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José Maria Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845-París, 1900) es uno de los escritores lusitanos más destacados no sólo del siglo XIX sino de todos los tiempos, un auténtico titán de la literatura portuguesa y un autor cosmopolita con la sensibilidad digna de los más grandes creadores. Aquejado de tuberculosis en fase terminal, José Maria Eça de Queirós buscó a especialistas; primero en la Costa Azul, en Biarritz; luego en los Alpes Suizos, en Lucerna. Regresó a París y falleció el 16 de agosto de 1900 en su casa de Neuilly-sur-Seine. Tenía cincuenta y cuatro años de edad.
La obra prolífica y la “nueva expresión del arte”
Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845-París, 1900) fue uno de los más importantes escritores lusitanos del siglo xix. Su carrera diplomática lo condujo a residir en Cuba e Inglaterra, y en 1889 fue nombrado cónsul de Portugal en París, donde vivió hasta su muerte. Parte de su obra fue publicada póstumamente.
Escribió, entre muchos libros, las novelas El misterio de la carretera de Sintra (1870) –con José Duarte Ramalho Ortigão, quien le llevaba a Eça de Queirós nueve años de edad: tenían uno treinta y cuatro y el otro veinticinco cuando comenzaron a pergeñar a cuatro manos la novela por entregas–, El mandarín (1880), La reliquia (1887), La ciudad y las sierras seguido de “Civilización” (1901), La capital (1925) y El conde de Abranhos (Apuntes biográficos de z. Zagalo) (1925), y las crónicas de Ecos de París (1905), Cartas de Inglaterra (1905) y Cartas familiares y billetes de París (1907), titulado en España Desde París. Crónicas y ensayos (1893-1897). Son nueve magníficos volúmenes publicados por Acantilado.
Entre sus principales piezas literarias destacan El primo Basílio (1878), El crimen del padre Amaro (1880), Los Maia (1888), La correspondencia de Fradique Mendes (1890) y La ilustre casa de Ramires (1900).
Eça de Queirós inició su quehacer literario a través del periodismo en la Gazeta de Portugal, con la escritura de artículos no siempre coyunturales. Esos textos fueron reunidos póstumamente en el libro Prosas bárbaras (1903), recordó el experto en filología árabe César Lasso en la revista Hesperia. Culturas del Mediterráneo en mayo de 2012.
Participó activamente en la tertulia llamada el Cenáculo, iniciada informalmente en las noches de bohemia de Coimbra y que, ganando disciplina en Lisboa bajo la dirección del poeta Antero de Quental, tuvo proyección pública con la organización, en 1871, de las Conferencias del Casino Lisbonense. Por aquellos tiempos, narró Lasso, fueron publicados en el periódico Revolução de Setembro los primeros textos de Fradique Mendes, personaje inventado por varios miembros del Cenáculo para quien crearon, asimismo, una obra poética escrita entre todos. Eça de Queirós incluyó al personaje en varias piezas literarias.
Eça de Queirós impartió la cuarta conferencia: A literatura nova ou o realismo como nova expressão de arte [La nueva literatura o el realismo como nueva expresión del arte]. Aunque el texto original se perdió, quedan abundantes referencias, dijo Lasso. En medio de la actividad intelectual el escritor ingresó a la administración pública en 1870. En 1872 Eça de Queirós se volvió cónsul en La Habana. Prolongó sus vacaciones y permisos al máximo. Aprovechó la oportunidad para viajar por Canadá, Estados Unidos y Centroamérica. Posteriormente se volvió cónsul en Bristol: allí consiguió ser transferido desde Newcastle, ciudad que no le gustó. Simultáneamente, se volvió un escritor de renombre. La publicación de El primo Basílio (1878) lo consagró y El crimen del padre Amaro (1880) estableció el realismo en el panorama literario portugués. Mantuvo separadas ambas actividades. Cultivó la amistad con diplomáticos europeos acreditados en Inglaterra y ocultó su faceta de escritor. El cónsul sueco, conde de Bancow y su amigo, con quien comió todos los días durante años en el mismo restaurante y compartió veladas y viajes a Londres y a París, sólo se enteró de la actividad literaria un año después del fallecimiento del escritor, y no podía creerlo. Tuvieron que enseñarle una postal de la estatua que le habían dedicado en Lisboa, aseveró Lasso.
En Bristol, Eça de Queirós inició su colaboración en la Gazeta de Notícias de Río de Janeiro. Allí publicó la colección de crónicas que, cinco años después de su muerte, apareció en el libro Cartas de Inglaterra.
La cúspide del arte narrativo
Proclamada como la mejor novela lusitana de la Historia, Los Maia (1888), publicada en español por Pre-Textos, representa para Portugal la cúspide del arte narrativo.
En la novela de alrededor de 840 páginas, Eça de Queirós cuenta la historia de la decadencia de una familia portuguesa a través de dos de sus integrantes: el viejo Afonso da Maia y el joven Carlos da Maia, protagonista de la narración: “Los Maia eran una antigua familia de la Beira, siempre poco numerosa, sin ramas colaterales, sin parentela, y ahora reducida a dos varones, el amo de la casa, Afonso da Maia, hombre ya mayor, casi un matusalén, más viejo que el siglo, y su nieto Carlos, que estudiaba medicina en Coimbra.”
La maestría jubilosa y ácida
Antonio Muñoz Molina escribió en “La risa de Eça de Queirós”:
Yo he tenido un paraíso inesperado de lector volviendo por puro azar a las novelas de Eça de Queirós, que me han gustado siempre tanto, y a las que hacía mucho que no regresaba. Estaba en otras lecturas muy lejanas. Pero una tarde, en el invierno suave de Lisboa, en la biblioteca de un hotel muy recogido, lo bastante anacrónico para tener una biblioteca y no tener música ambiental, he encontrado una hilera con las obras de Eça, en volúmenes de bolsillo, de tapa dura, antiguos, con las tapas de tela azul, con páginas de tipografía clara y anchos márgenes. La biblioteca tenía una terraza que daba al río y a los muelles de Alcántara. También tenía unos sillones de cuero perfectos para la lectura, con los brazos muy rozados por generaciones de huéspedes lectores. Algunas mañanas, el río y los tejados de la ciudad y el horizonte desaparecían en la niebla. Otras, el aire limpio y el sol lo volvían todo transparente y exacto, como recién lavado. Yo pasaba horas leyendo La ciudad y las sierras, estremecido por esa maestría a la vez jubilosa y ácida de Eça de Queirós, un novelista que tiene la alegría del joven Dickens de los Pickwick Papers, la desmesura cómica de Cervantes, la agudeza quirúrgica en la observación social de Flaubert y Zola.
Muñoz Molina evocó al protagonista de La ciudad y las sierras –novela póstuma de Eça de Queirós–, un aristócrata portugués umbrío residente en París, que se ríe a carcajadas por primera vez leyendo un ejemplar de Don Quijote que encontró por casualidad, porque un contratiempo de viaje lo privó de los libros que trasladaba.
Contra los excesos del sentimentalismo romántico
Eça de Queirós denunció los excesos del sentimentalismo romántico –recuerda el periodista Fernando Castanedo– y defendió el realismo en Portugal desde la mencionada conferencia A literatura nova ou o realismo como nova expressão de arte [La nueva literatura o el realismo como nueva expresión del arte]. El escritor portugués impulsó la nueva literatura realista.
Castanedo reitera que las dos grandes fuentes de inspiración del escritor portugués fueron Flaubert y Cervantes. Eça de Queirós admiró profundamente a Stendhal, a Hugo, a Balzac y a Zola, pero sobre todo veneró a Flaubert, en particular a Madame Bovary. En Los Maia (1888), el amigo del protagonista se lamenta: “¿Qué hemos sido desde el colegio, desde el examen de latín? Románticos: ni más ni menos, individuos inferiores que se guían en la vida por el sentimiento, no por la razón.” Émile Zola se atrevió a colegir: “Eça de Queirós es superior, incluso, a mi amado maestro Flaubert.”
La causticidad del viajero
Ignacio Ramonet –periodista, semiólogo y exdirector de Le Monde Diplomatique– aseveró que Eça de Queirós fue un incansable viajero: asistió en noviembre de 1869 a la inauguración del canal de Suez. Cuando fue cónsul en La Habana hacia 1872 atendió y defendió a los 100 mil chinos venidos de Macao, colonia portuguesa, explotados por los hacendados como mano de obra barata. Luego llegó el período británico. Pasó sus últimos años en París, donde fue corresponsal del diario Gazeta de Notícias de Río de Janeiro. Una editorial francesa editó, bajo el título Lettres de Paris, una selección de aquellas crónicas enviadas mensualmente desde 1880 hasta 1897.
Ramonet destaca la característica causticidad con la que el fino observador lusitano describe los acontecimientos, las personalidades y no sin sarcasmo las costumbres de los franceses. En el género de la crónica se admira el inmenso talento literario de Eça de Queirós, “uno de los más grandes escritores de todos los tiempos”, según Jorge Luis Borges.
Exhalar la muerte
En La ciudad y las sierras seguido de “Civilización”, Eça de Queirós escribió: “Una y otra vez aludía a la muerte como a una liberación.” Se refiere a “un secreto estremecimiento de muerte” que “recorre el universo entero”, hace mención de un pasaje “a través de la puerta de la muerte, una radiante fuga al Paraíso” y considera que el sueño “es primo hermano de la muerte.”
Sus cuentos no están exentos de la atmósfera lúgubre. Por ejemplo, en el relato “Excentricidades de una chica rubia” –el primer cuento que publicó, escrito para el Diário de Notícias de Lisboa a los veintinueve años–, publicado por Siruela en Cuentos completos, evoca “los desgarros de la ausencia, los viajes al interior de las tierras negras y la melancolía de las caravanas que bordean en violentas noches, durante días y días, los ríos tranquilos, que exhalan la muerte”.
En el cuento “El difunto”, Eça de Queirós arrojó un par de dudas existenciales: “¿Quién sabe lo que es la vida? ¿Quién sabe lo que es la muerte?” El escritor supo que ambas preguntas permanecerán sin respuesta hasta el fin de los tiempos.