El desarrollo de la democracia mexicana fue siempre notoriamente incompleto. Sobre una base social capitalista, dependiente del exterior para su reproducción cotidiana, y cruzada por formas de relación de colonialismo interno, las instituciones de la democracia conforman una nata espesa flotando en la superficie, desentendidas de esa devastadora realidad. Más en particular, son ciegas a las necesidades sociales básicas, y tienen cancelado penetrar en la vida de los pueblos de México: es una rabona democracia para las élites políticas. Más aún, es una democracia política deliberadamente desconectada de las políticas públicas.
Así como la oposición de derecha prianredista votó contra el pueblo –en el caso de la reforma eléctrica–, y en favor de los intereses de las empresas extranjeras, también votará contra cualquier reforma que busque vincular la vida política con la vida real material de las mayorías o que proponga formas incluyentes de participación popular. Entre otros, el ampuloso diputado Creel Miranda, antes de conocer ninguna propuesta de reforma, sentenció: “Cualquier iniciativa que tienda a cambiar la integración actual del INE, será votada en contra por el grupo parlamentario del PAN, y esto se hará extensivo a nuestra coalición Va por México”. Sin dudas, no cambiarán una coma a las disposiciones legales actuales. Votarán como lo han hecho siempre: sin referencia alguna al pueblo de México. Esta democracia no es para la chusma, es para los partidos políticos, que la barajan y la reparten.
Como muchas otras, la democracia mexicana actual fue creada por los partidos políticos, para los partidos políticos. Se hizo bajo el supuesto heroico de que los partidos realmente existentes “representan” a los ciudadanos y son “mediaciones indispensables entre la sociedad y el Estado”. No importa qué sean esos partidos, y que a todos nos conste que no han jugado nunca ese rol de mediación. Juegan para sí mismos, y su asunto real y razón de ser es ejercer el poder político para sí mismos o, si están en la oposición, hacer todo para ganarlo. ¿Qué democracia es esa?
El ejercicio electoral de 2018 fue el primer intento, de alcance nacional, de los pueblos excluidos por salir de los sótanos de esta sociedad construida para dar permanencia a la más brutal desigualdad y al enloquecido privilegio de los de arriba. Lo hicieron mediante la simultánea conformación del obradorismo, de ese movimiento-partido que llamó a la regeneración nacional y de la invención de AMLO, su líder natural. Las “reglas del juego” y el descuido de Morena, impidieron que el gobierno de la 4T conservara una mayoría calificada para hacer una reforma político-electoral para cambiar tales reglas.
Hechas por los partidos, las normas entre otras cosas dicen cómo ha de ser el juego del reparto de las curules. Para que estén todos contentos, si no alcanzan una curul por el voto ciudadano, nosotros los partidos nos creamos unas reglas, “para la representación de las minorías”: así, 300 originados “por el voto ciudadano” y, nada menos, otros 200 que elegimos nosotros los partidos, con las reglas de nosotros los partidos. Y esos, dicen algunos intelectuales orgánicos de esta democracia, son “mediación indispensable” entre la sociedad y el Estado. Demasiada cachaza. Toda la ley está repleta de ficciones, como la “igualdad jurídica”, pero no les es suficiente, así que se sacan de la manga una representación “social”, inventando más “mediaciones”: los pluris, que vienen dizque de las minorías ciudadanas.
Además, dicen esos demiurgos políticos, si quieren que seamos honrados y honestos, ustedes los ciudadanos, a través de nosotros mismos los partidos, deben darnos montañas ingentes de dinero cada año, pero aumentado cuando haya elecciones. En este país de millones de hambreados. Es que la democracia es cara, suelen decir. ¿Pero ese pago sinvergüenza evita que haya dinero privado y dinero público robado en las elecciones? Preguntemos a Peña Nieto, Videgaray, Antonio Meade, Osorio Chong, Rosario Robles, Gerardo Ruiz Esparza, Murillo Karam, Enrique Ochoa, Emilio Lozoya o al consorcio Odebrecht, que ya cambió de nombre para esconderse, cuánto dinero entró a los partidos para la elección del primero, y cuánto recibieron los diputados para “mediar entre la sociedad y el Estado”, aprobando leyes para privatizar los bienes públicos y aumentar sin freno los privilegios.
Las reglas no escritas del sistema de privilegios han sido abatidas en el presente gobierno. Pero muchas de las sí escritas siguen vigentes, como las que organizan la vida política…, de las élites políticas, que sirven a las reglas del privilegio de los privados.
Ese fue el mundo de Peña, de Calderón, y de Fox, y de todo el etcétera que usted quiera sumar; hecho con las reglas de la política que los partidos de oposición defienden y defenderán. Es el mundo que defenderá el ampuloso Creel y la coalición Va por México.
Faltan muchas reformas para cambiar la vida de los de abajo.