El jueves por la noche se estrenó, vía streaming, un muy interesante proyecto de videodanza (no se me ocurre otra definición mejor) titulado Las cosas simples, concebido y coreografiado por Claudia Lavista, dirigido, fotografiado y editado por Alexander Dahm y con soportes musicales diversos.
Filmado en locaciones bien elegidas (exteriores e interiores), visualmente atractivas y orgánicamente adecuadas a los elementos de danza-teatro propuestos, Las cosas simples se desarrolla en cinco episodios bien delimitados: Bruma, Nudo, Rastro, Imán y Cristal.
Bruma. Primero un solo masculino, a la vez fluido y tenso, que da paso a la acción colectiva en la que puede percibirse una serie de tableaux vivants, en los que aparecen elementos escenográficos que serán esenciales en toda la obra.
Nudo. Componente destacado en este segmento es el uso de piezas del vestuario para articular la acción. Así descrito, podría pensarse en una derivación hacia la comedia física tipo slapstick; por el contrario, se trata de un momento escénico particularmente dramático, intenso e inquietante.
Rastro. El espectador puede hallar aquí, más enfatizado que en los otros episodios, una aproximación al teatro de objetos, en la que sillas y sogas, organizadas en una coreografía compleja y a la vez clara, se convierten en un potente ensayo visual en el que es posible hallar una alegoría de las cargas y las ataduras.
Imán. Este es uno de los episodios de mayor alcance dramático en la continuidad de Las cosas simples. Podría hablarse de un disfuncional pas de deux con numerosos chispazos de locura, en el que las protagonistas aluden a ciertas cuestiones de género.
Cristal. Aquí cuajan y embonan de modo sintético las ideas, conceptos e imágenes de los episodios anteriores. Intérpretes, personajes, movimientos, accesorios escénicos, símbolos y metáforas confluyen en un continuum final de espacio-tiempo que se asemeja a la coda de una estructura sinfónica. Aquí, la pista sonora contiene el elemento extra de una serie de voces que mencionan, precisamente, esas cosas simples de la vida que arman el rompecabezas del día a día. Personalmente, prefiero la danza (y la danza-teatro) sin textos, porque suelen distraerme de la maravillosa abstracción del hecho escénico.
Y como todo hecho escénico, Las cosas simples tiene un flujo y un ritmo propios. Cuando un trabajo de esta naturaleza se filma, adquiere automáticamente un segundo ritmo: el de la filmación y, sobre todo, el de la edición. En este caso, los creadores han logrado un muy buen balance entre el ritmo de la pieza coreográfica y el del filme que la registra. Si bien hay cambios de tempo adecuados a las dinámicas internas de los diversos episodios, Alexander Dahm ha evitado caer en el peligroso abismo de la estética del videoclip, de manera que cada momento de la pieza de Claudia Lavista tiene su tiempo adecuado en pantalla, lo que permite al espectador apreciar cabalmente el discurso escénico y visual. A lo largo de la obra es posible percibir claramente esa combinación de la elegancia y la transparencia en el trazo coreográfico con la intensidad dramática y expresiva que ha sido característica de la obra de Claudia Lavista en sus numerosos trabajos, particularmente los realizados en su compañía Delfos. Vale mucho la pena ver de nuevo Las cosas simples; ojalá sea posible.
Y sí, tengo una queja, que por desgracia se refiere a un mal generalizado, universal. Hoy no es posible mirar una pantalla limpia por razones diversas que tienen que ver con la promoción, la protección de los derechos, etcétera. Esta muy buena producción audiovisual se vio empañada por la omnipresencia de un gran logo de DelfosTv y otro de DanzaNet, molestos distractores a los que yo, a pesar de los años, no termino de acostumbrarme. En otra esquina de la pantalla, por cierto, estaba el contador de espectadores conectados, cuyo número apenas llegó a la cincuentena en ciertos momentos. Porque no quiero quitar el dedo del renglón, y no lo quitaré, después de ver esta muy satisfactoria propuesta escénica y audiovisual que es Las cosas simples me asomé aleatoriamente a uno de los horrendos videos de un reguetonero particularmente desagradable, de nombre Camilo; el contador marcaba 467 millones 7 mil 887 vistas. ¡Qué bueno que hay prioridades!