present, 2004), como lo demostraba también la invención del concepto de “ucronazismo” por la propaganda rusa que emula el “islamofascismo” bushiano, siendo ambos conceptos neocoloniales.
Al igualar todo lo ucranio con el nazismo y la “denazificación” con la “deucranización” −sin olvidar acá la historia del propio fascismo ucranio (bit.ly/3rVRJ49) ni el presente de su neonazismo (bit.ly/38r5Ffs)−, para Moscú la sola existencia de la identidad nacional ucrania es una “amenaza existencial” de la que la nación rusa “tiene todo el derecho a defenderse” −el mismo argumento bajo el cual los israelíes “se defienden” de los palestinos− sin tener que preocuparse por las limitaciones del derecho humanitario, criminalizando y sacando toda una nación del dominio de la ley.
Las vidas ucranias de este modo −desde la perspectiva rusa− dejan de ser “dignas de ser lloradas” (Judith Butler dixit) y quedan sujetas, dado que “todo ucranio que niega ser ruso es un nazi”, o sea, un “criminal” en términos mbembianos, a su potencial eliminación. En el mismo tiempo y en un giro propiamente dialéctico de la misma “línea abisal colonial” (B. de Sousa Santos dixit) las mismas vidas y los refugiados ucranios −desde la perspectiva de Occidente− “valían más” que los de Siria o Afganistán, al igual que las masacres de allá o las de Libia o Yemen nunca eran tan “aterradoras” como las de Ucrania (bit.ly/3vqcdUI).
En la matriz colonizadora compartida la distancia entre Irak, Palestina y Ucrania no es tan grande como parecería.