Con motivo de sus 71 años, que cumple hoy, Marcela Rodríguez reconoce que la buena estrella ha estado de su lado desde que comenzó su carrera de compositora, hace casi medio siglo.
Apenas comenzaba a estudiar la especialidad cuando la llamaron del ámbito teatral para encargarle la musicalización de los montajes, lo cual, con el paso del tiempo se convirtió en su mejor escuela, afirma a La Jornada.
“He tenido mucha suerte de estrenar todo lo que hago. Claro, no ha sido fácil, hay que tocar puertas siempre. Cuando Octavio Paz me dijo que si él no se movía no pasaba nada, me di cuenta de que si él, siendo quien era, tenía que moverse, con más razón yo debía hacerlo”, dice.
“Hay que dar a conocer lo que uno hace porque, si no, nadie se entera; llevarlo a los directores, a los ensambles, sobre todo escribir para los ensambles ya armados; es más fácil. Han sido muy redituables todos estos años de compositora.”
Aunque no tiene un conteo formal, calcula que su catálogo abarca unas 60 obras, de las cuales 70 por ciento son sinfónicas. Cuenta con unos 10 conciertos para instrumento y orquesta, y obra sinfónica sola, además de oratorios y cuatro óperas, así como piezas de cámara y para instrumentos solistas.
“Que se hayan tocado esas piezas tiene que ver con la suerte, pero hay también mucho trabajo detrás y mucha gestión. Lo más difícil son las orquestas sinfónicas, porque no les interesa la música nueva. Siento que las orquestas son como museos, porque deberían tocar 80 por ciento de música contemporánea y 20 por ciento de clásica y antigua, pero es al revés.”
La autora aclara que esa falta de interés por la música nueva tiene que ver con el miedo de los programadores a que el público no asista a los conciertos, no con que los compositores actuales le hayan dado la espalda a los escuchas.
“Hay música compleja que es muy interesante. Se cree que la música nueva es incomprensible, pero lo es porque nunca se oye. Si se escuchara diario, a la gente no le parecería rara”, considera.
Desafíos en un país machista
Para Marcela Rodríguez, “ha sido muy difícil” dedicarse a la composición en un país machista, como México, actividad que hasta hace no mucho en el mundo era exclusiva para hombres.
“La música siempre ha sido un gueto masculino. ¿Cuántas mujeres directoras de orquesta hay? Son contadas con las dedos; las orquestas eran para hombres; hemos demostrado que nosotras tenemos una fuerza muy especial en todos los aspectos profesionales. Estábamos apachurradas.
“Fui de las primeras, y ahora soy de las más viejas de las compositoras en México. Fui de las pioneras, al lado de Lucía Álvarez y Graciela Agudelo, pero la que nos jaló fue Alicia Urreta; ella comenzó a darnos cuerda.”
La creación musical llegó de manera azarosa a la vida de la maestra. Comenzó muy joven con la guitarra, por su gusto por el bossa nova; lo hizo tan bien que a los 16 años tocó en una ocasión con Joao Gilberto. Eso la alentó a estudiar el instrumento en forma, aunque nunca con fines profesionales.
Estudió cinco años de guitarra clásica con Manuel López Ramos y, sin darse cuenta, ya era guitarrista, pero le llegó una crisis y odió el repertorio, lo cual la llevó a pasar una temporada en Francia. Allá conoció a Leo Brouwer, quien le reveló la música contemporánea.
“Regresé a México a estudiar composición. Tenía 24 años y una idea firme de lo que quería. Al año, me invitaron a hacer música para teatro, porque Jesusa –su hermana–, ya estaba metida en el teatro, con Julio Castillo. Me propuso para hacer música para montajes.”
Marcela Rodríguez no disocia la música de las circunstancias de su tiempo; por ello, varias de sus obras han sido plataforma para expresar sus desacuerdos y críticas: “Las situaciones del país siempre me han afectado. El arte no puede ser ajeno del entorno mundial o del país. Mi cuarteto de cuerdas más reciente, Tenebris, lo hice con el sentimiento del feminicidio, de las muertes constantes de las mujeres”.
La compositora llega sus 71 años “como abuelita feliz. Estoy fascinada. Lo de los nietos es maravilloso, impresionante; parecería un lugar común, pero es muy fuerte esa relación; me ha revivido”, asegura.
“Es duro rebasar las siete décadas porque suena como a muchos años. Cuando yo conocía a alguien de esa edad, pensaba que era un viejito. Para nada me siento así, tengo mucha energía, estoy trabajando mucho; no espero sentirme viejita nunca. Me siento en muy buen momento, con muchas ganas de seguir componiendo, con muchas ideas nuevas; estoy muy revitalizada y, además, con mucho gusto de que los intérpretes estén haciendo mis obras.”