Un trío seductor: una pintora de ángeles y sueños, una escritora mexicana parisina y una mansión porfirista que alberga arte y belleza. El encuentro se dio hace unas semanas, en la presentación de Unidiversidad, revista de pensamiento y cultura, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, cuyo número 39, está dedicado a la vida y obra de la pintora Carmen Parra –a quien llaman Riki– así como a su gran amiga la escritora Vilma Fuentes, quien participó vía Zoom desde París, donde reside.
También tuvo una deleitosa intervención la actriz y activista social Ofelia Medina, quien hizo dos lecturas barrocas: Soneto en eco, de Francisco de Quevedo, y Vivo sin vivir en mí, de Santa Teresa. La talentosa Germaine Gómez Haro, alma de la Casa Lamm, en uno de cuyos salones se celebró el acto, leyó una emotiva semblanza de la pintora: “Con estilo plenamente personal e inconfundible y una fuerte carga expresiva en sus trazos y gestos, la obra de Carmen está permeada al mismo tiempo por la frescura de la cultura popular y la más alta tradición plástica virreinal...”
El bello entorno nos llevó a recordar la historia de la mansión y evocar cómo surgió la colonia Roma, en cuyo corazón se encuentra la Casa Lamm. Ya hemos comentado que hasta mediados del siglo XIX, lo que hoy llamamos Centro Histórico fue la Ciudad de México. El crecimiento de la población a partir de la segunda mitad de la centuria generó la necesidad de desarrollar nuevos asentamientos.
El 24 de enero de 1902, el empresario circense Edward Walter Orrin informó al ayuntamiento que había adquirido un terreno llamado Potrero de Romita con el propósito de establecer una colonia dotada con todos los servicios. Asociado, entre otros, con Pedro Lascuráin, cuya familia era dueña de los predios, con Cassius Lamm y con el hijo de Porfirio Díaz, tras una serie de ajustes en los planos, finalmente se iniciaron las primeras obras de infraestructura.
Los fraccionadores anunciaban los terrenos como “los más pintorescos y sanos” de la ciudad. El diseño urbano fue verdaderamente innovador: calles amplísimas, muchas de ellas de 20 metros de ancho, con camellón central, bellamente arbolado, al igual que las generosas banquetas. La avenida principal, entonces llamada Jalisco, hoy Álvaro Obregón, hasta la fecha es lujosa, con sus 45 metros de amplitud y su doble hilera de magníficos árboles, muchos de esa época.
Los lotes originales eran para mansiones: los grandes tenían entre mil y 5 mil metros cuadrados. Había medianos de 600 a mil metros y los pequeños ¡de 400 a 600 metros cuadrados! Esto propició que los más opulentos adquirieran ahí sus terrenos y contrataran a los mejores arquitectos para que construyesen magníficas residencias estilo parisino, como todavía podemos ver, por las pocas que se salvaron de la fiebre destructora que nos ha caracterizado.
Una de ellas, cuya construcción concluyó en 1911, la mandó edificar Lewis Lamm para su familia, pero nunca la ocuparon. Se la rentó a una orden religiosa que estableció ahí el colegio francés para varones. Después la compró la familia García Collantes, dueños hasta 1990, en que se adquirió para ser la sede del Centro de Cultura Casa Lamm.
Con el impulso de Claudia y Germaine Gómez Haro se ha logrado crear un espacio plural para el estudio y difusión de las artes. Ofrece maestrías, doctorados, talleres, diplomados, presentaciones de libros, conferencias y presenta exposiciones de arte. Además, tiene una espléndida biblioteca de arte y una librería.
Al salir nos dirigimos a Aguascalientes 232, en la vecina colonia Condesa, a degustar unos mezcalitos artesanales con ricuras nacionales en Antolina. La original carta es un homenaje a las mujeres de la cocina mexicana que han sido las responsables de conservar y custodiar nuestras riquezas gastronómicas.
Pedro Sañudo –uno de los dueños– comenta que desde hace dos décadas están inmersos en la cultura del mezcal y su cercanía con los mezcaleros les permitió conocer a las mezcalilleras que colaboran en la producción y crean la cocina mezcalera.
Es difícil elegir platillo, así que lo mejor es compartir. Nos decidimos por los molotes de plátano en mole negro mixe, las flautas de jamaica, el pulpo entero con papas bravas, tacos de chapulines con quesillo y hoja santa y las albóndigas en pipián verde de quelite. Buen remate son los helados artesanales.