Hace un milenio parte de Europa, Anatolia, Siria, Palestina, Chipre y el norte de África, vivieron años terribles por las Cruzadas. Su nombre proviene de la cruz roja que se cosía en la ropa de quienes participaban en ellas. Fueron nueve expediciones militares y religiosas impulsadas por el papado y apoyadas por los principales reinos cristianos de Europa, entre ellos Francia e Inglaterra.
Ocurrieron entre 1096 y 1291. Aunque el motivo principal era recuperar Tierra Santa, en especial Jerusalén, en poder de los musulmanes, jugaron un papel clave los intereses expansionistas de la nobleza de la Europa feudal. Ella buscaba hacerse de fama, tierras, esclavos y riquezas. Además, los deseos de los influyentes comerciantes italianos, en especial genoveses y venecianos, interesados en expandir sus negocios y establecer intercambios mercantiles entre Oriente y Occidente.
De las nueve, sólo lograron su propósito la primera, la tercera y la sexta, que recuperaron temporalmente Jerusalén y establecer varios reinos cristianos en el Cercano Oriente. Todas las demás fracasaron. Al final, el papado y sus aliados fueron derrotados. Las nueve dejaron su estela de fanatismo, persecución y muerte de católicos, musulmanes, judíos y cristianos ortodoxos. Un logro: el enriquecimiento de la cultura de Occidente gracias a la influencia del arte y la ciencia de árabes y bizantinos.
Durante la Edad Media el líder de la Iglesia católica organizó otras cruzadas sangrientas. Por ejemplo, en la península ibérica, en Europa Oriental y la que en el sur de Francia llevó a cabo contra los cátaros, exterminados sin piedad.
Ahora está en marcha otra cruzada. La anunció en 2019 Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa y apoyo espiritual del presidente Putin. El objetivo es recuperar una nueva Jerusalén: Kiev, capital de Ucrania. Es necesario, afirma Kirill reconquistarla, dominarla para “salvar al país del mundo occidental y sus valores corruptores”.
A los componentes militares, geopolíticos, económicos, culturales y territoriales de la invasión a Ucrania, se suma el religioso, pues Kirill la justifica como una gran cruzada. Su actitud ocasiona ya la pérdida del liderazgo que tenía en las iglesias ortodoxas de otros países que condenan la invasión y piden la paz. Como la búlgara, la serbia, la rumana, la de Georgia y la griega.
El fanatismo religioso como arma de guerra.