Alguna vez escribí que el delirio es ruidoso, y la intuición musical –algo así–. Pero a uno le gusta el ruido, es decir el delirio, es más “vistoso”. La intuición es discreta.
Alguna vez escribí, o algo así, que lejos de llamar la atención hay, y nada más, que convocarla. Y aquí no agregaré sino que la atención y la intuición van –o debieran, siempre, ir– de la mano.
Alguna vez escribí que si se tiene la experiencia (algo así) se tienen las palabras para comunicarla, y que lo contrario, no imposible –recurrir a las palabras para adquirir la experiencia–, es más difícil. Pienso ahora que aunque difícil esto último, jugaré con las palabras, dicha experiencia es no sólo muy recomendable, acaso inexcusable.
Ser atento con las palabras e intuir el o los caminos que abren, atender la experiencia, las propias experiencias, e intuir (lo más limpiamente posible) hacia qué palabras llevan, en qué voces han o habrán de desembocar, es tarea de quien desde la voz se conduce, hacia la voz se dirige, va.
Alguna vez cité una declaración de Luciano Pavarotti, quien preguntado acerca de qué le daba más miedo (cito esta vez de memoria), contestó que la voz, respuesta que sorprendió, si no es que más bien asombró al entrevistador. ¿Por qué?, dijo éste. Porque siempre se teme a lo desconocido, repuso entre sonriente y serio, o eso recuerdo, el tan admirado como querido cantante.
Tengo un mito particular, casi privado, que en ocasiones comparto –sí, con temor–: que María Callas (no dudo que también la Piaf) cantaba con todo el cuerpo, hasta con el cabello (la francesa, hasta con los zapatos –solía eludir todo movimiento superfluo, de ahí que la imagine firme sobre la duela). Atentas ambas al momento, a la nota, y al camino de la nota, de la frase –en la obra misma–, pero asimismo hacia el auditorio, hacia cada persona del auditorio (esto, naturalmente, intuido).
Encontrar la propia experiencia, encontrarse uno mismo en la forma dada (o en la formación adquirida, en la técnica), darle acabada forma a lo experimentado, la experiencia, y trascenderlo así, es deber (más llanamente modo de ser) del artista, todo artista, intérprete o creador (la verdad yo no hago gran o ninguna diferencia entre ambos), y por supuesto del poeta, que de poesía, no hay que olvidarlo, trata esta columna.