Entre las tradiciones políticas de México no ha estado el desarrollo de una oposición capaz de alternar el poder con el grupo o partido en el gobierno. Si nos tomamos el trabajo de repasar la historia de México, nos damos cuenta de la repugnancia que han sentido los hombres de poder de admitir que éste pueda ganarse o perderse en procesos electorales.
Más bien, hay una tradición del todo o nada, es decir, que los opositores se proponen derrocar a los que están en el gobierno y éstos imponerse y derrotar a sus adversarios por la violencia. Si nos remontamos al siglo XIX, veremos que en ningún caso se pudo armar un sistema de elecciones, hasta llegar a un conflicto entre liberales y conservadores que se resolvió en una guerra sangrienta que duró tres años y que terminó con la aniquilación del Partido Conservador. En 1867, al restaurarse la República, Juárez intentó restaurar también al Partido Conservador e impedir que el Partido Liberal se dividiera internamente. Sus compañeros se opusieron con éxito a revivir a los conservadores.
La dictadura de Díaz no admitió oposición. Con hipocresía, don Porfirio dijo que vería como una bendición que surgiera una, y cuando emerge el partido de Madero, primero se burla de él y después trata de aplastarlo. La Revolución imita a Díaz e impide que surja una oposición pacífica, para eso comete cuantos fraudes electorales son necesarios. El poderoso “partido único” lo era porque no admitía alternativa, duró 60 años y fue necesaria la voluntad de Ernesto Zedillo para garantizar la alternancia. Vicente Fox logró la Presidencia, pero utilizó todos los recursos lícitos e ilícitos para impedir que López Obrador, su principal opositor, ganara las elecciones de 2006, y hubo que esperar hasta 2018 para que Enrique Peña respetara el resultado electoral y se diera un cambio de régimen encabezado por AMLO.
Necesitamos consolidar una tradición de respeto al juego electoral. Sin él no sería posible que prosperara la democracia mexicana. La oposición actual no reconoce que existan condiciones para competir limpiamente, piensa que el gobierno busca imponer un sistema de partido único. Para consolidarse, la oposición requiere líderes fuertes y una oferta atractiva de plan de gobierno, que hasta ahora no aparecen en el horizonte. Esto es trágico, porque sin el estímulo y la amenaza del triunfo opositor, no sería posible que una tradición democrática echara raíces en México y sustituyera las viejas tradiciones autoritarias.