Monterrey, NL. Hace años, antes de que por el agotamiento y la enfermedad Rosario Ibarra de Piedra decidiera retirarse de la vida pública y activa que había llevado, mandó hacer una lápida para su sepultura, una plancha de cemento cubierta de mosaicos de colores con un diseño medio Gaudí, medio art déco, que reproduce una caja de perfume que a ella de niña le encantaba y que su mamá guardaba en la mesa del tocador.
Esta tarde calurosa, la doña, la fundadora del Comité ¡Eureka!, la activista y política que desafió a las instituciones desde la Cámara de Diputados y el Senado, que acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas, al subcomandante Marcos y al ahora presidente López Obrador en sus momentos cruciales, recibió el último adiós de su familia, sus amigos y un puñado de seguidores.
GALERÍA: Rosario Ibarra de Piedra, una mujer indoblegable que peleaba sin odio.
Frente a su féretro tomaron la palabra sus dos hijas. Claudia Piedra, la menor, hizo un duro reclamo al actual gobierno por no haber hecho lo suficiente para el esclarecimiento total de los casos de desaparecidos de los años setenta, entre ellos su hermano Jesús, quien mañana cumplirá 45 años de haber sido detenido en un operativo policiaco y entregado a los militares sin que se volviera a saber nada de él.
“Le queda mucho por hacer a este gobierno. Ha hecho mucho, pero no puede haber una transformación verdadera si sigue el problema de los desaparecidos”, dijo. En sus manos se estrujaba un trozo de tela negra donde su madre había pegado la fotografía de Jesús. En ese entonces un muchacho de 19 años, rodeado de perlitas de plástico. Ése fue su medallón, su talismán en la extenuante lucha por la verdad. Claudia ahora tiene la estafeta.
Hizo referencia a la carta que Rosario le escribió al mandatario cuando le fue otorgada en el Senado la medalla Belisario Domínguez en 2019, en la que lo llama querido amigo y le deja en prenda la presea hasta que se cumpla la promesa de encontrar a los desaparecidos políticos de la guerra sucia. “Ella le pidió al Presidente que le entregara la verdad sobre el paradero de mi hermano Jesús y los demás desaparecidos, y no ha cumplido”.
A las autoridades que están a cargo de la comisión creada por un decreto presidencial para investigar los casos de violación de derechos humanos desde 1965 hasta 1990 las llamó insensibles, porque el sufrimiento de las víctimas directas se ha transmitido de generación en generación hasta causar gran dolor a los nietos y nietas.
El mensaje de Rosario Piedra, la mayor, titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, atenuó la crítica: “Tenemos que exigir a las autoridades, pero también tenemos que pedir al pueblo de México que tome esa conciencia. La construcción de una sociedad sin desaparecidos y sin impunidad no se da por decreto, eso es en lo que tenemos que poner todos nuestro esfuerzo”.
Por su parte, Laura Gaytán, quien integró las filas del Movimiento Armado Revolucionario en Chihuahua y estaba presa en el Campo Militar número 1 hacia fines de los setenta y que como tantos otros hubiera sido una desaparecida más si su madre, junto con Rosario y las doñas de ¡Eureka!, no hubiera luchado y reclamado su presentación con vida, también criticó duramente a los antiguos presos políticos, más de 100, que recuperaron su libertad como resultado del trabajo del comité. Los llamó “ingratos y desleales”.
“Aquí habemos algunos honrándola, llorándola, agradeciéndole. Muchos otros la traicionaron enquistándose en programas de los gobiernos en turno. Ojalá que algún día su conciencia les permita reconocer que gracias a la lucha de Rosario y de muchas otras están vivos y libres. Yo desde aquí honro su vida y le agradezco haberme dado a luz por segunda vez.”
A pesar de los diferentes tonos y matices, las tres mujeres coincidieron en algo: es el momento de que este movimiento, hoy diezmado por las duras décadas de rechazo, oídos sordos y promesas incumplidas, vuelva a tomar las calles con su reivindicación central: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
En ningún momento de las exequias hubo multitudes, mucho menos políticos dando declaraciones. Rosario fue velada en una modesta funeraria rodeada de amigos y familia, muchos de ellos antiguos presos políticos, familiares de desaparecidos y alguna que otra doña sobreviviente. Las madres del comité ¡Eureka!, que ya rebasan los 90 años, han ido muriendo.
Sólo en lo que va de este año se han apagado las vidas de tres de ellas: Elisa Gutiérrez de Cortés, Catalina Castro de García y la misma Rosario.
¿Por qué la flaca memoria? ¿Por qué la falta de reconocimiento en la despedida de esta mujer que significó una transformación profunda del país?
“Esto es Monterrey, el corazón de la reacción política”, responde Ricardo Morales Pinal. Cuando era un joven profesor de química en la universidad y el estudiantado se radicalizaba por el cierre de opciones democráticas, formó parte del movimiento armado conocido como Los procesos, que fue descabezado por la represión. Medio centenar fueron encarcelados. Pasaron su juventud tras las rejas hasta que durante la segunda huelga de hambre del comité ¡Eureka! en la Catedral metropolitana se logró la amnistía y así salieron presos. Él es de los que no olvidan.
Shula Erenberg, directora del documental Rosario, comparte esta opinión de que la sociedad todavía le debe reconocimiento a la defensora. “Querida sí era, y mucho, por la gente de su entorno, por la izquierda. Yo recuerdo haberla visto en aquel grito del 16 de septiembre de 2006 que se organizó cuando Felipe Calderón cometió fraude contra López Obrador. Ella fue la encargada de dar el grito. Era tan pequeña que apenas se le alcanzaba a ver en el templete. Pero su voz llenaba el espacio y su elocuencia tocaba a la gente”. En ese momento la cineasta decidió que quería hacer una película sobre esa mujer.
La ligaba a ella otra historia, la amistad con Laura Bonaparte, fundadora de las madres de la plaza de Mayo de Argentina. Shula era su nuera, compañera de uno de sus cuatro hijos desaparecidos. Laura, que le decía con cariño a Rosario petisa, chaparrita, fue su gran amiga.
Entre el montón de flores blancas, aparece finalmente lo que realmente le gustaba a Rosario, las rosas rosas, tirándole a un color más bien morado. Es Tania Ramírez Duarte, fundadora de H. I. J. O. S. México, quien se ha acordado del detalle. “La muerte de Rosario nos ha dolido mucho, fue nuestra abuela, nuestra compañera y maestra. Ahora lo que esperamos es que el país esté a la altura de su legado, como un factor social y político único, distinto. Nos va a hacer mucha falta, sobre todo en el contexto actual de México, cuando estamos a punto de llegar a las 100 mil personas desaparecidas, y que también estamos frente a una realidad de no reconocimiento de esta situación por parte del Estado mexicano”.
Se refiere por una parte a la reacción que dio el presidente López Obrador a la postura expresada recientemente por el comité de desapariciones de la ONU. Pero también a una respuesta que nunca llegó por parte de la Presidencia. Se trata de una carta que escribió personalmente Rosario a López Obrador y que le fue entregada en mano propia en Palacio Nacional el día en que tomó posesión. En ella la doña le pedía que consiguiera una audiencia a las madres del Comité ¡Eureka!
“Sólo le pedía que las escuchara”, explica Claudia Piedra. Pero no las ha recibido. Y ya pasaron tres años. Para ella, López Obrador no ha respondido con reciprocidad a todo el apoyo que le brindó Rosario Ibarra de Piedra a sus causas y a su lucha por llegar a la Presidencia.