Granada. A paso lento y solemne, un grupo de mujeres carga sobre sus cervicales una imagen de Cristo y la Virgen de una tonelada y media. En la Semana Santa española, las “costaleras” realizan el mismo esfuerzo físico que los hombres, pero su participación sigue levantando polémica.
Por debajo de esta enorme imagen que sale en procesión durante 10 horas por las calles de Granada, sólo asoman zapatos blancos. Cubiertas por las telas que adornan el paso –como se conoce a las plataformas con imágenes religiosas que salen en procesión–, 50 mujeres se coordinan con precisión. Repartidas en 10 filas ajustadas, sobre sus espaldas descansan las pesadas vigas de la estructura.
Tras dos años de paro por la pandemia, las procesiones que recrean la Pasión y Resurrección de Cristo han regresado a España, y con ellas los característicos nazarenos con sus grandes capuchones cónicos y los “costaleros”.
Llamados así por el “costal”, la tela acolchada que enroscan en sus cabezas para amortiguar el peso de los pasos, hasta hace 30 años eran todos hombres, ya que el papel de las mujeres en las procesiones se limitaba a desfilar con una vela y una mantilla negra.
Pero en Granada, la Hermandad del Trabajo y Luz fue una de las primeras en contar con una división femenina en los años 1980.
Al principio, “no era aceptable, ha sido complicado, han hablado mal de las mujeres”, recuerda Pilar del Carpio, una cajera de 45 años y “costalera” desde los 13, orgullosa de haber sido una de las pioneras.
Todavía hoy, entre la treintena de hermandades de la ciudad, sólo tres o cuatro cuentan con “costaleras”.
“Puede haber gente que piense que esto no sería lo más correcto, pero como científicamente nuestro cuerpo es capaz de hacerlo y nosotras con constancia y voluntad, lo hacemos, diferencias no tiene por qué haber”, afirma María Auxiliadora Canca, de 40 años, capataz de una hermandad de Ronda, otra ciudad andaluza, y profesora en una escuela de conducción.
Sin “costaleras” en Sevilla
Poco adecuado, muy físico... Las razones no son muy claras, pero en Sevilla, capital de la Semana Santa, no desfilan “costaleras” cargando ninguno de los numerosos pasos, a pesar de que la Iglesia emitió un decreto en 2011 que establecía la igualdad en las hermandades.
“Un escándalo”, según Maribel Tortosa, de 23 años, quien gestiona la cuenta en Instagram Costaleras por Sevilla. “Dicen que una mujer no pinta, no pega por la estética, que una mujer con un costal se ve muy mal. ¡Pero debajo de un paso no se ve nada!”, denuncia.
Los vecinos de Granada, sin embargo, ya no se extrañan cuando ven por sus calles a estas mujeres que, equipadas con sus cinturones de sujeción, se entrenan para levantar un carro lastrado con bloques de hormigón.
Suenan tres golpes secos sobre la madera y las “costaleras” se agachan al tiempo, ajustan las vigas sobre la nuca y se levantan de forma sincronizada para elevarlo.
En silencio
“Adelante”, “igualamos”: el grupo avanza al son de la música y de las indicaciones de su coordinadora. Hay quien tiene la mirada fija y concentrada, o quien prefiere marchar con los ojos cerrados, pero la emoción y el sufrimiento se llevan en silencio, y al compás.
La carga “va pesando más cada hora”, aunque se hacen relevos cada media hora de esta procesión que comenzó a las 16 horas del lunes y finalizó hacia la una de la madrugada, explica Rafael Pérez, capataz de este grupo de 111 “costaleras”.
Trabajar con mujeres “no cambia absolutamente nada”, sólo se les “trata con más cariño”, asegura.
Dentro del grupo, Rocío Melguizo, de 21 años, sincroniza su paso con el de su madre, situada justo delante de ella. Con 47 años, Montse Ríos “todavía” se siente fuerte para seguir siendo “costalera”, como desde que tenía 19, cuando las mentes aún estaban más cerradas. Ahora está encantada de compartir pasión con su hija mayor y de tener a su otra hija de “pipera”, las encargadas de dar agua a quienes llevan el paso.
Esta ha sido la primera procesión para Sandra Maldonado, de 19 años, que ha podido cumplir su ilusión de cargar la imagen, después de “tanto tiempo esperando”.
“Ha llegado mi hora”, celebra, aunque confiesa que ya probó de pequeña lo que se sentía allí abajo, pero “sin coger peso” para no hacerse daño.
“No miran igual a una mujer ‘costalera’ que a un hombre”, reconoce. Pero a ella le da igual. Cargar un paso “es algo que se tiene que sentir (...). Ya no es echarle coraje, sino echarle corazón. Y eso a nosotras nos sobra”, asegura.