Venecia. La leche de los sueños, inspirada en Leonora Carrington, es el título que eligió la curadora de la 59 Bienal de Venecia, Cecilia Alemani (La Jornada, 20/4/22), la cual abrió al público el sábado pasado con una propuesta que da una estocada al antropocentrismo, pilar de la cultura occidental, que sitúa al hombre blanco en el centro del universo.
Propone, en cambio, en la muestra central y en la mayoría de los pabellones nacionales, una narración y un modelo de cultura basados en la multiculturalidad, en la colectividad, en las minorías étnicas, en la ecología, en los valores del matriarcado y en la sabiduría indígena.
No hay obras de protesta contra el conflicto ucranio; sin embargo, la singular estructura por pabellones de la bienal de arte más famosa del mundo funciona como plataforma de visibilidad global que revela las tensiones políticas actuales.
El pabellón de Ucrania fue inaugurado por el presidente Volodymyr Zelensky con un mensaje vía streaming: “Estoy seguro de que la exposición permitirá a la gente sentir lo que significa para Ucrania defender la libertad”.
En esta edición por primera vez se sustituyó la selección de los artistas en presencia y se recurrió a Zoom debido a las restricciones impuestas por el covid-19 durante su organización, lo cual permitió, refirió la curadora, un acercamiento más cercano con los centenares de artistas, aunque la visión en vivo de la obra es irremplazable.
Es una muestra que recurre a las dotes taumatúrgicas del arte para enfrentar el mundo convulso de hoy, capitaneado por el universo fantástico de la obra de Leonora Carrington, que servirá para cuestionar los deteriorados valores occidentales. Se ha descrito como la edición de la posverdad, del poshumano, del poscapitalismo, del poscolonialismo. Se percibe un cambio de paradigma dominado por los artistas bipoc (del acrónimo en inglés negro, indígena y de color) que finalmente se afianzan en el mundo del arte, una tendencia acelerada por la pandemia y las protestas civiles.
Más existencia
Es una muestra puramente material que mira a la dimensión existencial y universal más que a la denuncia. Destaca por el uso de técnicas tradicionales del arte como la pintura, la escultura, los textiles y la cerámica. Son prácticamente inexistentes el arte conceptual y el videoarte. La elección de artistas históricos –que Alemani intercala con los contemporáneos– rescata a mujeres artistas de las vanguardias que quedaron relegadas como en el Bauhaus y el surrealismo. Participan en la muestra de Alemani, en las Corderias del Arsenale y en el Pabellón Central de los Jardines, 213 artistas de 58 países, la mayoría mujeres y emergentes en el arte mundial. Los pabellones nacionales son 80, incluyendo a México. Se inauguraron también 79 exposiciones distintos espacios de la ciudad.
El encasillamiento nacional por pabellones ha sido cuestionado desde ediciones pasadas, asimismo en la actual, al intercambiar las sedes y el origen de los artistas. Estonia, por ejemplo, se sitúa en el centro al ocupar el pabellón holandés en los jardines, y las artistas Kristina Norman e Bita Razavi critican con su obra las políticas imperialistas de la época colonial holandesa. Este país, relegado a la “periferia” en la geografía de la bienal, expone la videoinstalación de Melanie Bonajo, When the Body Says Yes, en la iglesia de la Misericordia. Bonajo, quien fundamenta su poética en la “descapitalización de la mente”, explora la capacidad del tacto como “remedio para la moderna epidemia de soledad” y contra el mundo de la tecnología.
En otros casos, el pabellón recupera los territorios de los pueblos originarios antes de ser colonizados; es el caso del pabellón de los Países Nórdicos, transformado en pabellón Sámi, los habitantes autóctonos de Noruega, Suecia, Finalndia y Kola, en Rusia, tema explorado en el pabellón de Finlandia en 2019, pero que ahora entra en el debate actual (La Jornada, 26/5/19).
Pero la identidad y el concepto de nacionalismo lo rompen también los artistas que por primera vez representan a sus países aun teniendo un origen étnico distinto, como el pabellón francés donde expone por primera vez la artista argelina Zineb Zedira, mientras de Polonia se muestra la obra de la artista gitana Małgorzata Mirga-Tas.
Aunque en esta misma línea, las ganadoras del León de Oro al mejor pabellón y a la mejor participación individual fueron Simone Leigh, la primera afroamericana en representar a Estados Unidos, quien fue felicitada públicamente con una nota escrita enviada por el presidente su país, Joe Biden: “Enhorabuena por tu histórica participación. La primera dama y yo nos sentimos honrados de que represente a nuestro país en una exposición tan importante”.
La mejor participación nacional la obtuvo la Gran Bretaña con la artista afrocaribeña Sonia Boyce, premiada por “proponer una lectura alternativa de historias a través del sonido. Trabajando en colaboración con otras mujeres negras que revelan una multitud de historias que han estado sin ser escuchadas”.
Los dos Leones de Oro a la trayectoria fueron entregados a Katharina Fritsch y a la chilena Cecilia Vicuña, quien desarrolla su obra en torno “a los pueblos originarios, a la tradición oral, a la transmisión de la conciencia colectiva y a la reivindicación de la creatividad femenina”.