La invasión rusa de Ucrania ha resultado en una guerra en donde Estados Unidos puede posar, otras vez, como el líder moral de lo que llama el “mundo libre”, y todos los días ofrece un mensaje oficial en el cual deplora los crímenes de guerra, las violaciones al derecho internacional, las agresiones de “autócratas” contra “demócratas”, el poder corrupto de los “oligarcas” y las intervenciones y grandes defensas de los principios de la “soberanía” y la “autodeterminación”.
Este país, en su política oficial, siempre ha necesitado ser percibido dentro y fuera de sus fronteras, como “el bueno”, el país “escogido” por fuerzas divinas para defender los principios más puros de la humanidad, la nación “excepcional”, el “faro” para todos, y ahora toda esta retórica renace en torno al desastre en Ucrania.
Pero después de múltiples invasiones e intervenciones (tal vez más que cualquier otro país en tiempos modernos) y apenas concluyendo las guerras más largas de su historia, lo que más sigue sorprendiendo es que este rollo sigue funcionando en los noticieros nacionales, en los debates en el Congreso, en las opiniones de los think tanks, en las aulas de las escuelas y universidades del país. Por supuesto, hay nobles y feroces excepciones de quienes luchan para remediar lo que, tal vez, es la peor enfermedad de esta sociedad: la amnesia histórica.
Un gobierno que sigue buscando enjuiciar a delatores de crímenes de guerra como el caso de Julian Assange, que encarceló a Chelsea Manning y a otros por revelar crímenes de guerra, que obligó el exilio de Edward Snowden por revelar el espionaje masivo ilegal de todos dentro y fuera de Estados Unidos, un país que mantiene abierto el campo de concentración de Guantánamo, donde a prisioneros torturados les son negados todos los derechos, ni hablar de los millones de víctimas civiles de sus guerras –entre muertos, heridos y desplazados– en Irak, Afganistán, Siria y más (https://watson.brown.edu/costsofwar/), aún se atreve a proclamarse líder moral del mundo.
Durante las últimas semanas, el gobierno estadunidense ha denunciado los “crímenes de guerra” y sugerido que Rusia debe ser llevado al banquillo de los acusados ante la Corte Penal Internacional (CPI), pero como se ha reportado, Washington no ha ratificado a esa instancia e incluso ha amenazado directamente a sus fiscales y jueces cuando éstos pretendieron indagar delitos estadunidenses. “Aparentemente, Washington ahora cree que la CPI es suficientemente confiable para enjuiciar a rusos, pero no para llevar a funcionarios estadunidenses o israelíes ante la justicia”, escribe la profesora de leyes y ex presidenta del Gremio Nacional de Abogados (NLG) Marjorie Cohn, en Truthout.
En torno al supuesto respeto a las “reglas internacionales” y a la autodeterminación de los pueblos, pues casi nadie consciente en América Latina puede escuchar eso sin una risa agria y triste. Como recién escribió Katrina vanden Heuvel, directora de The Nation, en su columna en el Washington Post: “La hipocresía es común en las relaciones internacionales. Los rusos y los chinos, por ejemplo, invocan constantemente el derecho internacional, incluso cuando lo pisotean o cuando lo consideran necesario. Estados Unidos defiende un ‘orden basado en reglas’, en el que hacemos las reglas y nos mantenemos exentos de ellas cuando queremos. El ‘principio’ de respetar a las naciones y su derecho a elegir su propio camino es bueno. Los países de nuestro propio hemisferio desearían que lo practicáramos además de predicarlo”.
En La resolución aprobada de manera unánime en el Senado el mes pasado a favor de promover una investigación internacional de crímenes de guerra de Rusia, los legisladores proclaman –como en casi todas las declaraciones oficiales– que “Estados Unidos de América es un faro por los valores de la libertad, la democracia y los derechos humanos en todo el planeta…”
Pero por ahora, ese faro está fundido (aparentemente nadie le ha informado al farero), y demasiados que fueron guiados por esa supuesta luz han naufragado por todo el mundo.
Grateful Dead. Ship of Fools.