Un fantasma recorre el mundo: la inflación. El fenómeno inflacionario es una realidad omnipresente que amenaza con lastrar el momento de recuperación económica que viven algunas naciones, Estados Unidos una de ellas.
Desempleo por debajo de 4 por ciento, incremento salarial por arriba de 15 por ciento, así como un creciente restablecimiento de las cadenas de distribución y de la actividad industrial son un buen augurio para la economía. Sin embargo, todos esos indicadores no son suficientes para contrarrestar el pesimismo que se cierne sobre el buen desarrollo económico cuando la inflación ha llegado a 8 por ciento. El incremento de los precios derivado de la inflación ha dejado de ser una cuestión de especialistas para convertirse en una realidad que ahoga el gasto diario del que depende la sobrevivencia en millones de hogares.
En febrero 2021 dos conocidos economistas ventilaron sus acuerdos y desacuerdos acerca de los efectos que tendría el paquete de estímulos económicos propuesto por el presidente Joe Biden y aprobado en el Congreso ese mismo año. El paquete formaba parte del proyecto económico de su administración, conocido como “Build Back Better”, que apunta a reconstruir algunas áreas de la deteriorada economía, la cual es producto de rezagos históricos agravados por los cuatro años del gobierno de Donald Trump, así como del impacto de la pandemia. Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro y Paul Krugman, premio Nobel, coincidieron en la necesidad y oportunidad del paquete. Ambos economistas están de acuerdo en que la intervención del Banco Central, mediante la regulación de tasas de interés y oferta monetaria, es clave en el control de la inflación, aunque de excederse podría tener un efecto recesivo. Sin embargo, discreparon en algunos de sus rubros y la forma en que afectan a la economía. En días recientes retomaron la discusión en diferentes medios.
Entrevistado en la cadena NBC, Summers señaló que una de las razones de la inflación es la ola súbita en la demanda, derivada del paquete de estímulos a la economía de las familias, la posposición del gasto durante la pandemia, la reducción en la oferta de mano de obra, la política monetaria de bajos intereses, y los cuellos de botella en la producción y distribución de bienes y, recientemente, la guerra entre Rusia y Ucrania, lo que ocasionó la mayor inflación en cuatro décadas.
En algunos artículos en The New York Times, Krugman señala en que la coincidencia de los factores aludidos por Summers provocó una tormenta perfecta, pero discrepa esencialmente en la parte correspondiente al estímulo del gasto social. Lo considera necesario y urgente, ya que incluye el destinado a combatir la pandemia y la adecuación de los planteles escolares para reducir el riesgo de contagios. Debido al encierro obligado por la crisis sanitaria, el gasto se concentró en bienes que se entregaban a domicilio y no en servicios como restaurantes. Se espera que la producción y distribución de productos se restablezca, el gasto en servicios se amplíe, el desempleo regrese a los niveles de hace dos años y la renta de las viviendas se equilibre una vez que se reanude la construcción, todo ello redundara en la reducción de la inflación. En efecto, existe un calentamiento coyuntural de la economía, pero no un descontrol de la inflación.
A fin de cuentas, se puede decir que Summers esta más preocupado por la relativa escasez de mano de obra, el déficit fiscal y los efectos inflacionarios que por el incremento de la demanda. Krugman, en cambio, está menos preocupado por el déficit y a favor de una política fiscal y de gasto que favorezca a los sectores de población más desprotegidos. El déficit se subsanará cuando la economía recupere su ritmo de crecimiento. Esquemáticamente, esas parecen ser las cuestiones esenciales de sus desacuerdos.
Como no podía ser de otra forma, el efecto inflacionario ha impactado negativamente la popularidad del presidente Biden, pero el apoyo o rechazo de los electores se cristalizará en las urnas el próximo noviembre cuando se renueve el Congreso.