Imaginemos que el primer artículo de nuestra Constitución fuera el DERECHO A LA VIDA y que de ahí se desprendiera como primer inciso el Derecho a comer sano suficiente y sabroso (C-SSS) e imaginemos que, para hacer valer este hipotético primer artículo constitucional se formara la Agrupación de Agrupaciones del C-SSS. Se juntarían millones, pero pronto se separarían en al menos tres corrientes: A, los que tienen recursos para obtener las tres S pero les falta voluntad para dejar la chatarra y, o carecen del paladar para distinguir los químicos de lo orgánico. Los B se repartirían en B1, los que no tienen recursos ni siquiera para comer; B2, los que sólo tienen para medio satisfacerse, y B3, los que bañan la poca comida accesible en saborizantes industriales. Quedando como grupo minoritario los D, quienes reúnen los recursos para satisfacer sus exigencias alimentarias, pero, ya juntos con el primer entusiasmo ¿deberán separarse por incompatibilidad? No, porque todos quieren lo mismo, pero la realidad cotidiana les trae su desaliento y conformismo.
Imaginemos entonces que la agrupación grande que los reúne a todos logra consenso para proponer y preparar soluciones en todas las direcciones, con la elección de representantes y voceros legitimados para sintetizar todas las propuestas en catálogos que contengan las que son buenas para todos o sólo para algunos, por su grado de viabilidad y tipo de exigencias, por su disposición a tomar compromisos y por las desviaciones del objetivo original... sin ser exhaustivos. E imaginemos que en este proceso se van acordando los términos lingüísticos que permitan comprendernos mutuamente, para descubrir que hay más consensos de los imaginados al comienzo del ejercicio.
Imaginemos así que se alcanzan más acuerdos que disensos sobre los modos de alcanzar la finalidad común, con todo y las deserciones porque se habrían cubierto con nuevas adhesiones. Imaginemos entonces que el proyecto del C-SSS se ha vuelto un movimiento consciente de sus objetivos, métodos y metas, como serían el doble compromiso de la capa pudiente de la población de no consumir los alimentos que contienen químicos, y en cambio comprar los productos de la milpa a los campesinos que habrían rechazado usar fertilizantes porque agotan y envenenan los suelos, generando entre los dos grupos los ciclos de una economía virtuosa que enriquecerá a las nuevas generaciones: de un lado porque los jóvenes campesinos recuperarían sus modos tradicionales de producir, revalorando sus tradiciones y saberes agrícolas para transmitirlos y reforzarlos en las siguientes generaciones. Y por la otra, porque dejaríamos un legado de responsabilidad, respeto y aprecio genuino por su propio pueblo trabajador entre los herederos de las clases medias.
Imaginemos que desde la primaria hasta la universidad se enseñara al alumnado la verdad sobre la producción agrícola mesoamericana y el nefasto efecto colonial y neoliberal sobre este prodigio del saber humano empático con la naturaleza. Que se difundieran las causas del empobrecimiento humano y natural en las aulas y que en el terreno se restauren, revaloren, resuciten los conocimientos tradicionales, que pueden y deben ser enriquecidos por una ciencia comprehensiva sin soberbia, que vaya en el sentido de la naturaleza y no contra ésta.
Imaginemos que somos parte de una revolución alimentaria que pasa por una revolución agrícola, pacífica y respetuosa, guiados por la experiencia milenaria con ya pocos herederos en línea directa, por desgracia, pero a tiempo todavía para ponernos a su servicio en la reproducción, anotación y publicación de conocimientos y prácticas ya casi desaparecidos.
Imaginemos que somos respetuosos con nosotros mismos y nuestros descendientes, porque este respeto pasa obligatoriamente por el que les debemos a los descendientes de quienes nos moldearon con maíz, como dice la leyenda. Porque yo no me siento heredera de quienes destruyeron ese saber y menos de quienes se empeñan en reproducir, aún hoy, el modelo descalificante de la milpa con fertilizantes químicos, monocultivos para la exportación y la agroindustria chatarra, imagino que no moriré sin vivir al menos las primeras chispas de esta revolución.