En la información de los medios de comunicación, el poder acordado a las imágenes se ha vuelto tan importante que rebasa ahora al de las palabras. Un discurso puede siempre ser contradicho o puesto en duda, una fotografía, en cambio, se impone con una autoridad sin réplica. Es verdad: se muestra y el espectador se ve obligado a mirar la foto como una prueba irrefutable. Sin embargo, se plantea una cuestión. Los medios técnicos modernos de fotografías, filmes, videos, son ahora capaces de producir documentos excepcionales con todas las garantías de la realidad más verdadera. En suma, si lo real está en la imagen, basta mostrar una sin tomar en cuenta que cualquier imagen puede ser construida y difundida en las pantallas de televisión del mundo entero.
El lúcido Umberto Eco respondió con una frase muy irónica a la cuestión: “Desde que vi en la pantalla de mi televisión a un hombre caminando sobre la Luna, ya no pude tener ninguna seguridad de que esta hazaña hubiese acontecido verdaderamente en la realidad”. Eco había comprendido que cualquier imagen puede ser fabricada: basta servirse de los medios técnicos a la disposición de los cineastas, y los estudios de Hollywood lo han demostrado desde hace mucho tiempo. Después de todo, el cine reconoce que crea historias imaginarias, ficciones, pero la información de los medios es aún más ambiciosa, pues pretende mostrar la verdad.
Los surrealistas ponían en duda la realidad de lo real. A su manera, cabría preguntarse si la duda no es el primer deber a cumplir ante el espectáculo que se nos presenta como real. ¿Dónde está la verdad, dónde comienza la ficción? ¿Qué debe creerse, qué debe negarse? El trabajo de los periodistas es, sin duda, un oficio difícil y, en ocasiones, parece alcanzar los límites de lo humanamente posible. Sin olvidar los casos más trágicos, en los que la búsqueda de la verdad ha costado la vida a mártires de la información que se atrevieron a romper el silencio impuesto por los peores traficantes de las diversas mafias que no respetan más que la realidad de las armas con las cuales se imponen cuando no asesinan.
No sólo las imágenes de lo real pueden ser fabricadas. Hay igualmente imágenes aún más eficaces para influenciar al público, incluso si son fundamentalmente irreales, por ejemplo, la imagen del Diablo. Para ella, ninguna necesidad de mostrar una fotografía, pues se dirige más bien a la parte irracional que cada quien posee. Si el filósofo Nietzsche se atrevió a proclamar la famosa frase: “Dios está muerto”, se abstuvo de decir lo mismo del Diablo. Por su parte, los adversarios políticos no aceptarían privarse de un arma tan eficaz y utilizan en cuanto pueden la táctica mortal de diabolizar a su enemigo. Hoy, es posible observar que el Diablo está muy presente en los combates encarnizados de los jefes de guerra, quienes no dudan en evocar la imagen del Diablo, reconocible, según ellos, en la figura del personaje que desean demoler. Estrategia muy antigua en la historia, lo mismo sirvió durante Cruzadas, evangelización o guerras ajenas a las religiones.
¿Cómo puede no extraviarse una persona ante la avalancha de imágenes, reales o fabricadas, verdaderas o fantasiosas, que le son derramadas cada día durante los noticiarios?
En Francia, la elección presidencial se llevará pronto a cabo, pero los sondeos prevén ya una abstención importante. Esto inquieta a los responsables políticos, aunque al mismo tiempo deban admitir su parte de responsabilidad en esta renuncia al uso del primer derecho de los ciudadanos en una democracia: el derecho de voto. Demasiado abuso de imágenes y de palabras han cansado a los electores. Se sienten inquietos, el porvenir no les parece atractivo, temen por ellos y por sus hijos. ¿Quién podrá devolverles la esperanza? Desde luego ni el Diablo ni las horribles imágenes de las guerras que se multiplican tanto en Europa como en el mundo. Reales o ficticias.