Oaxaca 2006, Quito 2019, Cali 2021. Son apenas algunas de las ciudades latinoamericanas que protagonizaron revueltas que duraron semanas y hasta meses. Cuando la rebelión supera los tiempos breves de la insurrección y se instala aferrándose a espacios que las insurgencias convierten en territorios de la liberación, apremian las preguntas.
¿Cómo se sostienen los rebeldes, que por momentos suman porciones importantes de la población? ¿Qué hacen para reproducir su vida material, desde la alimentación hasta la salud, cuando la vida económica ha sido paralizada?
En recientes estancias en Cali y Bogotá pude conocer en detalle cómo se organizaba la vida cotidiana durante la revuelta, un periodo que abarcó entre 60 y 90 días según las ciudades. Las personas no acudían a sus empleos o no podían trabajar en la economía informal porque no funcionaban el transporte y el comercio.
La actividad para asegurar la sobrevivencia se había volcado hacia la protesta, sobre todo en los barrios populares. No se abandonaron los intercambios ni la actividad productiva, se redireccionaron para alimentar la revuelta. La economía formal capitalista, tanto la que paga salario como la llamada “informal”, quedó desarticulada y sus energías se volcaron hacia la resistencia al despojo.
Esas energías hicieron posible que miles de personas vivieran solidariamente durante semanas y que cubrieran sus necesidades, materiales y espirituales, viviendo en común. Los 28 puntos de resistencia que funcionaron en Cali aseguraron la alimentación, la salud, el cuidado, la cultura y el ocio deportivo.
Se instalaron cientos de ollas comunitarias con alimentos donados por las familias y los pequeños comercios, en las cuales muchos jóvenes obtuvieron tres comidas diarias, algo imposible en la pobreza urbana. Las cinco líneas de defensa, o también primeras líneas, se dividían el trabajo: la más frontal ponía límites con escudos a los escuadrones antidisturbios y la segunda apoyaba a la primera.
Las siguientes líneas cuidaban heridos y en algunos puntos crearon espacios para los primeros auxilios. La última la formaban amas de casa que sacaban agua con bicarbonato para que sus hijos e hijas soporten los gases. Hubo tiempos y espacios para hacer deporte, para exhibir arte y música, para pintar murales y hacer teatro en la calle.
Encuentro cuatro aspectos centrales que hicieron posible la continuidad de la vida durante la revuelta, que conforman una “economía política de la revuelta” o de la resistencia. En rigor, debería decirse que se trata de que la vida material se organiza en torno a la resistencia y la defensa de la vida.
El primero son los trabajos colectivos que están presentes en todas las actividades, desde las ollas comunes hasta la autodefensa. Estos trabajos son el motor y el sostén de la revuelta. Sin ellos no habría la menor posibilidad de sostenerla más que durante algunas horas y se convierten en el sentido común de la revuelta.
El segundo es la autodefensa que ocupa también un lugar central, entendida en un sentido más amplio de cuidados colectivos comunitarios, que incluyen la preservación de la vida, la salud, la dignidad y los espacios propios.
El tercer aspecto son los territorios. La creación de “puntos de resistencia” es un dato mayor, ya que fueron a la vez espacios libres de represión estatal, pero también de protección colectiva y de creación de nuevas relaciones sociales fundadas en el valor de uso, como la comida, la atención sanitaria, y las artes y el deporte.
El cuarto es el papel destacado de mujeres y jóvenes, que sigue siendo un rasgo distintivo de las movilizaciones de los sectores populares que no está presente ni en el sindicalismo ni en los partidos progresistas.
Además de estos cuatro rasgos quisiera destacar el antirracismo y el anticolonialismo que se desprenden de la movilización de las mayorías negras, indígenas y mestizas –de forma muy particular en los tres casos citados al principio–, que son a la vez expresiones de la resistencia al extractivismo depredador que caracteriza al capitalismo actual.
Esta “economía en lucha”, como la nombró el subcomandante insurgente Moisés en el encuentro “El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista”, se apoya en los trabajos colectivos y en las diversas autonomías realmente existentes, y no podría existir sin territorios propios como fueron los puntos de resistencia.
Los sectores populares en las grandes ciudades, durante la revuelta ponen en común lo que hacen en la vida cotidiana: autogestionar sus vidas porque el capitalismo del despojo los condena a la marginalidad, la muerte y la sobrevivencia en la precariedad.
Creo que puede ser buen momento para reflexionar sobre estas economías en lucha, de profundizar su comprensión, sus modos y formas concretas. No para hacer alguna tesis académica sino para algo más urgente y profundo: contribuir a fortalecer las resistencias y separar las prácticas emancipadoras de las que reproducen el sistema opresor.