Cuando era joven, Fidel Castro estuvo a punto de ser derribado por un puñetazo. Aún no era el líder revolucionario histórico, sino apenas un bachiller. Aquello era una improvisación montuna de un gimnasio de boxeo en un ruedo para peleas de gallos –divertimento común antes del triunfo de la revolución cubana en enero de 1959–, donde un grupo de muchachos decidió practicar con unos guantes enormes, sin técnica ni instrucción, pero con gran entusiasmo. El rival de Fidel era el hijo de un cortador de caña.
“Un joven que era un Stevenson en potencia”, contó el líder cubano en una entrevista con Gianni Miná, citado en un trabajo académico de la Universidad de Holguín. La descripción del adversario que estuvo a punto de derribar a quien sería uno de los iconos del siglo XX, revela la dimensión del personaje: Teófilo Stevenson, un boxeador triple campeón olímpico y una figura que destacó en la época dorada de los pesos pesados en Estados Unidos, sin jamás entrar al mercado profesional.
Stevenson fue algo más que un atleta ganador, fue el símbolo de la integridad y la entrega patriótica, el estandarte de un nuevo modelo de humanidad que anhelaba la revolución cubana.
Por eso, entre otras razones, Stevenson era respetado por Castro. El campeón amateur no sólo resistió los golpes en las tres ediciones olímpicas en las que se vistió de gloria, sino también las tentaciones millonarias del capital estadunidense hasta convertir aquellos episodios en leyenda.
Cuando se habla de Stevenson, es inevitable recordar las anécdotas de las cifras millonarias que le ofrecían para pelear con las estrellas del momento, Joe Frazier y, principalmente, Muhammad Ali. Ante la insistencia, Stevenson respondió como quien se prepara para la posteridad: “Prefiero el cariño de 8 millones de cubanos”.
El modelo revolucionario exigía una nueva construcción social y humana, opuesta al sistema basado en la explotación y el mercantilismo capitalista. El deporte, por tanto, era parte medular de ese proyecto, lo consideraron un derecho del pueblo para fomentar la disciplina, la solidaridad y el bienestar de los ciudadanos.
Eso, y que a Fidel le apasionaba el deporte desde su juventud. El basquetbol, el futbol, la natación, el boxeo y, por encima de todo, la pelota, es decir, el beisbol. En una visita a Estados Unidos en 1995, Castro reconoció con cierto orgullo ante la prensa que, además de su evidente dimensión política–ya encaminada a la historia–, era reconocido por su pasión beisbolera. “Lo que más saben de mí los norteamericanos es que me gusta la pelota”, dijo Fidel a los reporteros; “a mí me identifican –y eso es bueno– como un deportista y como un pelotero”.
Si el triunfo de la revolución dio comienzo a un proceso de transformación l en todos los órdenes de la sociedad cubana, en el deporte significó la cancelación del profesionalismo. La actividad atlética tendría un enfoque exclusivamente amateur, su práctica y deleite al alcance de toda la población y con la meta de producir campeones que hicieran de Cuba una protagonista mundial.
Antes de ese momento, apenas había unos pocos héroes deportivos, sobre todo en el boxeo. El triplete de Kids que cautivaban al mundo: Kid Chocolate, primer campeón mundial de la isla, Kid Tunero y Kid Gavilán, éste último encumbrado en el Madison Square Garden de Nueva York, donde conquistó la faja wélter en 1951.
“El deporte no es, en nuestra concepción, un instrumento más del mercado ni un medio de vida para los jóvenes en vez del estudio y del trabajo ni de lucro de promotores, agentes y toda la fauna de parásitos que se alimentan del esfuerzo del atleta”, resumió Castro en un discurso de 2005, en el cual reivindicaba el espíritu no comercial del deporte cubano. De modo que en la isla el lucro alrededor de la actividad deportiva quedaba abolido.
Sesenta años después, la Federación Cubana de Boxeo ha firmado un contrato con la empresa mexicana Golden Ring Promotions que autoriza el paso a los circuitos profesionales de sus mejores amateur.
El presidente de la Federación Cubana de Boxeo, Alberto Puig de la Barca, cree que participar en el profesionalismo y mantener los lazos con su país puede ser una vía para vencer a las grandes potencias en el boxeo olímpico, específicamente a Rusia, Kazajiztán y Uzbekistán, escuelas fuertes y agresivas.