La redición de un disco que desde que fue editado en 2004 se convirtió en un referente, viene muy al caso en estos tiempos tan convulsos. Su título lo dice todo: Renaissance-Music for Inner Peace, y escucharlo dota, efectivamente, de paz interior.
La portada del disco (el rostro de El nacimiento de Venus, de Botticelli, renacentista por excelencia) y la primera parte del título podrían llamar a error para quien diga que muchos de los autores cuyas obras se interpretan en el disco no son renacentistas, aunque abundan hay un par de compositores del Renacimiento en el álbum.
El sentido del título es metafórico: quien tiene paz interior experimenta un renacimiento constante. Tener paz interior es renacer.
Los autores del Renacimiento incluidos en el disco son solamente dos: Giovanni Pierluigi da Palestrina y Josquin des Prez.
Hay en este álbum dos autores de distintos periodos del Barroco: Gregorio Allegri y Antonio Lotti.
Tres compositores isabelinos: William Byrd, Thomas Tallis y John Sheppherd, y el gran maestro de la transición del Renacimiento hacia el Barroco: Claudio Monteverdi.
Está el gran maestro posromántico: Anton Bruckner.
Están algunos de los grandes autores del siglo XX: Samuel Barber, por ejemplo, representado por algo más potente que su famoso Adagio: su Agnus Dei; está también uno de los autores favoritos del Disquero: el místico John Tavener; el polaco Henryk Górecki, el gran Francis Poulenc.
En total, 16 obras de estos autores en 77 minutos de paz interior.
El inicio del disco, debo decirlo, lo he repetido infinidad de veces: el Miserere de Gregorio Allegri. En cuestión de segundos nos cambia el tono de la voz, la respiración se acompasa, la sangre circula como seda, los músculos se aflojan, los ojos se cierran en automático, el alma asciende.
Los intérpretes de este disco que hoy recomendamos: The Sixteen, agrupamiento coral formado por el experto Harry Christopher, quien eligió el repertorio para dirigir las obras de este volumen dotado de una belleza que imanta.
Emana paz. Las voces en polifonía se distribuyen en las partes altas de la habitación donde escuchamos el disco, y en la región más primitiva del cerebro.
Sucede más o menos lo siguiente: las ráfagas de sonido se expanden con suavidad. Más de 100 millones de neuronas están ahora en movimiento. Su gran poder no radica en su número sino se ejerce a través de su capacidad de hacer conexiones.
Cuatro neuronas pueden conectarse de 63 maneras y el número de posibles conexiones crece exponencialmente: dos neuronas tienen dos posibles conexiones, pero tres tienen ocho; cuatro tienen 64, mientras cinco se conectan de mil 24 maneras y seis tienen 32 mil 768 formas de conectarse.
La neurociencia de la música permite hoy día niveles más profundos en sus resultados. Por ejemplo, saber que las emociones que experimentamos involucran estructuras muy primitivas, que se ubican en las regiones del cerebelo, especialmente en la vermis, esa masa central del cerebelo que se encuentra entre los dos hemisferios.
Se sabe también ahora que la amígdala cerebral es el corazón de los procesamientos emocionales en el córtex.
Estos conocimientos se enriquecen con la demostración, también, de que no existe un centro del lenguaje en el cerebro, así como tampoco existe un centro musical. Se trata, más bien, de distintas regiones que ejecutan operaciones coordinadas para organizar la información emocional.
Los últimos hallazgos en neurociencia demuestran que el cerebro posee una enorme capacidad de reorganización que excede vastamente a lo que se suponía era capaz. Esta capacidad se denomina neuroplasticidad.
La música, entonces, puede entenderse como una forma de ilusión perceptual en la cual nuestro cerebro impone orden y estructura en una secuencia de sonidos.
El cómo esta estructura de funcionamiento cerebral nos conduce a experimentar reacciones emocionales forma parte del misterio de la música.
Es por eso que al escuchar este disco, Renaissance-Music For Inner Peace, nos mantiene en estado de éxtasis.
No hay pasaje en el disco que nos separe de la paz interior. Y sonreímos todo el tiempo mientras escuchamos.
El arte de la sonrisa lo explica así el pensador Thich Nhat Hanh en su libro titulado, precisamente, Hacia la paz interior:
“Cuando un niño o un adulto sonríen, algo muy importante está ocurriendo. Ser capaces de sonreír en nuestra vida diaria no sólo nos beneficia a nosotros, sino que todo el mundo gana con ello. Si realmente sabemos vivir, ¿hay alguna forma mejor de empezar el día que con una sonrisa? Una sonrisa afirma nuestra conciencia y determinación de vivir en paz y alegría.”
Dice más el pensador: “Cuando veo a alguien que sonríe noto enseguida que él o ella saben vivir. ¿Cuántos artistas trabajaron para conseguir plasmar esa sonrisa en los labios de tantas y tantas estatuas o dibujos? Estoy seguro de que esa misma sonrisa iluminaba los rostros de aquellos escultores y pintores cuando trabajaban. ¿Se imaginan a un enfurruñado pintor dando vida a una sonrisa? La sonrisa de Mona Lisa es un destello, tan sólo una insinuación. Y no obstante, basta con un gesto como ese para relajar los músculos de tu rostro, para borrar de él el cansancio y las preocupaciones. Un ligero esbozo de sonrisa en el rostro puede proporcionarnos una serenidad y una calma milagrosas. Puede devolver la paz que temías habías perdido”.
Además de este disco milagroso, Renaissance-Music for Inner Peace, existen muchos otros que hemos recomendado en el Disquero, entre ellos los de música religiosa de Arvo Pärt y de su amigo Alfred Schnittke. También proporcionan paz interior.
Una música que nos hace sonreír siempre es la de Wolfgang Amadeus Mozart. Vaya, no hay orquesta cuyos integrantes no sonrían mientras ejecutan obras de Volfi.
La música de nuestro disco que hoy recomendamos puede catalogarse como música religiosa, pero eso resulta irrelevante, como hemos argumentado en textos anteriores, porque el efecto en el escucha de determinadas sucesiones de notas no obedece a la anécdota, circunstancia o episodio bíblico en cuestión.
En este disco hay fragmentos de misas, música de responsorios, salmos, himnos, todos con títulos religiosos, pero el efecto en el escucha es químico, no pasa por el entendimiento, va directo al cerebelo. El texto que canta el coro puede referirse a un rebaño, una pradera, un manantial, mientras lo que experimenta el cuerpo que recibe el aparato musical puesto en marcha, reacciona en abstracto; es decir, simplemente se conmueve.
Y se eleva.
La paz interior es un estado mental. Equivale a una tranquilidad espiritual y se asocia con la felicidad. Es una disposición frente a la vida libre del estrés y se cultiva y ejercita mediante entrenamiento, el mejor de los cuales es la meditación budista, que procura calma mental, descanso, tranquilidad, bienestar.
El pensador Mathieu Riccard sostiene que “la felicidad como forma de ser es una habilidad que necesita esfuerzo y práctica a lo largo del tiempo. Así desarrollamos cualidades como la paz interior y el amor”.
El disco Renaissance-Music For Inner Peace nos conduce por el mismo camino. El esfuerzo que mencionan Thich Nhat Hanh y Mathieu Riccard es imperceptible. No nos percatamos de que estamos en medio del rigor de la disciplina que requiere lograr paz interior, porque nuestros músculos están relajados, nuestras preocupaciones disipadas y una sonrisa nos invade.
Mientras suena en el disco que hoy recomendamos la música de Bruckner, la magia de Palestrina, el misterio de los sonidos de Górecki, el poderío celestial de la música de Monteverdi, nos invade una agradable sensación de bienestar, nos impele un motor silencioso que es el alma en regocijo, nos mueve el cuerpo entero una sonrisa y a nuestra mente acuden los versos del poema “Quietud”, de Robert Walser:
Qué contento estaría si pudiera descansar sosegado en algún sitio, darme el gusto de usar por toda ropa una paz interior.