París. París acoge a partir de mañana la primera exposición en medio siglo sobre el arquitecto modernista español Antoni Gaudí (1852-1926), creador de la icónica Sagrada Familia de Barcelona, personaje tan alabado como desconocido.
El Museo d’Orsay expone cerca de 200 muebles, objetos, dibujos, planos y fotografías relacionados con Gaudí y su recorrido artístico, desde su nacimiento en una familia de caldereros, su paso por la Escuela de Arquitectura de Barcelona, recién creada en la segunda mitad del siglo XIX, y sus encargos para algunas de las familias burguesas más poderosas y conocidas de su época.
La exposición aborda también su decisión radical de dedicarse en cuerpo y alma a erigir una “catedral de los pobres” en Barcelona.
La primera piedra de la Sagrada Familia fue colocada en 1882, antes de que él asumiera la obra. Casi 100 años después de la muerte de Gaudí, la basílica aún no ha sido culminada.
La excentricidad de la Sagrada Familia y la genialidad de Gaudí, que no sólo diseñaba edificios, sino los muebles que tenían que llenar sus habitaciones (desde las empuñaduras de las puertas hasta sus techos), han acabado por opacar la verdadera personalidad del personaje, considera Juan José Lahuerta, comisario general de la exposición.
“No es un personaje, como siempre se ha dicho, aislado, que no sabe nada del mundo, que desarrolla su obra al margen de los estilos, al margen de las modas”, explicó Lahuerta.
Gaudí no viajó al extranjero, pero se formó en una escuela de arquitectura muy abierta al exterior, con una magnífica biblioteca en la que pudo inspirarse de ejemplos extranjeros como el arquitecto francés Eugéne Viollet-le-Duc.
Gaudí reformuló la arquitectura y el diseño de interiores como hicieron tantos otros creadores de su época, agrupados en lo que se conoce como modernismo, en España, o art nouveau, en Francia o Bélgica.
Pero ciertamente “Gaudí fue el intérprete máximo de su época, el que lleva su obra a su extremo más radical”, concede Lahuerta.
Un mito monstruoso
La exposición del Museo d’Orsay, abierta a partir de mañana y hasta el 17 de julio, llega después de su gran éxito en la capital catalana.
Barcelona se ha convertido, desde el punto de vista turístico, en un escaparate gaudiano. “Es evidente que es un mito monstruoso, y Barcelona ha hecho de Gaudí un elemento sustancial de su negocio”, explica este experto.
“Hay que recuperar a un Gaudí que forma parte de una historia que no es la de una Barcelona mediterránea y alegre, llena de color y tranquila, sino con muchas caras”, añade.
Diseña obras como la Casa Güell por encargo del industrial y mecenas Eusebi Güell. Diseña columnas como árboles, ensalza las formas onduladas, como si se tratara de las olas del mar. Pero en las calles de Barcelona se suceden, durante décadas, los atentados anarquistas, la represión sangrienta del régimen, ya sea monárquico o republicano.
La fachada de la Sagrada Familia está poblada de santos y ángeles. Una mezcla abigarrada, en la que pocos turistas saben detectar un personaje sorprendente: un hombre vestido como un obrero, con una bomba en la mano.
Gaudí, que era anticlerical en su juventud, sufrió una gran crisis religiosa en su madurez, que lo llevó a asumir el encargo de la Sagrada Familia en 1883, como “templo expiatorio” de la violencia de la ciudad.
Gaudí se vistió como un pobre, pidió limosnas por la calle para contribuir a la construcción del edificio, para sofoco de los burgueses acomodados que lo habían idolatrado hasta entonces. Pero el arquitecto era respetado y conocido ya en toda Europa. “Gaudí aparecía continuamente caricaturizado en las revistas satíricas barceloninas. Pero eso demuestra justamente su popularidad”, indica Lahuerta.
El arquitecto murió atropellado en 1926 por un tranvía en plena calle. Su funeral fue un momento de comunión popular, con miles de personas, como Gaudí deseaba para su basílica, lugar de encuentro para una ciudad que no hallaba la paz.