La invasión de Rusia a Ucrania desató una guerra inaceptable y mostró la falta de voces de la comunidad internacional que favorecieran el diálogo con un interés genuino de evitar que se desatara el conflicto, a todas luces indefendible. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas cuyo objetivo central debe ser la búsqueda de soluciones negociadas ante los conflictos, se quedó muy corto, la vía diplomática nunca se planteó seriamente, ni siquiera se esbozó. Es más, hubo por lo menos dos meses antes del fatídico 24 de febrero de escarceos, amenazas, declaraciones, el gobierno de Estados Unidos afirmando que Putin iniciaría pronto hostilidades, repetido por semanas, y el gobierno ruso respondiendo en sentido contrario. Quiere decir que hubo posibilidades de poner en marcha una ofensiva diplomática tratando de detener lo que se ha convertido en una absurda y dolorosa conflagración que puede durar meses o años, muchas más muertes y destrucción, y al final tener que sentarse a negociar. ¡Increíble! La Unión Europea perdió la oportunidad de ser un verdadero mediador soberano, prefirió subordinarse a los intereses de Washington.
¿Con la guerra quién gana? Por supuesto las industrias militares, las grandes corporaciones, la desinformación en los medios de comunicación que impide conocer lo que en realidad está pasando, los enormes presupuestos en defensa. Pero como siempre, la que sufre es la población que tiene que enfrentar miles de tragedias, entre otras los desplazamientos, la migración, el exilio. Cerca de 5 millones de mujeres y niños son desplazados hacia otros países, los hombres mayores de 18 años se han quedado a luchar en su país.
Es muy interesante observar que por primera vez en muchos años, estos flujos son aceptados y cobijados por los países receptores y reciben de manera más o menos rápida los documentos necesarios que los protege en sus estancias. Decisiones político-administrativas que deberían considerarse procedimientos normales, respetar y hacer efectivos los derechos humanos que todos los migrantes merecen. Pero desafortunadamente no es el caso, y esto se debe a que el fenómeno migratorio se utiliza con fines políticos y está sujeto a una desinformación, en particular por ideologías de extrema derecha, nacionalistas y xenófobas en la que se manipula contra grupos o países.
En el caso de la migración de Ucrania, además de que son “blancos y de ojos azules” y por eso son bienvenidos, como señaló un representante del ultraderechista partido VOX en el Parlamento español, huyen de lo que se ha llamado el “enemigo ruso”. De la misma manera que Donald Trump utilizó en forma facciosa el drama de los migrantes en su campaña electoral y lanzó la visión de mexicanos invadiendo la frontera sur, sazonada con noticias de actos de violencia y disturbios atribuidos a los migrantes. En el Reino Unido la retórica a favor del Brexit que utilizó ampliamente el tema de la migración desde Europa Oriental y el Medio Oriente. Polonia, a diferencia de los miles de ucranios que recibe al día, se negó a recibir 200 migrantes que se encontraban en la frontera con Bielorrusia que provenían de países de Medio Oriente, sin importar las nevadas que enfrentaban por considerarlos como amenazas para la seguridad, respondiendo así a las ideologías de extrema derecha.
Es absolutamente condenable el ataque militar de Rusia a una nación independiente, pero es insoslayable que los poderes combinan migración y en este caso con “rusofobia” para sus propios intereses. Edmundo Moure hace una muy interesante revisión histórica acerca de los eventos y explica que “el odio a Rusia es un síndrome occidental….y en la actualidad se refuerza con la sesgada información de agencias de noticias provenientes de Estados Unidos y la OTAN”.
Ante la profunda desinformación, una guerra tan absurda y escenarios tan convulsos y peligrosos es una magnífica oportunidad apoyar el Manifiesto por la Paz de Noam Chomsky y Boaventura de Souza Santos en el entendido que, ante el riesgo de aniquilación nuclear, llaman a un “alto al fuego inmediato y negociaciones para una paz plena y duradera” ( La Jornada 19/04/22).