“Su primer e impreciso amor lo había convencido para siempre de que el objeto amado reside en la lejanía”
La isla del día de antes, de Umberto Eco
Con el sueño de ser una actriz importante del cine, pero con un talento natural para el dibujo y la pintura, entró a trabajar en los estudios de Walt Disney, donde había una división entera para que las mujeres colorearan los acetatos de animación, ya que eran más eficientes y precisas que los animadores. Con estudios de arte y ganas de ser figura cinematográfica, Milicent Patrick, la chica nacida en El Paso, Texas, en 1915, ayudó con precisión en trabajos para películas como Dumbo (Ben Sharpsteen, 1941), aunque sería más conocida por la concepción de una criatura que dejó sin aliento a millones de espectadores en las salas de cine del mundo: El monstruo de la laguna negra (The Creature from Black Lagoon).
Desde las profundidades…
Se dice que el productor William Alland había escuchado la leyenda de una criatura de forma humanoide que vivía en el Amazonas, lo que le interesó para hacer una película. Miguel Juan Payán y Javier Juan Payán en su libro Grandes monstruos del cine señalan al cinefotógrafo Gabriel Figueroa como el personaje que contó la historia al productor de Hollywood. Arthur Ross y Harry Essex transformaron las ideas de Alland en un relato completo, lleno del exotismo de la jungla y una laguna tenebrosa, propicios para la atmósfera de descubrimiento y terror de la laguna negra (exteriores en Florida, tomas submarinas en los estudios de Universal), que terminaría con el título de proyección El monstruo de la laguna negra. El proyecto se puso en manos de Jack Arnold, cuyo éxito con Llegaron de otro mundo (It Came from Outer Space, 1953) le daba los créditos necesarios para encargarse de la nueva apuesta de los estudios. El doctor David Reeves (Richard Carlson) encabezaba al grupo científico, bien armado con distintos calibres de fuego común y arpones para inmersión submarina, y la presencia de la científica brillante de gran belleza Kay Lawrence (Julie Adams). El espacio submarino es siempre misterioso e imponente, plagado de leyendas que van de criaturas gigantes a sirenas instigadoras de tragedias, pero nadie estaba listo para el ser con que toparía la expedición.
Sin embargo, ante una historia completa y un arco narrativo aprobado por el estudio, faltaba el impacto de un monstruo distinto a lo que se había presentado en un género de gran explotación comercial, con tarántulas, alienígenas, calamares, dinosaurios… un personaje acuático nunca visto. Por si fuera poco, Universal se dispuso a generar el mayor impacto con una exhibición en la innovadora tercera dimensión (3D), en la que el público se ponía lentes polarizados y un sistema de dos proyectores combinaba las imágenes (filmadas con cámaras en ángulos correspondientes para generar el efecto). Hay que suponer el asombro que causó en el público cuando se estrenó en los cines, en 1954.
El asombroso diseño
Bud Westmore había sustituido a Jack Pierce, el legendario creador de personajes y responsable de Frankenstein o El Hombre Lobo en los primeros clásicos del género en los años 30. Westmore tenía una división de creadores laborando con él, a diferencia de los tiempos de Pierce, quien personalmente creaba maquillajes y aplicaba materiales y pinturas con apenas uno o dos asistentes.
Injustamente, aunque Milicent Patrick dibujó cada uno de los bocetos generales del monstruo, con todos sus detalles en cada aleta (hay fotografías de ella cuando hacía el trabajo en el estudio), el crédito recayó sólo en Westmore. Es verdad que una serie de artistas hacían escultura, tratamientos de piel, propuestas sobre branquias, estilo de los ojos, etcétera (Chriss Mueller diseñó los moldes para la construcción de las cabezas finales que usaron los actores), pero enteramente la visión de Milicent fue la que se impuso a cualquier otra propuesta de transformación en la criatura protagonista de la cinta.
Patrick determinó las condiciones humanoides de la criatura con elementos abigarrados en la piel, la musculatura, la estructura ósea, las aletas… todo eso permitió la posterior existencía de Alien, Depredador o del ser que sí concreta el imposible romance con una persona (o eso se cree) en la formidable cinta La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017). El personaje anima el concepto tradicional de la invasión humana sobre los elementos naturales. El llamado “monstruo” no fue a meterse con el equipo de investigación en sus centros de trabajo, ellos hicieron una expedición adentrándose en sus territorios. En su afán de conquista de éstos o nuevos conocimientos, son los humanos los que desestabilizan el medio ambiente y a sus criaturas, que no habían pensado en asesinar o comerse a un ser que no conocían.
Ricou Browning, joven de estupendas condiciones atléticas para estar bajo el agua en tomas prolongadas, fue el designado para ajustarse el traje, mientras Ben Chapman era ese ser fuera del agua. Después, los buenos oficios técnicos de Mueller y Jack Kevan hicieron que la criatura existiera. El primer encuentro de Julie Adams con ella impactó al público, sin el desenlace letal de Chrissie Watkins (Susan Backlinie), quien nadaba cerca de una boya en el primer ataque del Tiburón ( Jaws, 1975) de Steven Spielberg.
El escamoteo del monstruo
El caso de Milicent Patrick, en otras condiciones, es similar al de algunas mujeres que debieron borrar su nombre de logros en la educación, la política o la ciencia. Para los seguidores de las monstruos fílmicos, desde la butaca o el restirador de diseño, tendría que haber un crédito mayor para quien hizo el modelo a seguir en buena parte del cine que siguió a ese deslumbrante El monstruo de la laguna negra. Se sabe que ella fue identificada como “parte del equipo de trabajo” en las rondas con medios de comunicación, posando con sus diseños de la criatura en algo al estilo de La Bella y la Bestia, pero sin la aprobación de Westmore. Para él, Milicent era parte del equipo, pero no la cabeza que debía cargar con el reconocimiento. Esa gira promocional implicó su despido de Universal por parte de Westmore.
De acuerdo con el testimonio del increíble Rick Baker (siete veces ganador del Óscar a mejor maquillaje), uno de los más grandes diseñadores y maquillistas de la historia, Westmore se hizo fotografiar con los bocetos y la cabeza esculpida por Chriss Mueller, como si él hubiera hecho las piezas. Se declaraba así como único padre del monstruo. Nadie niega sus capacidades y aportaciones en muchas películas, pero ese modelo trascendental, el lamado Gil Man (el trazo original era más cercano a una anguila) se debe reconocer únicamente a Milicent.
Por otro lado, es falso que se supiera de la creación de Milicent hasta 2019 con el valioso libro de Mallory O’Meara La dama de la laguna negra (The Lady from The Black Lagoon), ya que desde los años 50 se comentó por publicistas, hubo artículos en los 70 con la misma información, y la compañía Universal le dio total crédito en el documental que acompañó el lanzamiento de Colección clásica de monstruos en 2002.
La danza del agua
La secuencia con el nado simultáneo de la chica con la criatura, con sus sugerencias provocativas de reconocimiento y atracción (se enamora de la joven y tiene temor de tocarla por primera vez), puede verse a la distancia como la interacción creativa de Milicent con el monstruo. Lo definió, le dio los elementos necesarios para transformarse en el ente tangible del cine, es decir, lo sacó a la superficie, mientras Milicent hizo lo opuesto: sumergirse bajo la figura, no eclipsada por su éxito, sino nadando hacia el terreno que ella decidió continuar, que era la actuación. Si ese momento cinematográfico es considerado “uno de los más poéticos en el género” (John Landis en su libro Monstruos en las películas, 100 años de pesadillas cinematográficas – Monsters in the Movieres, 100 Years of Cinematic Nightmares), fue muy poco poético que la ignoraran.
No puede más que especularse, pero es muy probable que, si hubiera tenido el crédito absoluto, la creativa Milicent Patrick hubiera aportado nuevas criaturas al cine. Quizá habría optado por la mesa de trabajo con sus lápices y pinceles, en lugar de mantenerse en un plano de trabajo relativo, con apariciones esporádicas en la pantalla grande. La mayoría de sus trabajos en televisión y el cine fueron breves personajes que no fijaron su nombre en la pantalla, pero, contra la realidad áspera de la falta de reconocimiento a su expresión histriónica, la efigie de su criatura la inmortalizó en el gusto y corazón de los amantes de los mundos fantásticos. El ser bajo el agua no se desplaza sin el corazón de su creadora: Milicent Patrick.