Dejémonos de eufemismos: quien está detrás de la estrategia y la táctica de la guerra en Ucrania desde hace años es Estados Unidos (EU). Las operaciones militares de gran envergadura actualmente en curso en el país eslavo tienen, a fin de cuentas, su origen en la desaparición de o la prolongación del sangriento conflicto armado en el Donbás contra la población rusófona y rusófila, iniciado hace ocho años, que ya suma alrededor de 14 o 15 mil muertos, muchos de ellos niños, mujeres y ancianos. Conflicto, como tantos otros, frente al que los medios “occidentales” siempre miraron para otro lado. No hubo para sus víctimas la abundancia de lágrimas de cocodrilo derramadas para quienes sufren la extensión de la guerra a otras zonas de Ucrania. ¿Y quiénes sino los batallones neonazis Azov y otros semejantes son los que han llevado el peso de la guerra de exterminio –genocidio, como lo calificó Putin– contra ese sector poblacional ucranio del este del país, íntimamente vinculado a la cultura y el idioma rusos? Estos batallones comenzaron siendo grupos de skin heads, de facinerosos sin mayor organización, utilizados en las batallas callejeras desde la revolución naranja (2004), convertidos ya para el golpe de Estado de 2014 en la fuerza de choque capaz –bajo la dirección de la CIA– de aportar el plus de fanatismo y violencia asesina necesarios para asegurar el derrocamiento del presidente Yanukovich. Muchos venían de las barras bravas de futbol, pero con el paso de los años cientos de ellos han sido entrenados por instructores militares de Estados Unidos y otros países occidentales, convertidos, indudablemente, en una fuerza militar importante integrada ya en unidades de combate que, como el Azov, están encuadrados en la Guardia Nacional de Ucrania y desde hace tiempo son mucho más que batallones, en términos numéricos y por las misiones que les están asignadas. Por ejemplo, el Azov tiene presencia nacional territorial en funciones de reclutamiento y vigilancia. Desde el inicio del conflicto en el Donbás se evidenció la baja moral combativa y preparación del ejército regular de Ucrania, que sufrió severas derrotas ante las milicias de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk. De modo que sin las formaciones neonazis, armadas hasta los dientes, entrenadas por instructores estadunidenses y de otros países occidentales y movidas por un odio feroz a todo lo que huela a Rusia, difícilmente habría sido posible contener el ímpetu ofensivo de las milicias populares, ellas también apoyadas por el otro bando. En relación con esto, el sociólogo e historiador argentino Jorge Elbaun, quien ha profundizado notablemente en los antecedentes, interioridades y contexto geopolítico de la guerra mundial en curso, hace este comentario: Washington intentó de variadas formas impedir el resurgimiento del espíritu nacional ruso. Con ese objetivo, no tuvo empacho en financiar a los sectores nacionalistas ucranios que se constituyeron en aliados de la Alemania nazi y que hoy son homenajeados en Kiev.
Pese a la resistencia de las personas de tradición y origen ruso, particularmente veteranos de la Gran Guerra Patria –que en Ucrania fueron millones– y sus familiares, desde la revolución naranja se insiste en reivindicar a personajes del ultranacionalismo ucranio que prestaron una importante colaboración a los ocupantes hitlerianos e incluso formaron parte de la jefatura de temibles divisiones de las SS totalmente integradas por extremistas locales. Es el caso de Stepan Bandera, a quien se dedicó una gran marcha de celebración el primero de enero de este año, con gran disgusto de la población rusófona o progresista. El nombre de otro de estos personajes de gran relevancia en el nazismo ucranio, Iván Pavlenko, le fue puesto a una calle de Kiev. La argumentación corrió entonces a cargo de Valery Klitcho, hoy todavía alcalde de la capital. Estamos hablando de hombres que asesinaron a miles, o decenas de miles de judíos, comunistas, polacos –incluyendo niños, mujeres y ancianos– y combatientes del Ejército Rojo. Solamente en Crimea, la población judía local fue diezmada sin compasión.
Pero los homenajes y erección de estatuas a figuras del ultranacionalismo ucranio, así como el derribo de monumentos a héroes del Ejército Rojo, comenzaron desde la desaparición de la URSS y la proclamación de la independencia, como un objetivo de primer orden de la CIA, que con ello buscaba borrar y rescribir la memoria histórica de un país de notables tradiciones en la lucha contra el nazismo, contienda en la que millones de ucranios formaron parte del Ejército Rojo. Se trataba de fomentar el odio antirruso, antijudío y contra lo que no fuera ucranio “puro” para instigar el rechazo y crear la condiciones sicológicas para una guerra contra Rusia.
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