Rosario Ibarra, La Doña, era una mujer que reía mucho: pese a la tristeza en sus ojos reía a carcajadas cuando valía la pena. Su casa era casi un museo en el que coincidían fotografías de sus nietos, objetos art déco, libros apilados, rosas y canastas con la correspondencia más valiosa y solidaria. Las fotos de Jesús también estaban ahí, incluida esa versión grande de cuerpo completo con la que descubrimos que también ella necesitaba no sólo fotos de su rostro sino dimensionarlo entero para sentirlo cerca. Le gustaba recibirnos en su casa o en los mítines en la calle con bloques del periódico ¡Eureka! para repartir entre la gente. Al final de cada evento siempre nos pasaba el micrófono para que se escuchara la voz de los hijos de personas desaparecidas. Con ella pusimos frente a catedral aquella manta que decía “Queremos abrazar a nuestros padres esta Navidad”. Debajo de esa bandera-cobijo nos reunimos un pequeño grupo de niños. Son también esas nuestras fotos de infancia.
En aquellos años tan difíciles muchos se alejaban: “Una aprende a tener ex familiares en esta lucha”, decía La Doña. Pero también nacía esa suerte de “familia ampliada” alrededor del trabajo imparable de ¡Eureka! y en el camino de lucha por la presentación de nuestra gente. Por eso podemos decir, sin hacer de lado el enorme amor que tuvo siempre por sus nietos, que La Doña era también nuestra abuela.
A Rosario la recordamos marchando cada 1º de mayo levantando alto el puño izquierdo y la voz, proyectando esa claridad y pasión con la que solía comunicar los reclamos de justicia. La recordamos recibiendo la bandera de México de manos del EZLN, fortalecida por sentir al movimiento zapatista abrazar la memoria y la lucha de nuestros padres. La recordamos también en los escraches a Echeverría que organizamos los HIJOS, su mano estampada en huella roja como marca de que la condena social había llegado a su puerta.
La lista de recuerdos es casi infinita. Audiencias con presidentes, como cuando a Vicente Fox le exigió libertad y presentación con vida, porque fuera de eso nada nos interesaba: “Ni el agua les vamos a aceptar”, le dijo.
La recordamos acompañando protestas para la extradición del represor argentino Ricardo Cavallo. Hizo una “ronda” con Laura Bonaparte, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, bromeaban ellas sobre qué tan alto lograban elevar los pies al andar a sus casi 70 años. Jugaron tanto que la ronda terminó con pasos de cancán.
Rosario fue mujer de fuerzas: memoria privilegiada, viva, alegre e indignada. En alguno de sus cumpleaños se animó a llorar, tal vez porque éramos pocos esa vez, porque decía que a los poderosos no había que regalarles ni una lágrima pero entre amigos y familiares se podía compartir el dolor.
Ojalá México la recuerde como nosotros: su melena al viento, su grito certero, su audacia. La Rosario de voz tenaz para reclamar siempre, sin desistir, el alto a la represión. La que trabajó el terreno para sacarlo de lo privado, para sembrar lo que hoy es el movimiento por los derechos humanos en México.
Murió La Doña a sus 95 años y a 47 de la desaparición de su hijo Jesús. Hoy la tierra abraza su cuerpo en Monterrey, en un México que le sigue debiendo mucho a ella y a tantas familias. Cuando ya rondamos las 100 mil personas desaparecidas, la lucha que iniciaron Rosario y Las Doñas está vigente, porque la presentación con vida sigue siendo una demanda y no una realidad; los responsables continúan impunes y la verdad sobre el paradero de los nuestros no parece cercana. Nos vas a hacer mucha falta, Rosario. Seguiremos luchando por nuestros padres y madres aunque se hace cuesta arriba sin tenerte cerca, sin poder conversar contigo. Salúdanos a nuestra abuela y a todas Las Doñas que se adelantaron, con las que seguramente tendrás un rencuentro maravilloso. Salúdanos a nuestros tíos Guaymas y Raúl; también a nuestros tíos y tías, asesinados, ejecutados extrajudicialmente, y a quienes lucharon al lado de ¡Eureka! y hoy no están.
Hasta siempre, querida Doña. Aquí dejas digna rabia, terca memoria, alegría. Queda tu melena al viento, tu presencia insumisa.
* HIJOS México