La pandemia de covid fue una “bomba atómica” en materia de hambre. El número de personas en inseguridad alimentaria venía creciendo por millones desde 2015, dado el aumento de precios. Ahora, con la guerra entre Rusia y Ucrania, se configuró “una tormenta perfecta”, hablamos de “una crisis global y generalizada”, puntualiza Lina Pohl, representante de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) en México.
En entrevista con La Jornada, Pohl reporta que el índice de precios de alimentos de la FAO llegó en marzo a su nivel más alto desde que hay registro, un promedio de 159.3 puntos por arriba del mismo periodo de 2014; y en un solo mes avanzó 17.9 puntos. Frente a ello, México y América Latina no tienen, hasta ahora, un problema de “falta de comida” –se produce lo suficiente para el doble de habitantes de la región–, sino de escasez en los bolsillos de las familias para adquirirla.
El conflicto en Ucrania ha disparado los precios de los granos en los mercados internacionales y con ello también las alertas de hambre. Pohl reconoce que desde 2015 “ya veníamos mal” en inseguridad alimentaria. En 2019, antes de la crisis derivada de la pandemia, había 650 millones de personas en el mundo sobreviviendo sin lo suficiente para comer, un año después escalaron hasta a 811 millones.
En América Latina el número de personas que viven con hambre aumentó en 13.8 millones durante el primer año de la pandemia y alcanzó un total de 59.7 millones. Sin embargo, la inseguridad alimentaria –que incluye a quienes no comen todos los tiempos o con insuficiente calidad nutricional– alcanza a 41 por ciento de la población ya sea en forma severa o moderada. En México uno de cada cuatro habitantes está en esa situación, advierte Lina Pohl.
En la región no hace falta comida. Con 650 millones de habitantes, América Latina y el Caribe produce lo suficiente para alimentar a mil 300 millones de personas. “No es un tema de falta de producción, sino de falta de dinero en el bolsillo de los consumidores”, define la representante de la FAO. Como prueba, México, donde 63 por ciento de los hogares reportaron un menor gasto general durante la pandemia y casi la mitad de ellos redujeron la adquisición de nutrientes.
Desde hace siete años la FAO notó un deterioro en la capacidad de los países para alimentar a su población. “Estamos ahora en lo que llamamos una tormenta perfecta. Ya veníamos mal y la pandemia fue una verdadera bomba atómica en materia de hambre. Con esta nueva crisis entre Rusia y Ucrania, francamente de lo que hablamos ahora es de una crisis global y generalizada (…) una situación de grave inseguridad alimentaria en todo el planeta”, lamentó.
Rusia y Ucrania son dos grandes exportadores de granos básicos y la guerra entre ellos ha provocado un aumento en los precios internacionales de los comestibles. Independientemente de que las economías latinoamericanas no tengan en esos mercados sus principales abastecedores, habrá un impacto en “un momento en que los precios de los alimentos ya son altos y volátiles debido a la pandemia, a problemas logísticos y a los efectos del cambio climático como las grandes inundaciones y sequías.
“Para México, y las economías en general de América Latina y el Caribe, importadoras de alimentos y fertilizantes, esto es desastroso. Vamos a tener un aumento de los precios y no sólo eso, probablemente, ya se está viendo en algunos países, vamos a tener escasez de productos”, advierte Lina Pohl.
Si bien América Latina y el Caribe no arrastraba un problema de oferta de alimentos, la “crisis Rusia-Ucrania nos está planteando un nuevo panorama”, el encarecimiento y escasez de los fertilizantes presionará a la producción, alerta la funcionaria de la FAO. A escala mundial se prevé que el uso de abono químico se reducirá hasta 13 por ciento.
“Vamos a tener un problema, ojalá no pronto en México, de no encontrar fertilizantes”, lo que nos llevará a su vez a “problemas en la producción si no aseguramos los insumos necesarios”, y, en cualquier escenario, “vamos a ver un aumento de los precios de alimentos porque eso es algo internacional”.
En este contexto, explica, se deben evitar medidas de control, como prohibir la exportación o imponer aranceles, porque resultan contraproducentes al generar mayor escasez. En su lugar, se debe mejorar la transparencia en la información de los mercados para reducir la especulación y, sobre todo, “seguir con las medidas de protección social, es más, reforzarlas porque ya tenemos un incremento en el costo de los alimentos sin precedente en la historia de los registros de la FAO y va a seguir aumentando”.
Lina Pohl recalca: “Necesitamos una protección social vigorosa para que podamos ir en auxilio de las personas que van a resentir un impacto en su capacidad financiera para adquirir una alimentación nutritiva y saludable. En la crisis de 2008 no hablamos de subsidios sociales, de protección a la familia. Ya México tiene un esquema de protección social muy importante y no hay que quitar este elemento esencial, por lo menos hasta que los hogares no lleguen al nivel de ingresos que tenían antes de la pandemia, incluso a más”.