La guerra es una parte espantosa de la experiencia humana. Todo sobre ella es repulsivo. La guerra es, obviamente, la acción de invadir y la brutalidad que acompaña sus operaciones. Ninguna guerra es precisa; todas dañan a civiles. Cada bombardeo provoca un escalofrío neurológico en la sociedad.
La Segunda Guerra Mundial demostró este espanto en el Holocausto y en el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. De Hiroshima y el Holocausto surgieron dos poderosos movimientos, uno por la paz y contra los peligros de nuevos ataques nucleares, y otro por el fin de las divisiones de la humanidad y por la no alineación de estas divisiones. El Llamamiento de Estocolmo de 1950, firmado por 300 millones de personas, pedía la prohibición absoluta de las armas nucleares. Cinco años más tarde, 29 países de África y Asia (que representaban 54 por ciento de la población mundial) se reunieron en Bandung, Indonesia, para firmar un compromiso de 10 puntos contra la guerra y para la “promoción de los intereses mutuos y la cooperación”. El Espíritu de Bandung estaba en favor de la paz y de la no alineación, de que los pueblos del mundo pusieran sus esfuerzos en un proceso para erradicar los lastres de la historia (analfabetismo, mala salud, hambre) utilizando su riqueza social. ¿Por qué invertir dinero en armas nucleares cuando debería invertirse en aulas y hospitales?
Pese a los grandes logros de muchas de las nuevas naciones que salieron del colonialismo, la fuerza de las antiguas potencias coloniales impidió que el Espíritu de Bandung definiera la historia de la humanidad. En su lugar, prevaleció la civilización de la guerra. Esta civilización se revela en el despilfarro masivo de la riqueza humana en la producción de fuerzas armadas –suficientes para destruir cientos de planetas– y el uso de estas fuerzas armadas como primer instinto para resolver disputas. Desde la década de 1950, el campo de batalla de estas ambiciones no ha estado en Europa o en América del Norte, sino en África, Asia y América Latina, zonas donde las viejas sensibilidades coloniales creen que la vida humana es menos importante. Esta división internacional de la humanidad –que defiende que una guerra en Yemen es normal, mientras una en Ucrania es horrible– define nuestro tiempo. Hay 40 guerras en el mundo; es necesario que haya voluntad política para luchar por poner fin a cada una, no sólo a las que tienen lugar en Europa. La bandera ucrania es omnipresente en Occidente. ¿Cuáles son los colores de la bandera yemení, de la saharaui y de la somalí?
Estos días estamos abrumados por certezas que parecen cada vez menos reales. Mientras continúa la guerra de Rusia en Ucrania, existe una opinión desconcertante de que las negociaciones son inútiles. Esta opinión circula incluso cuando las personas razonables están de acuerdo en que las guerras deben terminar mediante negociaciones. Si es así, ¿por qué no pedir un alto el fuego inmediato y crear la confianza necesaria para las negociaciones? Las negociaciones sólo son factibles si hay respeto desde todas las partes y si se intenta comprender que las partes de un conflicto militar tienen exigencias razonables. Por ejemplo, pintar esta guerra como los caprichos del presidente ruso, Vladimir Putin, es parte del ejercicio de la guerra permanente. Las garantías de seguridad para Ucrania son necesarias; pero también lo son las garantías de seguridad para Rusia, que incluirían la vuelta a un régimen internacional serio.
La paz no llega simplemente porque la deseemos. Requiere una lucha en las trincheras de las ideas y las instituciones. Las fuerzas políticas en el poder se benefician de la guerra, y por eso se revisten de machismo para representar mejor a los traficantes de armas que quieren más guerra, no menos. No se puede confiar el futuro del mundo a estos burócratas de trajes azules. Nos fallan cuando se trata de la catástrofe climática; nos fallan cuando se trata de la pandemia; nos fallan cuando se trata de la pacificación. Tenemos que invocar los viejos espíritus de la paz y la no alineación y darles vida dentro de los movimientos de masas que son la única esperanza de este planeta.
No es meramente sentimental remontarse al pasado para dar vida al Movimiento de los No Alineados de hoy. Las contradicciones del presente ya han hecho surgir el espectro de la no alineación en África, Asia y América Latina. La mayoría de estos países votaron contra la condena a Rusia, no porque apoyen la guerra de Rusia en Ucrania, sino porque reconocen que la polarización es un error fatal. Lo que se necesita es una alternativa al mundo de dos bandos de la guerra fría. Por ello muchos de los líderes de estos países –desde el chino Xi Jinping hasta el indio Narendra Modi o el sudafricano Cyril Ramaphosa– han pedido, a pesar de sus muy diferentes orientaciones políticas, que se abandone la “mentalidad de la guerra fría”. Ya caminan hacia una nueva plataforma de no alineados. Es este movimiento actual de la historia el que nos hace reflexionar sobre un retorno a los conceptos de no alineación y de paz.
Nadie quiere imaginar las implicaciones del cerco a China y Rusia por Estados Unidos y sus aliados. Incluso los países estrechamente aliados de Estados Unidos (como Alemania y Japón) reconocen que si un nuevo telón de acero desciende alrededor de China y Rusia, sería fatal para sus propios países. La guerra y las sanciones ya han creado graves crisis políticas en Honduras, Pakistán, Perú y Sri Lanka, a las que seguirán otras a medida que los precios de los alimentos y el combustible aumenten astronómicamente. La guerra es demasiado cara para las naciones más pobres. El gasto en la guerra está carcomiendo el espíritu humano, y la propia guerra aumenta el sentimiento general de desesperación de la gente.
Los guerreristas son idealistas. Sus guerras no resuelven los grandes dilemas humanos. Las ideas de no alineación y paz, en cambio, son realistas; su marco tiene respuestas para los niños que quieren comer y aprender, jugar y soñar.
*Reportero del Morning Star
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**Historiador y periodista indio. Corresponsal en jefe de Globetrotter
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