Río de Janeiro., El Carnaval de Río derrochó durante dos noches de jolgorio la energía y el desparpajo contenidos durante la pandemia y apuntó hacia los comicios de octubre, cuando la polarizada sociedad brasileña debe decidir si relige a Jair Bolsonaro.
Todavía con la resaca de la víspera, las escuelas de samba arrastraron el sábado a unas 70 mil personas a un viaje hipnótico en el icónico Sambódromo, con un despliegue de fantasía y cuerpos meneándose al son de los tamboriles que repicaban con ahínco sacudiéndose lo perdido por el covid-19.
Los desfiles, seguidos en directo en todo el país, devolvieron a Río de Janeiro el estatuto de capital mundial de la fiesta popular y los cariocas demostraron que su alegría de vivir prevaleció, pese a la pérdida de más de 660 mil compatriotas en la pandemia y la crisis económica que siguió.
“El brasileño es optimista, piensa que al final todo va a salir bien”, resumió Nivana Chagais, funcionaria de 56 años, que en la noche del sábado desfiló para dos de las 12 escuelas que aspiraban a coronarse en 2022.
Pasarela de cuerpos esculturales y coreografías prodigiosas, el Sambódromo también es una tribuna política que refleja las preocupaciones sociales y de las clases populares, en cuyo seno nacieron las escuelas de samba.
La destrucción de la Amazonia, la vulnerabilidad de las tierras indígenas y el racismo, problemáticas que han marcado el gobierno del presidente ultraderechista Bolsonaro, entraron en el guion.
“Es un buen momento (...) para saludar a los líderes negros, porque vivimos un periodo complicado, con muchos prejuicios”, señaló Felipe Cordeiro, peluquero de 32 años que participó en el desfile-homenaje a personalidades como Nelson Mandela y Barack Obama para la escuela Paraíso do Tuiuti.
Con pancartas más típicas de una manifestación que de un desfile, Unidos da Tijuca repudió la controvertida tesis del “marco temporal”, defendida por el agronegocio con el apoyo del Bolsonaro, según la cual sólo deben reconocerse como indígenas las tierras ocupadas por esos pueblos en 1988.
Alertan sobre la destrucción de la Amazonia
“Demarcación ya”, “Brasil, tierra de indígenas”, rezaban los lemas de un desfile que también alertó sobre la destrucción de la Amazonia, cuya deforestación anual se disparó más de 75 por ciento desde la llegada al poder del mandatario en 2019 respecto de la década anterior.
“Bolsonaro tiene que salir (del gobierno) este año”, en las elecciones de octubre, sostuvo Elisabet de Souza, joven mestiza que desfiló el viernes para Imperatriz. “A partir de ahí, todo va a mejorar”.
También en las gradas hubo gritos contra Bolsonaro y vítores en favor de su máximo rival, el ex presidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, mientras, según la prensa, algunos de ellos fueron reproduicidos por uno de los palcos que acogen a la clase acomodada, ilustrando la polarización que vive el gigante sudamericano.
Tradicional atractivo para el turismo extranjero y maná para la economía local, el carnaval fue este año una fiesta sobre todo para casa, con sólo 14 por ciento de foráneos, frente a 23 por ciento en la cita de 2020.
Las celebraciones se realizan dos meses después de las fechas tradicionales y sin los bloques callejeros, que cada año hacen de la Cidade Maravilhosa una pista de baile a cielo abierto con pocas reglas y muchos excesos.
Leandra Llopis, de 47 años, que lleva más de dos décadas ocupándose de la logística de varias escuelas de samba, afirmó que llegar a tiempo a este carnaval atípico fue “una carrera de obstáculos”.
Sostuvo: “Debido a la pandemia, faltaron recursos. Mucha gente ahora está sin dinero en Brasil y los desfiles tienen un costo enorme”.
El sector privado financia la mayor parte de los espectáculos, cuyas carrozas engalanadas y vestimentas elaboradas alcanzan sumas de varios cientos de miles de dólares.
Las escuelas, por ejemplo, tuvieron que suspender durante meses sus ensayos, importante fuente de ingresos gracias a las donaciones de los aficionados que asisten a ellos con frecuencia.
Aunque para sacar adelante el carnaval, “al final la gente siempre se las apaña”, concluyó Llopis.