Borovsk. Una capa de pintura blanca cubre el escaparate del almacén abandonado. Hace apenas unos días se podían ver allí, dibujados, una bandera amarilla y azul, la divisa de Ucrania, y una consigna pacifista.
“Ellos las borraron”, dice Vladimir Ovchinnikov, de 84 años. Desde que sale del auto, el viejo artista ruso se dirige con paso enérgico hacia las tres manchas blancas y, con un lápiz negro, recomienza su obra.
Esta vez dibuja una paloma en vez de la bandera ucrania y vuelve a escribir ambas consignas prohibidas, en virtud de una nueva ley que reprime el hecho de “denigrar” al ejército ruso, que participa desde el 24 de febrero en una campaña militar contra Ucrania.
La escena ocurre en una aldea que cuenta oficialmente con seis habitantes, en la región de Kaluga, a dos horas por carretera al sur de Moscú. Aquí, como en otras partes, un clima de delación se ha instalado desde la ofensiva.
Apenas el artista comienza la obra, un hombre de barba negra se acerca. “¿Usted es serio? ¡Eso es vandalismo, voy a llamar a la policía!” Vladimir Ovchinnikov y los corresponsales de la Afp que lo acompañan son forzados a retirarse.
En Rusia, la más mínima crítica al papel del gobierno ruso en el conflicto, incluso velada, puede llevar a acusaciones judiciales.
Vladimir Ovchinnikov ya tiene experiencia. A fines de marzo, dibujó a una niña vestida con los colores de Ucrania y tres bombas negras sobre su cabeza en un muro del centro de la ciudad de Borovsk.
El dibujo fue borrado y Ovchinnikov convocado al tribunal, donde tuvo que pagar 35 mil rublos (432 dólares) de multa por haber “desacreditado” al ejército.
“Llamar al fin de la guerra es penado por la ley”, señala Vladimir Ovchinnikov, quien recibió más de 150 donaciones para pagar la factura. En lugar de esta obra borrada y castigada, dibujó otra paloma.
Sin embargo, en la ciudad de Borovsk, de 10 mil habitantes, famosa por sus paisajes bucólicos, el artista es un ciudadano famoso. Uno de sus frescos que adorna la comisaría militar local muestra la liberación de la ciudad por el Ejército rojo en 1942.
Desde 2002, este ingeniero jubilado ha dibujado más de un centenar de obras en las paredes de Borovsk: escenas históricas, reproducciones de fotos y retratos de héroes rusos como los escritores Pushkin y Gogol o el poeta Vladimir Vyssotski.
En marzo pasado, en una ventana, pintó a dos mujeres dándose la mano. Una lleva una cinta con los colores rusos en el cabello, la otra, una con los colores de Ucrania. Llamado Nostalgia, el dibujo aún no ha sido tapado.
“Esta amistad fue destruida, sólo se puede sentir nostalgia”, dice Ovchinnikov.
Rusia va en “mala dirección”
La vida de Ovchinnikov, un abuelo de cabellera blanca y ojos azules cristalinos, es la de un hombre que ha ido entrando lentamente en resistencia rusa contra Vladimir Putin.
En 2003, descubrió una obra que hacía un censo de las víctimas de represiones soviéticas en la región de Kaluga. Centenares de nombres de fusilados y deportados al Gulag.
El hallazgo hizo que aflorara su historia familiar. Su padre, Alexander, fue condenado a 10 años de campo en 1937 por acusaciones de “monarquismo-trotskismo”. Purgó su pena en Kolyma, en el Extremo Oriente, y terminó por instalarse en Borovsk en 1956.
Desde 2005, Ovchinnikov ha realizado múltiples trámites administrativos para que se rehabilite a las víctimas de las purgas estalinistas, pero siempre se topa con rechazos.
En 2015 y 2016, en las paredes de Borovsk pintó varios retratos de personas fusiladas. Pero sus obras siempre acaban siendo borradas.
Para él, un dibujo tiene un verdadero poder. “Va directo de frente y muestra un crimen. ¿Bombas sobre un niño? Todo está claro”, dice sin ocultar su oposición al presidente ruso.
“Dibujo para expresar mi comprensión de las cosas, para fijarla y transmitirla a otros. Tal vez eso pueda tener una influencia en quienes no se interesan en la política”, explica.
Para él, es muy posible que Rusia esté avanzando en “una muy mala dirección”. Pero mientras tanto, jura que continuará dibujando palomas sobre sus pinturas borradas.