Entre las incontables contradicciones posmodernas de los seres humanos supuestamente civilizados está la de ver con buenos ojos ayudar a los animales a tener una muerte digna, es decir, sin prolongar agonías innecesarias ni sufrimientos carentes de sentido, sino a poner fin a su existencia cuando ésta ha degradado la naturaleza y misión de ese animal. Los animales sólo son sintientes, mientras que los seres humanos son además pensantes, o sea responsables del tan invocado libre albedrío, excepto para decidir su propia muerte. A los irracionales se les auxilia y a los racionales se les condena en ilimitada hipocresía de los civilizados falsos.
A partir de esta arbitraria diferenciación para terminar con la existencia, de índole religiosa más que racional, es absolutamente estúpido pretender equiparar a los animales sintientes con los animales pensantes, aunque éstos se caractericen por su limitada forma de pensar, de establecer una elemental relación entre percepción y razón. Y como el pensamiento sólo adquiere forma con las palabras, pues no faltan los compasivos falsos que quieren tranquilizar su almita evitando, si no el sufrimiento en el planeta, sí el maltrato a los sintientes (los pensantes que se jodan), y en sus afanes reivindicadores se olvidan de pensar con claridad, con dignidad.
Un editorialista se lanzó al ruedo del antitaurinismo disfrazado de defensoría animal y tituló su alegato: “Toros sí; toreros no”, aunque sin justificar la tontería del enunciado. ¿Para qué preservar al toro de lidia si no va a haber quién lo lidie? En su ingenuidad, el hombre se puso a defender a un señor Berlanga y a un diputado Gaviño, para finalmente proponer que no se haga ninguna consulta con las partes involucradas y se prohíban de una buena vez las corridas de toros en la capital del país. Así de sustentados son los afanes dictatoriales de estos compasivos falsos.
Zozobra es una bella palabra que entre los animales pensantes significa inquietud, desasosiego, incertidumbre o aflicción, y a la que el filósofo Emilio Uranga (Ciudad de México, 1922-1988) alude con intuición en un espléndido ensayo titulado Carácter y ser del mexicano en la poesía de López Velarde, incluido en su libro de obligada lectura Análisis del ser del mexicano. “…zozobra es un no saber a qué atenerse −sostiene Uranga−… remite a los extremos moviendo y no aludiendo meramente. Pero lo que la zozobra tiene quizás de más hondo es un dolor peculiar, un sufrimiento privatísimo. La desgarradura que como inevitable yace en el tipo de ser que revela la zozobra es incurable. No se cierra nunca. Es hendidura que no puede obturarse ni cicatriza, es una herida permanente”.
“La inmersión en lo originario se anuncia en el alarido incontenible que se escapa cuando tocamos con el dedo esta llaga, esta marca de fuego indeleble y sangrienta. El movimiento de la zozobra tiene algún parecido con el de la tejedora. Es un triste y manso ajetreo que va zurciendo la vida, o mejor sería decir, que se deja tejer, en una pasividad cuya definición es de difícil consecución. En ese movimiento pendular hay una síntesis pasiva, un lograrse las cosas por el azar doloroso de los encuentros heterogéneos… Carácter sentimental y zozobra implícanse como fondo y forma…”
Una lástima que los seres sintientes, por más que sientan no entiendan un carajo de estas y otras reflexiones. No está en su naturaleza pensar, ni sobre sí mismos ni sobre su misión ni sobre su muerte. Menos reconocer en sus supuestos defensores la enorme confusión entre creatividad y sensiblería.