Mientras el calor asola a la Ciudad de México, en el salón Los Ángeles la pista no deja de recibir parejas dispuestas a lucir tanto sus mejores pasos como sus distintivos, trajes y zapatos de colores.
Entre la multitud sobresalen las plumas en los sombreros y los llamativos vestidos a tono, así como múltiples accesorios con motivos brillantes. El segundo Baile Tradicional de Pachucos regresa tras la pandemia al popular recinto de la colonia Guerrero (el primero fue en 2019), que desde hace más de 80 años alberga la música que más despierta el gusto por moverse rítmicamente en los habitantes de esta ciudad, el danzón.
Al principio apenas una decena de parejas están frente al escenario, donde las orquestas irán desfilando a lo largo de la tarde. Son los más adeptos a la cultura del danzón y del pachuco; aquellos que más entusiasmo demuestran por un baile que los transporta al pasado. El cariño que le tienen está presente en el cuidado que ponen sus trajes y vestidos. Sus portadores fueron los primeros en llegar y serán los últimos en irse.
La mayoría de los pachucos son adultos mayores, casi todos sobrepasan los 60 años, pero no les falta energía. Desde la participación de Acerina, al principio de la fiesta, las parejas se acomodan en el centro de la pista, mientras la orquesta Siboney se prepara para su presentación. Grupos de amigos que frecuentan estos encuentros aprovechan para demostrar las coreografías que practican hace años.
Además de amistades de años, también hay familias completas que han transmitido a distintas generaciones su gusto por la cultura pachuca. Los padres han ayudado a sus hijos a perfeccionar los pasos lentos y coordinados que ahora lucen en un lugar que a las cinco de la tarde ya está lleno.
Carlos Bueno tiene 67 años y es médico. En este segundo baile de pachucos su indumentaria es blanca, igual que la de su compañera y esposa. Como muchas otras parejas, la de ellos está coordinada tanto en los pasos como en los colores, sus adornos y su gusto por la música de una época cuando fueron jóvenes.
“Los Ángeles prácticamente es mi segunda casa porque desde que era estudiante, desde que estaba en la universidad, cuando pasábamos un examen nos veníamos corriendo para acá. Sabíamos que había chicas para bailar”, relata. Para él, bailarín asiduo, asistir a un lugar como este es un acto casi de ilusión.
“A partir de que cruzamos el umbral empieza una magia, algo que solamente nosotros los pachucos y la demás gente que gusta del baile lo siente. Venimos a divertirnos, a sentirnos a gusto, a socializar y además hacemos ejercicio”, resalta.
Nuevas generaciones
Por otro lado están dos jóvenes esposos, José de Jesús Reyes y Claudia Rodríguez que tienen poco más de 20 años. La edad, sin embargo, no les ha impedido sentirse identificados con la tradición que heredaron de sus padres. “El gusto y el agrado empezó desde la familia. En este caso, con mis papás y mi hermana con su esposo nos fuimos integrando. Entonces fue creciendo en toda la familia”, comenta el pachuco.
Conforme Claudia y José se fueron involucrado en el baile, la comunidad de Los Ángeles terminó por acogerlos. Para la pareja, el declive en la popularidad de los pachucos se debe principalmente a la falta de atención. “Sabemos que este tipo de ambientes no han tenido la suficiente difusión como en su momento en los medios”, criticaron.
Sin embargo, esto no quiere decir que para ellos esas formas de esparcimiento y convivencia vayan a desaparecer pronto. “El hecho de que los jóvenes sigamos conociendo y empapándonos quiere decir que el pachuco, el danzón y los salones de baile van a seguir por muchísimos años”, confía él.
La mayor parte de las veces es posible identificar a jainas y pachucos que forman parejas. “El hecho de que compartamos indumentaria y símbolos hace alusión a esa comunión entre parejas y entre grupos”, dijo el joven bailarín. “No por ser pachucos todos tenemos que tener uniforme, porque no es un uniforme, no es un disfraz, sino una forma de ser, de vivir. Llevamos esa personalidad y la reflejamos en nuestro traje. Cada uno va a dejar en su vestimenta la personalidad, sus propios gustos”, señaló.
De nuevo, el médico Carlos Bueno relaciona lo que considera un estilo de vida con la libertad. “Para mí, ser pachuco es ser libre”, sostiene, y aunque hace unos años estaba asociado con la rebeldía y el desorden, ahora “el pachuco no es un caos desde el momento en que se arregla. Ve a cualquiera de ellos: traen sus zapatitos bien limpios, boleaditos; están bien perfumaditos. Entonces, no somos un caos; al contrario, somos obsesivos-compulsivos con nuestra imagen. ¿Por qué? Porque eso nos da un autoestima muy alta y, sobre todo, las señoras quieren bailar con nosotros”, señaló.
Espejos
Al ritmo del güiro, el piano, las trompetas y los saxofones se despliegan pasos precisos y acompasados. Los pies de hombres y mujeres se mueven acompasados como en un espejo en grupo. Las parejas dan vueltas, se desplazan y en ocasiones forman filas ordenadas cuando un tema conocido sale de las bocinas. En los cuerpos sexagenarios los años se notan poco al demostrar agilidad, ritmo y gracia.
En el Salón Los Ángeles se respira la esencia de otro tiempo. Las mesas, barras y el escenario ostentan marcas dejadas por historias que se narran en la pista. Este segundo baile de pachucos tiene todavía parte de la tarde y el resto de la noche para dar. Las orquestas de Felipe Urbán, Carlos Campos, Los Reyes del Mambo, Son 14 de Cuba y Estrellas Dinamita todavía están por presentarse.
En el centro del recinto cada vez hay menos espacio entre parejas que no dejan de bailar, aprovechando que desde marzo de 2020, el salón cerró, igual que todos los recintos de entretenimiento.