Antes de proceder con la temática relacionada con la categorización del cambiante contexto estratégico, dejo constancia de mi consternación ante las revelaciones de la macrocriminalidad que prevaleció durante anteriores gobiernos conservadores, que operaron bajo la cubierta “neoliberal”.
Del sexenio de Enrique Peña Nieto, et al, (2012-2018) no perdonamos ni olvidamos a los jóvenes desaparecidos ni el dolor profundo de sus familias. El documento riguroso y puntual del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), de dominio público, es testimonio inicial de un atroz crimen de extrema inhumanidad, de ruptura de toda norma civilizada, incluso de traición, que se propagó en ese fatídico lapso y nos costó la vida de más de 40 jóvenes y prometedores futuros. Ahí desapareció todo rastro de compasión. Es parte de un diseño imperial de contrainsurgencia que también nos está quitando patria, un crimen de lesa patria puesto en marcha paso a paso durante 36 años.
A los horrores de los crímenes, se agregan rasgos patológicos que deben analizar los sistemas de reclutamiento y el contenido de los objetivos reales que están operando.
Sobre el tema estratégico, llamo la atención a las toneladas de desinformación y manipulación no menos que de enormes ganancias para las corporaciones armamentistas, en especial de EU y Alemania, que siempre se detectan cuando la conflictividad internacional se intensifica a nivel de “estado de guerra” que debe ser conceptualizado como un instrumento de movilización bélico-industrial capaz de generar fuerzas sociales dirigidas contra un enemigo, interno o externo, real o imaginario.
Tal fue la síntesis de Marcuse, comparando el fenómeno del Tercer Reich en el poder, con lo que ocurría en EU durante los años 60 del siglo pasado. Entonces había mejor distribución de la riqueza hasta que se aprobaron medidas de fusión entre bancos y firmas de inversión en medio de intensa movilización y oligarquización.
En la actual constelación histórica, cuyo evento eje está en el “estado de guerra”, suscitado por la unilateral ampliación –bajo diseño y promoción armamentista alentada por Washington– de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ante los peligros –para la gran industria de armamento en plena campaña de ventas a la treintena de países-clientes– de EU. Téngase presente que la infraestructura industrial de EU quedó intacta después del fin de la Segunda Guerra mundial (SGM).
Antes de proceder, tengan presente que para Truman la desmovilización de la industria bélica creaba riesgos de recesión y desempleo. No fue un planteamiento serio sobre los costos socio-ambientales. Su criterio fue electoral. Además, la SGM alentó un fervor nacionalista, incluso de supremacismo blanco como el que se asoma en estos días.
Bajo el peso electorero y económico de poderes corporativos industrial-militares, ese gobierno demócrata procedió con todo un diseño proteccionista y su poder bancario-financiero estaba a la orden del Tesoro –dueño, por cierto, a 51 por ciento del Banco Mundial–, que tuvo presente tanto los “riesgos recesivo-depresivos y el temor de desempleo ante la paz.
En la “reflexión inicial” del libro Crisis e imperialismo”(CEIICH- UNAM 2012 p.11) expuse que con un hemisferio occidental prácticamente libre de ataques directos, quedó demostrada, aun en tiempos de paz, la necesidad de un enemigo lo suficientemente avanzado para seguir con la marcha de grandes y jugosos contratos formalizados al calor de la SGM.
Con miras a fortalecer alianzas con países industrializados y promover un mercado a su industria bélica, EU recurrió a sus enormes ventajas, empezando por la vigorosa multiplicidad de su economía forjada alrededor del capital monopólico, operando con disfraz de “libre comercio” y muy democrático.
Además de estar en plena movilización bélico-industrial, su proyección de poder era extraordinaria por o multidimensional en lo bancario, financiero, tecnológico, agrícola e industrial, permitiéndole concebir un “momento unipolar”.
Después de 1945, con Alemania destruida, y la Unión Soviética devastada por haber sido uno de los principales campos de batalla de esa guerra, con 27 millones de bajas militares y civiles, su momento unilateral, de acuerdo con Gabriel y Joyce Kolko, llega hasta 1949 cuando la revolución china, el estallamiento de una bomba atómica por parte de la URSS y, poco después, con la bomba de hidrógeno, así como la incapacidad militar para tomar toda la península de Corea, empezaron a sistematizar lo que Kolko y Kolko han señalado con puntualidad como los límites del poder.
La presencia de la URSS como un retador eurasiático en la esfera termonuclear y de balística intercontinental a lo largo del siglo XX, fue presentando más “límites” al diseño de preeminencia hegemónica de Washington, centrada en la noción arraigada en Bretton Woods y articulada por las altas esferas bancario-industriales del país, de que el capitalismo mundial se transformaría en un sistema unificado bajo la economía de Estados Unidos y que el capitalismo dejaría de estar dividido entre rivales autónomos.
Ni en la esfera comercial ni en la espacial ni en la automotriz, sobre todo en los avances de alta tecnología, se pudo concretar tal aspiración. Mucho menos en lo referido a la propiedad sobre bancos y casas de inversión. Tampoco en materia agropecuaria se cumplió tal meta: los subsidios, el proteccionismo y la competencia entre Estados Unidos y la Union Europea, son notables.
En contraste con este cuadro de creciente multipolaridad, John Ikenberry, defensor de regímenes liberales, insiste en que la diplomacia de EU puede seguir sosteniendo la ficción de lo que osa llamar la era de la unipolaridad americana ( Liberalismo e imperio, 2004), toda una invitación a la práctica de la unilateralidad bélica del tipo que generó la SGM.