Alguna vez le leí a André Glucksmann que sólo había dos tipos de democracias: las deportivas, como la estadunidense, y las de divorcio conyugal de los franceses. En una gana quien resiste, aunque para ello deba tomar esteroides anabólicos, y en la otra una parte es eliminada como Luis XVI y María Antonieta. Ahora que la oposición a la 4T se ha conformado en el bloque que exigían los abajofirmantes del desplegado de julio de 2020, Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia, me pregunto qué democracia tiene en mente la vieja inteligentsia prianista.
Un primer dato a tomar en cuenta es que llamaron a no votar en la revocación de mandato y, con ello, quisieron contabilizar la abstención como fuerza propia. Ver en la nada tu solidez no es posible, así seas el monje tibetano más ducho. La abstención no constituye ninguna mayoría porque, además de un número, no existe en su marasmo ni intención política ni existencia social. Es renuncia y abandono de lo público, que no alcanza ni siquiera a tener interpretación. Computarla a tu favor es pensar que Dios te toma fotografías cuando el cielo relampaguea. El segundo indicio es el orgullo que sus diputados sienten por no representar a ciudadano alguno. Lo digo por la diputada del PRI, antes encargada de la “relación con medios estatales” de las giras de Enrique Peña Nieto, que salió a burlarse de quienes se manifestaban hace unos días para exigir que se aprobara la reforma eléctrica en la Cámara de Diputados. Llamó a los ciudadanos “acarreados” y se carcajeó como bruja de cuento infantil. Luego, ya en el salón de sesiones, el martes siguiente, presumió: “Yo no tengo que ir a buscar votos. Soy pluri”. Se refería a que su cargo le viene de la burocracia de su partido, del lugar de la lista en que la inscribieron y no de tener que lidiar con “acarreados”.
Este desdén por los representados fue teatralizado por las diputadas Margarita Zavala y Edna Díaz Acevedo, del PAN y el PRD, que no se excusaron de participar en la votación de la reforma eléctrica a pesar de haber recibido dinero de Iberdrola y, en el otro caso, haber sentado en una curul a un cabildero de la empresa italiana Enel. Ambas adujeron “violencia de género”. A pesar de que los demás diputados de oposición hablaron de la ciudadanía que los respaldaba, lo que queda claro es que se conciben como externos a ella, a sus demandas, mandatos y exigencias.
Es curioso que acepten abiertamente venir de listas de burocracias de partido y que no les dé vergüenza presentar propuestas energéticas que se redactan en consejos de administración de otros países y, al mismo tiempo, sostengan que su voto es en plena libertad, ya no se diga de las presiones del dinero, sino del mundo. Una inocencia previa a todo lo mundano, un voto que brota del interior, de una conciencia ajena a lo político, inspirada, que se representa a sí misma. Pero se refirieron, no importa, a los ciudadanos como ente que no estaba ni afuera de la Cámara de Diputados ni en las votaciones de la revocación de mandato. ¿Dónde está esa ciudadanía que sólo es una invocación y no existe, como normalmente sucede, en el ejercicio mismo de derechos políticos?
El patrón de la alianza opositora, el autodenominado filántropo Claudio X. González, nos ofrece una pista: “La unidad de una sociedad civil con los partidos”. Uno de sus cerebros, abajofirmante de Contra la deriva autoritaria..., empieza ya a hablar de “mayoría silenciosa”, como hizo Richard Nixon por televisión el 3 de noviembre de 1969. En ese bautizo, la expresión aludía a los que no se manifestaban en las calles contra la guerra en Vietnam, pero que, de existir, apoyarían la estrategia de aumentar las tropas estadunidenses y buscar una “paz digna”, es decir, sin comunistas. Esta “mayoría silenciosa” que la oposición a la 4T recicla ahora también fue invocada por Ronald Reagan en referencia a la minoría blanca en el sur, republicana y anti-Estado.
Más tarde, Donald Trump apeló a ésta cuando trató de demostrar que las encuestas no favorecían realmente a Joe Biden y existía algo que políticamente era antipolítico, esa “mayoría muda”. Lo que en verdad sucede cuando se alude a la “mayoría silenciosa” es que surgirá de una campaña de miedo: no mandar a tus hijos a la guerra es poner en riesgo “tu forma de vivir”; no enviar a prisión a los afroamericanos y latinos nos sumirá a todos en las drogas y la violencia; si no votas contra el sistema, te seguirá quitando los trabajos para dárselos a los mexicanos ilegales.
La expropiación que nos hicieron del término “sociedad civil” no puede pasar inadvertida. Cuando Carlos Monsiváis la puso en juego en los días del terremoto de 1985, se refería a la gente, en su mayoría de los barrios y unidades habitacionales de la Ciudad de México, organizada en una toma de poder donde la autoridad permanecía paralizada. Su indignación democratizó a la capital. La derecha intelectual le quitó el contenido popular y lo sustituyó por los “expertos”, los que saben. Así, la “sociedad civil” se convirtió en una red de organizaciones privadas, académicas y evaluadoras, que formaron un gobierno paralelo, no electo, que no representaba a nadie salvo a sí mismo y no rendía cuentas a nadie. Fideicomisos e institutos autónomos sustituyeron a los brigadistas del terremoto de 1985. De ahí su despolitización inherente: su base social es la abstención; su posición jerárquica se debe a que te maneja el Excel.
La oposición a la 4T tiene el aspecto de una nave a la deriva que no quiere reconocer el mar. Sus referentes son la abstención y la irrepresentabilidad del “que sabe”, y se ha creado una ficción en la que México era, en sus cinco sexenios letales, una democracia y los conflictos no existían. Ni la corrupción, los saqueos al dinero público ni los fraudes electorales. Están en medio de una tempestad y sólo pueden recurrir a una nave inexistente, “la mayoría silenciosa”, que no se manifiesta políticamente. Volviendo a las democracias deportivas o conyugales, me parece que no saben en qué competencia se inscribieron y tampoco quieren reconocer que viven solos.