El resultado, en lo general, estaba cantado desde varios días atrás y confirmado antes de que comenzara la sesión en San Lázaro: Morena y sus aliados no alcanzarían la mayoría calificada para aprobar la reforma eléctrica propuesta por el Presidente de la República.
A pesar de los esfuerzos por dividir el voto opositor al obradorismo, el resultado fue ínfimo, pues sólo cambió abiertamente de bando un diputado priísta, hijo de un aspirante a embajador de México en República Dominicana que está en espera de ser aprobado por senadores. El marcador, a fin de cuentas, terminó empatado en cuanto a defecciones, pues un legislador llegado a nombre del “Verde Ecologista” pasó a Movimiento Ciudadano para votar en contra de la citada reforma.
Ganadores de antemano, los opositores a Palacio Nacional aprovecharon la oportunidad para mostrarse con infantilismo fanfarrón, como en el caso del priísta Alejandro Moreno, quien parecía incapaz de ocultar la satisfacción inmensa por un primer triunfo ante el morenismo y sus aliados; con revanchismo propio de fideicomiso de liquidación, en el caso de lo que queda del Partido de la Revolución Democrática (PRD-lqq) o con aires de misionero (“hermanos, hermanas”) gesticulante e histriónico en cuanto al panista Jorge Romero Herrera.
Ahí estuvo el detalle: en el intento del morenismo y sus aliados por hacer que Margarita Zavala se excusara de participar en la sesión por presunto conflicto de intereses (que en términos jurídicos fue negado) a causa de las andanzas bien pagadas de su esposo, Felipe Calderón, después de Los Pinos, en una empresa con participación accionaria de Iberdrola, o en el monetizado arrepentimiento del Verde por haber apoyado en 2013 la gran transa peñista en materia eléctrica y ahora estar en retractación provisionalmente alineada con el gobierno en turno, cual ha sido la política de mercado tan conocida en el “Verde”.
La sesión en sí resultó por debajo de la trascendencia de la reforma a discusión. Morena y sus aliados se anclaron en el lugar propagandístico común y su propio coordinador de diputados, el poblano y bartlettista Ignacio Mier, se mostró al micrófono como un operador simple, sin dar perspectivas y análisis trascendentes, más allá del forcejeo declarativo y la provocación anecdótica.
Los opositores tampoco exhibieron luces mayores ni aportaron profundidad alguna. El priísta Rubén Moreira, en todo caso, abrió una puerta a posteriores entendimientos con el morenismo, en aras de reformular iniciativas en el tema eléctrico a partir de eventuales negociaciones de toma y daca en este momento impreciso pero previsible (Hidalgo y Coahuila como subsistentes monedas electorales de cambio).
En lo inmediato, el freno a una iniciativa presidencial fue magnificada por el tripartidismo claudista (Sí por México: PAN, PRI y PRD-lqq): es el fin del obradorismo, aseguran, y de aquí en adelante todo será cuesta abajo en el régimen “dictatorial” sito en Palacio Nacional.
Por su parte, la narrativa 4T se aferra a etiquetar a sus opositores como traidores a la Patria, responsables de impedir una reforma sustancial. No es difícil asociar a los partidos claudistas, más el zigzagueante MC, con el interés ahora triunfante de poderes de Estados Unidos, representados en México por el embajador Ken Salazar, o de empresas europeas, como en el caso del asesor italiano Paolo Salerno.
A reserva del desenlace concreto de esta sesión (lo cual no era conocido a la hora de cerrar esta columna), que podría consistir en una votación sin mayoría calificada para reformar la Constitución, o alguna treta procesal para posponer tal votación y esperar a eventuales arreglos (¿con el PRI?), el Presidente, el morenismo y sus aliados quedarán a partir de hoy con dos banderas importantes: una, la consolidación del dominio nacional sobre el litio y otra, electoral, la de responsabilizar a los opositores de la obstrucción de una reforma tan importante, ¡hasta mañana!
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