La economía mexicana está entrando en una situación cada vez más complicada. La inflación es muy elevada y su tendencia es alcista, como ocurre en general en el mundo. El origen del proceso es doble: primero los efectos de la pandemia, con las fases de confinamiento y cierre de actividades económicas. Luego, los de la guerra en Europa que han generado un impacto adverso adicional en las cadenas de suministros industriales y agrícolas. Ucrania produce una parte relevante de los arneses eléctricos para la industria automotriz de Europa (México es el principal productor de arneses para Estados Unidos) y es también un gran abastecedor de trigo en el mercado mundial.
La guerra ha provocado, además, el alza de precios de los energéticos. Los flujos de comercio marítimo no se han restablecido, los puertos están saturados, hay congestión en el transporte por carretera y problemas en la logística de las cadenas de distribución. La combinación de una menor disponibilidad de productos y más altos costos enmarcan las condiciones el abasto mundial.
Los meses que siguen seguirán imponiendo aquí presiones sobre los hogares, las empresas y el gobierno. Ya antes de la guerra esta economía había mostrado su limitada resiliencia, cuando ante la progresiva reducción del impacto de la pandemia, no consiguió la tasa de crecimiento esperada y siguió acumulando la falta de dinamismo. La productividad general sigue siendo baja.
La carestía de los bienes esenciales como son los alimentos y los energéticos es notoria. La inflación en el mes de marzo fue 7.45 por ciento con respecto al mismo mes del año anterior, cuando fue 4.67 por ciento. En el caso de la canasta básica de alimentos el aumento fue 13 por ciento.
Para los energéticos se ha aplicado un subsidio a los precios. En marzo la tasa anual de crecimiento del precio de la gasolina magna fue 5.47 por ciento; 0.28 del gas LP y 7.97 de la electricidad. Lo que por un lado no se paga, para aminorar el gasto de los consumidores, cuesta por el otro al erario. En el transporte la inflación fue 6.2 por ciento.
Los precios de los productos que usualmente muestran una mayor variación, la inflación no subyacente que fue 9.45 por ciento, seguirán aumentando dadas las condiciones internas y externas. El índice de precios de los alimentos de la FAO en marzo de este año registró un aumento de 12.6 por ciento lo que significa el mayor nivel desde 1990, cuando se inició su cálculo.
Aunada a la inflación está la tendencia a una más lenta expansión de la actividad económica. La Secretaría de Hacienda revisó a la baja su previsión de crecimiento del PIB en este año de 4.1 a 3.4 por ciento. Lo ha justificado en función de ciertos bolsones en los que advierte posibilidades de expansión.
Llama la atención la variación de las estimaciones más recientes que hay con respecto al crecimiento. La gobernadora de Banxico señaló que estiman una tasa puntual de 2.4 por ciento; la encuesta que hace dicho banco entre especialistas del sector privado publicada el primero de abril pasado indica que en promedio se estimó una tasa de crecimiento del orden de 1.76 por ciento. Bancos comerciales como BBVA, Citibanamex y Banorte, así como el Banco Mundial están entre 1.2 y 2.1 por ciento. Los distintos modelos econométricos de estimación del nivel y el crecimiento del producto son en general bastante convergentes, pero en este caso la disparidad parece notable. Tal condición genera mayor incertidumbre para la evolución de las actividades productivas y las decisiones de inversión. En el horizonte está aún el proceso de legislación de la reforma energética y su aplicación.
Las tasas de interés, como se sabe, han ido en aumento. Hay una controversia abierta sobre la capacidad del alza del costo del crédito para contener los precios, cuando el origen de la inflación proviene del lado de la oferta. No es un escenario usual en la gestión macroeconómica de la estabilidad.
Un elemento relevante acerca del patrón de decisiones de la política monetaria deriva de la reiterada decisión de la Reserva Federal de deshacerse de los activos que tiene en su balance y que constituyen todavía un abultado remanente de las políticas de “flexibilización cuantitativa” (quantitative easing) aplicada tras de la crisis financiera de 2008. Esto significará un alza en las tasas de interés.
Para México este es un elemento de presión sobre las tasas internas que se advertirá aún más en los meses siguientes. Los riesgos, además de los que se asocian con los costos para productores y consumidores, tienen que ver con el efecto en los mercados financieros y su impacto en el tipo de cambio.
El escenario de alta inflación y escaso crecimiento no es, claramente, promisorio. Los precriterios de política económica 2023 plantean un escenario macroeconómico más prometedor para el resto de este año y el siguiente. Se ha presentado un entorno de contención fiscal que es el sustento de la política pública. En este aspecto ha habido consistencia en la gestión de este gobierno. Sus consecuencias productivas han sido opacadas y se verá si algo cambia en los próximos meses. Son una referencia para ir siguiendo la dinámica de la economía.