Si pudieras hablar con algún ser querido que ha muerto, ¿a quién elegirías? El escritor Hiram Ruvalcaba acudió hasta un teléfono del viento, ubicado en una colina frente al mar, en Japón, para encontrar a Tristán, su hijo fallecido poco antes de la fecha del parto. Relata su largo peregrinar por el país oriental en las crónicas de Los niños del agua, libro en el que revela puentes entre la cultura de Japón y nuestro país.
“Ese tipo de duelo es muy particular, y en el caso del hombre se vive en silencio”, manifiesta en entrevista el autor jalisciense (Zapotlán El Grande, 1988) con motivo de este libro. “Es la crónica de mi experiencia de la pérdida de mi primer hijo, hace casi 10 años. Es un tema que me estuvo rondando la cabeza y el corazón mucho tiempo, pero no había encontrado la manera de expresarlo o verbalizarlo. Mientras el nacimiento es una celebración, quieres que todo mundo se dé cuenta, esta pérdida es lo contrario, no quieres que nadie sepa porque es doloroso y es difícil dar explicaciones”.
Muchos años después “fue muy iluminador” el encuentro con Jizo, un bodhisattva que ha orientado su existencia a la iluminación y a aliviar el sufrimiento. En la cultura budista es una figura protectora de los viajeros, las embarazadas y de los niños, para que vayan al paraíso. Quienes han tenido una pérdida, le colocan gorros y baberos rojos a estatuillas de cara infantil, junto con ofrendas para que cuiden del alma de sus hijos y ayuden a superar el dolor.
“Esperanzador” es el sentir que describe al encontrar que había un espacio para las almas de niños como su Tristán, “que están ahí flotando, en la imaginación, si quieres. Respeto las creencias ajenas, pero también la propia. Si en el catolicismo no encuentro el consuelo que necesito, en el budismo hallé respuestas satisfactorias para este dolor que no me dejaba descansar”.
En la primera crónica, Ruvalcaba apunta: “La muerte de un bebé deseado diluye cualquier sueño posible”. Detalla que Mizuko es el término en japonés que significa “los niños de agua”, para referirse a los fetos abortados, también a los que no sobrevivieron al parto o murieron poco después de nacer. Jizo san es un elemento aglutinador en el libro de 140 páginas.
Lazos entre Japón y Jalisco
En siete textos, con un estilo ensayístico, entrelaza los caminos de su natal Jalisco y Japón, país por el que ha sentido interés desde muy temprana edad. Su búsqueda ha sido por tender puentes entre dos culturas con reflexiones sobre la vida, la muerte, la literatura y el arte, “aquello que nos vuelve humanos”, expresa en la difusión sobre la reciente publicación de la colección Tierra Adentro del Fondo de Cultura Económica (FCE).
“Tengo una relación muy larga con Japón”, desde la secundaria estaba interesado en la cultura del manga y del anime, “soy medio otaku”, define durante la entrevista, mientras su pequeño hijo Naím ronda cerca del teléfono y hace preguntas sobre la conversación. La literatura japonesa llegó desde la preparatoria con lecturas de Kenzaburo Oe y Yasunari Kawabata. Como parte de la maestría en El Colegio México el narrador y profesor hizo viajes de investigación, pues se ha especializado en literatura japonesa, sobre todo en los cuentos populares. En sus estudios de posgrado supo de Jizo san.
Encontró que son muchos los vínculos entre dos países tan distintos, “recientemente se ha visto que muchos artistas mexicanos están aceptando la influencia japonesa en sus formaciones. Déjate del haiku o formas literarias, el manga tiene una fuertísima presencia en la cultura popular mexicana contemporánea. Todo mundo sabe quien es Goku”. Agrega que Gabriel García Márquez también tiene influencias de la cultura nipona, como en su cuento “El avión de la bella durmiente”, donde claramente retoma a Kawabata.
Con Los niños del agua Hiram Ruvalcaba ganó el Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2020. “Que reconozcan la chamba en un lugar como la periferia, desde donde escribo, es esencial para seguir por el camino que lleva. Cuando vas por el desierto esperando que caigan las becas, es difícil tener satisfacciones. No quiero decir que si uno no gana premios no vale la pena escribir, porque pasé muchos años sin ganar nada y seguí trabajando”.
Anteriormente, el autor fue reconocido con los premios nacionales de cuento Comala 2018 y José Alvarado 2020. Con Los niños del agua exploró un nuevo género con estas crónicas ensayísticas. “Al principio fue complicado, porque el cuento es más cerebral y estructurado. En la crónica traté de dejar libre el lenguaje, que se conjugaran la emoción con las ideas. Hubo más un crecimiento emocional a lo largo de los textos; eso me gustó mucho”.
Su trabajo más reciente es una novela, “la primera que termino y estoy conforme”, que se publicará el próximo año. “Habla sobre la violencia y cómo crece en nosotros, a veces de maneras imperceptibles”.
Ruvalcaba informa que en los meses próximos se publicará otro libro de cuentos titulado De cerca nadie es normal.
“Tengo la filosofía que uno tiene que aprovechar los instantes creativos. Siento que estoy en un momento de mi vida que he tenido que crear, a pesar de tener a este chiquillo enfadoso. Lo quiero aprovechar”, ríe antes de despedirse, pues el pequeño Naím, para quien a los tres años su mayor urgencia vital es salir a la calle por dulces.