La última novela de Leonardo Padura deja de lado al policía y detective Mario Conde y otros temas de corte histórico, para adentrase en su propia historia personal y colectiva de profundos dilemas en torno al desarraigo, abandono, compromiso, responsabilidad o irresponsabilidad, que conlleva la terrible disyuntiva de quedarse o irse de la isla, del sálvese quien pueda, al que se enfrentan los cubanos en el día a día.
Cada migrante que sale de Cuba pasó por años de conspiración y preparación minuciosa, de búsqueda y selección de un posible camino de salida, para caer en el remordimiento, la angustia y la depresión que conlleva dejarlo todo: familia, esposa, hijos, amigos, amantes, compañeros, vecinos y hasta el viejo Lada ruso que, como quiera, en la isla sigue siendo un privilegio. En Cuba la emigración es una decisión personalísima, madurada con en el tiempo y en silencio, con la tranquilidad y la angustia de que todos y cada uno tienen derecho a irse, a dejarlos a todos, para salir del encierro en el que viven.
Con el añadido, de que salir de Cuba es un problema personal, pero también de complicada burocracia y asunto de alta política. Porque si sales y no regresas en el tiempo estipulado, quedas como apátrida, no tienes derecho inmediato a volver. Y porque para los cubanos en general los posibles destinos no suelen ser de puertas abiertas, para viajar hay que tener visa de algún país, además invitación, justificación y una narrativa muy bien preparada.
Si bien los cubanos han sido, por más de medio siglo, los privilegiados del planeta al tener derecho, prácticamente automático, a asilo político en Estados Unidos, en la actualidad se ha vuelto más difícil esta vía de acceso. Pero la opción de Estados Unidos no es la mejor para todos, por lo menos para 45 por ciento, o más, de la población que son negros, negros claros, mulatos, trigueños, jabaos y con el pelo así o asá; dado que esos matices no cuentan en Estados Unidos, por aquello del racismo ancestral de que una gota de sangre negra es igual a negro. Para los cubanos mulatos o negros la opción del asilo en Estados Unidos implica ir a residir a un barrio negro, ser considerado como negro y vivir como negro.
Para los profesionales, muchos de ellos emigrantes, el camino tampoco es fácil, dado que es muy complicado revalidar los títulos y poder ejercer una profesión. Padura, narra el caso de un joven que deja la carrera a la mitad, porque si la termina se tiene que quedar en Cuba varios años más, algo así como pagar un servicio social y no lo dejan salir del país.
Si bien, hay una gran concentración de cubanos en Estados Unidos, se podría decir que están dispersos por muchos países, España es un buen lugar para recalar, al igual que Italia y Alemania; en América Latina están Puerto Rico, México, Costa Rica y Brasil.
De vez en cuando se alinean los astros y hay coyunturas para emigrar, más bien para salir de Cuba, en octubre de 1980 salieron 125 mil cubanos por el puerto de Mariel, todos hacia Cayo Hueso. Ahora se abre otra puerta, por Nicaragua, que no exige visa para los cubanos, que según esto vienen a “comprar productos” para revender en Cuba, o hacer turismo. En realidad, al bajar del avión compran el boleto que los lleva a la frontera con Honduras, de ahí a la de Guatemala y finalmente a la de México. Todo financiado con la venta de lo poco o mucho que tenían en Cuba y con la ayuda de familiares y amigos que envían transferencias a medida que avanzan en el camino.
La situación en Cuba, es más que dramática, si algo ayudaba el turismo, eso se lo llevó el viento de la pandemia de covid-19. Incluso con dinero que les puede llegar a los cubanos por remesas, no hay nada, o casi nada, que comprar. Ni siquiera comida.
Recuerdo una escena del largometraje Como fresa para Chocolate (1993) donde el protagonista se queda en su casa sin moverse, escuchando el piano de Ernesto Lecuona y afirma que cualquier salida a la calle implica siempre algún tipo de gasto y consumo de energía, un lujo que no puede darse en ese momento.
Treinta años después, Leonardo Padura, vuelve sobre lo mismo, las colas esperando que llegue algo a la tienda; las guaguas, que cuando pasan, están abarrotadas; las peripecias que hay que hacer para conseguir un pollo; los profesionales con largos estudios y sendos títulos, que son analfabetos informáticos; los eternos trámites burocráticos para cualquier cosa que se salga un poquito de lo normal, los miedos y angustias recurrentes a que alguien cercano o lejano te pueda denunciar. Pero lo que nunca puede faltar, es azúcar morena para endulzar el café y ron para poder convivir y sobrevivir.
Pero la situación no sólo es asunto de pobreza, la pandemia y la ausencia de turistas, la falta de alimentos, el bloqueo estadunidense, la ausencia de visas, la crisis de Rusia o Venezuela. La apertu-ra de puertas para que salgan los cubanos de la isla es principalmente una válvula de escape a la presión política y a las protestas de hace unos meses. No son extraños los casos en que a los dirigentes opositores se le ofrezca una salida al extranjero, en vez de cárcel.
Una nube de polvo envuelve la isla, no deja ver el horizonte, no deja respirar, habrá que abrir las puertas y ventanas para que entre aire fresco.