Cuba y Estados Unidos reanudaron ayer negociaciones sobre el tema migratorio en medio de una emigración masiva desde la isla, la mayor parte de la cual transita por nuestro país. Se trata del primer encuentro bilateral de alto nivel desde que Joe Biden llegó a la Casa Blanca y del regreso de un formato de diálogo que se realizó anualmente hasta 2018, cuando el ex presidente Donald Trump lo suspendió como parte de su política de extremar los gestos hostiles contra La Habana.
Debe recordarse que el anterior mandatario demócrata, Barack Obama, inició un histórico acercamiento con sus contrapartes cubanas e impulsó el deshielo de los vínculos bilaterales al cancelar algunas medidas de asfixia económica a la isla. Sin embargo, todo ese avance se vino abajo durante el trumpismo: el magnate no sólo dictó un regreso al pasado anulando los acuerdos alcanzados por su antecesor, sino que estableció una serie de restricciones no contempladas ni siquiera en el entramado jurídico-institucional que conforma el bloqueo con que Washington se empeña en descarrilar la revolución cubana desde hace seis décadas.
Además de endurecer las condiciones para que los estadunidenses viajen a la isla y prohibir las relaciones comerciales con entidades vinculadas al ejército cubano (que, según la Casa Blanca, representan 60 por ciento de la economía de Cuba), ya en las postrimerías de su mandato obligó al cierre de las oficinas de Western Unión en territorio cubano, un duro golpe a las familias que reciben remesas, y, mediante un proceso anómalo, incluso dentro del funcionamiento institucional estadunidense, decretó el regreso de Cuba a la lista de naciones “patrocinadoras del terrorismo”, lo cual supone desconectarla por completo del sistema financiero y económico internacional.
En el contexto de la pandemia de covid-19, el estrangulamiento contra la isla cobró un cariz homicida al obstaculizar la importación de los insumos necesarios para tratar a la población infectada, así como para la producción y aplicación de las vacunas desarrolladas por la propia Cuba.
Durante su campaña, Biden prometió restablecer la tímida, pero importante normalización avanzada por el gobierno del que fue vicepresidente, pero hasta ahora no ha dado un solo paso en esa dirección. Cabe hacer votos por que el diálogo abierto ayer sea el inicio de conversaciones más amplias, en las cuales la administración demócrata cumpla su palabra y tome las disposiciones necesarias para desmantelar tanto las medidas agresivas del ex mandatario republicano como el bloqueo mismo, una política que resulta infame, inhumana, violatoria del derecho internacional, que ha sido condenada de manera reiterada por una abrumadora mayoría de los miembros de Naciones Unidas, y que no tiene otra razón de ser que el impresentable empeño de Washington en dictarle al resto del mundo cómo ha de conducir sus asuntos internos.